Por Francisco Aravena F. Febrero 29, 2012

La caricatura del artista loco, del creativo excéntrico, podrá estar perfectamente asentada socialmente, pero ¿votaría usted por un candidato con un historial de enfermedades mentales como depresión, bipolaridad o manías? Quizás la respuesta cambie si la pregunta es: si pudiera haber votado por personajes como John F. Kennedy, Winston Churchill, Martin Luther King o Mahatma Gandhi  ¿lo habría hecho?

Para el psiquiatra estadounidense Nassir Ghaemi la respuesta es "sí" en todas las anteriores. Tras una investigación de cinco años, basándose en archivos médicos, biografías y otras fuentes para reconstruir la existencia de varios líderes de la historia, este psiquiatra especializado en trastornos del ánimo llegó a una conclusión: en tiempos de crisis, aquellos líderes con enfermedades mentales como depresión y manías son mucho mejores que los cuerdos o normales. Lo resumió en un principio que llamó la "Ley inversa de la cordura", que sirve de título para el libro en el cual expuso estos casos y esa tesis. A First-Rate Madness ("Locura de primer nivel") fue publicado el año pasado en Estados Unidos y causó interesantes reacciones. No es primera vez que se examina el vínculo entre poder y locura, pero Ghaemi fue un poco más allá con su tesis, al establecer la relación entre las externalidades positivas de la depresión y la manía y el liderazgo en tiempos de crisis.

"La idea del libro empezó especialmente con mi trabajo clínico. Tengo muchos pacientes que son empresarios, políticos, médicos, abogados… gente exitosa e inteligente. Sabía que hay muchos casos de personas con depresión o bipolares que pueden trabajar y tener incluso más éxito que quienes no lo son. También sabía de investigaciones que habían mostrado algunos rasgos positivos de estos trastornos y quería hablar de esta idea, pero eso no era posible, por razones de confidencialidad. De manera que decidí referirme a los casos de figuras públicas históricas", explica Ghaemi al teléfono desde Boston, donde vive y  se desempeña como profesor de psiquiatría de la Universidad de Tufts, en la que trabaja junto a un becado chileno, Paul Vöhringer, quien lo acompaña durante la entrevista para asistirlo en el español, idioma en el que Ghaemi prefiere contestar.

Su punto de partida fue la guerra civil de Estados Unidos, donde estudió al general William Sherman y a Abraham Lincoln, a cuya depresión atribuye, por ejemplo, el realismo político que le permitió liderar a su país en tan difíciles circunstancias. Luego amplió el espectro hacia los líderes del siglo XX, y se convenció de que lo que estaba descubriendo no eran casos excepcionales, sino derechamente un patrón.  "No es azar, es estadísticamente cierto. Me parece que es casi una ley histórica".      

¿Crisis? ¿Qué crisis?

-Usted hace una distinción entre el liderazgo en tiempos de crisis versus aquel en tiempos de "no crisis". Pero ¿cómo determina qué es exactamente crisis? 

-Es un punto importante. Yo empecé asumiendo que se puede saber cuándo hay crisis, pero ésa es una pregunta para sociólogos o historiadores. De una forma muy sencilla se puede decir que cuando hay guerra hay crisis, como una guerra civil o una mundial. Y en mi libro hay ejemplos de ambas. Se puede decir que hay tiempos económicos duros que representan crisis, una o dos veces por siglo, como la Gran Depresión. O un movimiento social que logra cambios importantes, como sucedió en los años 60 en EE.UU. con los derechos civiles y la oposición a la guerra de Vietnam.

-¿Y hoy? ¿Estamos en una crisis? ¿Es Obama "demasiado normal" para estos tiempos?

-Creo que coloquialmente se dice que actualmente vivimos un tiempo de crisis, pero es secundaria comparada con la de los años 30; es moderada. Sobre el presidente Obama, no podemos estar seguros de que tenga o no depresión. Hay una posibilidad, pero no lo sabremos porque no lo va a decir públicamente. Lo que se ha dicho, lo que ha afirmado él, es que es muy normal, que está muy "ajustado". Por normalidad, entonces, se entiende ajustarse a las circunstancias. Martin Luther King dijo que justamente hay que estar "no ajustado" a las circunstancias en tiempos de crisis. Parece que Obama está muy normal, pero eso quizás no es una gran ventaja a la hora de enfrentar una crisis, de ser creativos.

Los líderes deben estar locos

Parece obvio que si Obama o cualquier otro líder actual tuviera algún trastorno mental hiciera lo posible por ocultar ese diagnóstico: sería ilógico pensar que el electorado querría votar por un paciente mental. Habría que estar…  loco.  ¿O no?  "Después de realizar esta investigación, puedo decir que votaría por un bipolar más que por una persona normal", dice Ghaemi. "Y también por un depresivo, si está recibiendo tratamiento. Especialmente en tiempos de crisis".

Que la suya no sea una posición mayoritaria, Ghaemi lo atribuye al estigma enraizado en la sociedad contra quienes sufren algún trastorno mentales. "Es una discriminación tal como lo es el racismo, pero en este caso no se ha avanzado en los últimos 20 años", explica el psiquiatra. En  A First-Rate Madness, Ghaemi describe el "efecto Eagleton", basado en el caso que demostró que los políticos no estaban -ni están- para arriesgarse a sincerar sus fichas médicas. No en vida.

Thomas Eagleton fue un senador estadounidense que alcanzó a ser brevemente nominado como candidato a vicepresidente en 1972, seleccionado por el candidato presidencial demócrata George McGovern como su compañero de fórmula para enfrentar al presidente Richard Nixon. Cuando  McGovern  supo del historial médico de Eagleton -bipolar, maníaco depresivo, tratado con terapia electroconvulsiva- decidió bajarlo del ticket y reemplazarlo. Nunca sabremos qué tipo de vicepresidente habría sido Eagleton -Nixon fue reelecto, y ya sabemos cómo terminó esa historia-, pero sí sabemos que el hombre volvió al Senado y trabajó con normalidad por casi 20 años. Pero el "efecto Eagleton" perduró.

Las anfetaminas de Hitler

Hace 10 años, quienes se han dedicado a armar el rompecabezas de la biografía de John F. Kennedy tuvieron acceso a una pieza clave con la liberación de sus fichas médicas. Los archivos mostraban un retrato de un hombre que estuvo enfermo y medicado durante la mayor parte de su corta vida. "La regla es que sólo un médico puede examinarlos, y no se pueden copiar. Algunos historiadores pidieron entonces la colaboración de médicos para acceder al material. Yo fui uno de los pocos que, como médico e historiador, pudieron trabajar directamente con las fichas médicas, viendo directamente sus exámenes", afirma Ghaemi.

Para Hitler su trastorno bipolar tuvo beneficios hasta 1937: carisma, creatividad, resiliencia. Pero después, el uso de las anfetaminas le produjo síntomas severos, como psicosis. Fue un cambio notorio. Todo eso puede explicarse por el efecto de las anfetaminas.

Uno de los antecedentes más interesantes que salieron a la luz entonces fue que, en 1947, a los 30 años, Kennedy fue diagnosticado con el mal de Addison, una rara enfermedad hormonal que fue tratada con dosis diarias de esteroides. Ghaemi explica que aquello tuvo consecuencias sobre otros trastornos del líder político. "Kennedy tuvo síntomas suaves de manía. Por su  hipertimia - una persona con mucha energía, muy sociable y creativo, que acepta riesgos- tenía más susceptibilidad frente a los antidepresivos y esteroides. Y esto le produjo manías como, por ejemplo, su hipersexualidad. En 1961 y 1962 Kennedy estaba usando muchos esteroides, testosterona especialmente, y estaba tomando decisiones de manera inestable. En el último año, los médicos de la Casa Blanca lo forzaron a ir abandonando el uso de esteroides; eso causó un cambio en su presidencia, porque lo hizo evaluar las cosas de forma más centrada. Le hizo bien".   

-Usted corrió un riesgo al incluir a Hitler entre los líderes de su libro…

-Sí, estoy de acuerdo. Cuando expandí mi investigación a otros tiempos, llegué al juicio de Nuremberg. Ahí, los líderes nazis eran investigados muy cuidadosamente y casi todos eran normales, sin enfermedades mentales. Escribí de ese ejemplo para mostrar cómo ser normal no es una garantía de ser un líder bueno, fuerte y aceptable. Uno puede ser muy normal y muy malo. Pero no podía hablar de ellos sin Hitler, y fue por eso que lo incluí. No sabía, antes de empezar, a dónde llegaría en mi investigación. Había quienes decían que Hitler era normal y muy malo. Otros, que era insano. Yo llegué a la misma conclusión: me parece muy claro, especialmente por las memorias escritas por un amigo cercano, que tenía momentos de depresión y manía, un trastorno bipolar muy claro. Había documentación que establecía muy claramente que había recibido anfetaminas intravenosas durante 8 años; después de descubrir eso, todo me pareció comprensible. Su historia no es sólo de trastorno mental ni de adicción a anfetaminas, pero sí de interacción entre ambos.  Una de las ideas centrales de mi libro es la de los beneficios de la depresión y manía, pero esto es cuando los síntomas son moderados. Si son muy severos pueden llegar a la psicosis, y es mucho más negativo que positivo. Puede decirse que en el caso de Hitler su trastorno bipolar tuvo beneficios hasta 1937: carisma, creatividad, resiliencia. Desde el punto de vista de mi tesis, los síntomas de su enfermedad le ayudaron. Pero después, el uso de las anfetaminas le produjo síntomas severos, como psicosis. Sus cercanos describieron un cambio notorio en su comportamiento. Todo eso puede explicarse por el efecto de las anfetaminas.

-¿O sea que las anfetaminas causaron la Segunda  Guerra Mundial y el holocausto?

-No las anfetaminas, sino la interacción. Usted no haría las mismas cosas si le doy anfetaminas. Ahora, seamos claros: todo esto no quiere decir que Hitler no tenga responsabilidad por lo que hizo. Sólo estamos hablando de cómo podemos entender lo que hizo antes y después del 37, y las anfetaminas son una parte importante de la historia. No son toda la explicación.

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