Por Alejandro Alaluf Noviembre 5, 2014

El caso #GamerGate (así, con hashtag) ha evolucionado demasiado rápido, ha crecido como bola de nieve y arrasa con todo en su camino. El tema, polémico, complejo y preocupante, ha llegado tan lejos, que incluso fue editorial del New York Times. El influyente periódico le dedicó varios párrafos a esta guerra cultural que involucra misoginia, ética, periodismo, gente demasiado apasionada y, claro, videojuegos.

El origen de la polémica -que sin duda marcará la historia de los videojuegos- es  difícil de identificar y de resumir, pero básicamente tiene que ver con celos y traiciones entre periodistas y desarrolladores de videojuegos. Todo partió  con el post de un ex novio contra la desarrolladora de videojuegos Zoe Quinn, acusándola de haberle sido infiel con un periodista para conseguir difusión. La denuncia resultó ser falsa, pero poco importó.

Lo que sucedió a partir de eso toca demasiadas aristas. Tanto así, que #GamerGate pasó de ser la definición de una polémica y un debate específico a algo mayor: una especie de movimiento virtual en defensa de los supuestos valores tradicionales del gamer, y en contra de lo que señalan como una corrupta ética periodística al cubrir esa industria.

Mucha gente tomó posiciones extremas. Se generó una oleada de misoginia en foros hacia desarrolladoras mujeres y público gamer femenino. Hasta hubo doxing (revelaciones públicas de datos privados), amenazas de muerte y, luego de dos meses, más de dos millones de menciones dedicadas al tema.

Sin duda, se trata de la polémica más profunda y enrevesada que ha experimentado la industria de los videojuegos: el conflicto completo podría abarcar todas las páginas de esta revista, con debates que van desde cómo se plasma la figura femenina en los videojuegos, hasta la objetividad del periodismo actual.

Hay tantas aristas como visiones distintas del tema. No hay consenso ni en considerar a #GamerGate un “movimiento” como tal, pero pocos han quedado indiferentes. Por algo la polémica traspasó las fronteras de internet y se instaló en las páginas editoriales, penetrando socialmente en las cada vez más densas texturas de la cultura pop.

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