A comienzos de los 80, en Sábados Gigantes, Don Francisco organizaba competencias de Space Invaders en consolas Atari. Eran partidas de 30 segundos y el jugador que hacía más puntos en ese lapso, ganaba. Muchos años después, en el cambio de siglo, surgieron los recordados “tarreos” para PC, eventos que se desarrollaron en Estación Mapocho o en Espacio Riesco, donde cientos de usuarios se congregaban con sus máquinas –sus tarros–  y un saco de dormir. Mundialmente, el fenómeno ha tomado forma en las última décadas con diversas ligas internacionales y locales, donde el epicentro de la disciplina se ha ubicado históricamente en Corea del Sur. Los eSports allá son conocidos como pro gaming. Porque allá los videojugadores pueden llegar a ser profesionales del tema, recibiendo auspicios de importantes marcas y la atención de los medios de comunicación.

Los géneros clásicos siempre fueron los juegos de disparos en primera persona, los deportivos, de estrategia, de pelea one-on-one y los deportivos. Pero ha sido a partir de la democracia de la banda ancha ha permitido que la nueva generación de títulos en línea puedan ser jugados por todo el mundo. Juegos bautizados como MOBAs (multiplayer online battle arenas) que tienen, sin duda, al League of Legends (LOL para los amigos) como su mayor exponente. En Chile, el juego congregó a más de diez mil fanáticos el año pasado y este año, en septiembre, se celebrará en nuestro país la final del juego. Un verdadero hit. Más allá de eso, los eSports irrumpen con una incontenible fuerza mediática. De la mano de lo móvil y con la posibilidad de ser transmitidos fácilmente, la plataforma de streaming Twitch (propiedad de Amazon) se ha posicionado como el canal global de videojuegos en el mundo. 

La guinda de la torta se puso cuando, hace unos meses, ESPN, la cadena televisiva de deportes más grande del mundo, incluyó torneos de videojuegos como parte de su programación. Todo con un impensado éxito. Ahí están las nuevas generaciones. Ahí también está el dinero. Win-win.