Por quepasa_admin Agosto 18, 2011

Dos años de terapia le tomó a Ernesto Solís superar la sorpresiva muerte de su madre. Tenía 35 y estaba en México, sin nada que hacer al respecto. Fue un golpe bajo para este ejecutivo de confesa manía por el control total. Hoy se levanta cada mañana para llegar a una oficina con la muralla empapelada con tomas aéreas de cementerios y planos de Santiago, con pins de colores que marcan las parroquias donde construir columbarios, esos nichos para ubicar las cenizas de una persona y que en 2011 son su gran apuesta de negocio. Sin duda que ese tiempo en el diván vale oro para enfrentarse a diario a la pelá, la parca, la huesuda, la calavera, la calaca, la dama fría.

La sombría estética relacionada inconscientemente con tal empresa está a años luz del estilo de este gerente que le gusta hablar en clave internacional ("Be positive!", "career track", "salaries", "goal-oriented"). Es obvio que su infancia en Melipilla está más lejos que sus días de MBA en Michigan y las jornadas en los cuarteles neoyorquinos de Pepsi.

A Acoger llegó hace ocho meses desde LAN -donde le tocó trabajar cerca de Enrique Cueto-,  reclutado por un headhunter que lo sedujo definiendo al nuevo proyecto como "una industria superparticular, para no decir 'de la muerte'…", explica con humor.

De inmediato se dio cuenta de la particularidad: "Ésta es una área bien especial, porque nadie quiere conocerla ni hablar de ella. Pero existe y tienes que hacerte cargo".

Un escenario bien importantel para cumplir los 40  ("the second half of my life"). "Por eso leo harto, bailo, salgo a comer. Disfruto al máximo porque nunca se sabe", bromea. "Sobre todo en el negocio en el que estoy".

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