Por quepasa_admin Agosto 18, 2011

Una noche de julio, un par de semanas después de cumplir 40, Claudia Acuña oyó a Daniel, su hijo de cuatro meses, llorar en el camarín. Mientras sentía cómo su garganta se comenzaba a apretar en medio de una canción en el Dizzy's Club del Lincoln Center, tuvo que tomar una rápida decisión.

"Cambié el set", dice, riéndose de su ocurrencia en medio de una amable noche del verano de Brooklyn. "Hice un dúo con el guitarrista para que él pudiera ir a cuidarlo".

"Él" es Mark Kelley, su marido, un destacado bajista tejano (sus créditos incluyen también a Queen Latifah y Meshell Ndegeocello) con quien se casó hace un año.
"Fue amor a primera vista", dice la cantante sobre su relación con Mark, mientras toma a su hijo Daniel en el fondo de un restaurante mexicano de Clinton Hill, a pocas cuadras del hogar de la pareja.

La historia de Acuña es tan conocida como improbable: tras hacerse un nombre como vocalista de jazz (un género que dice haber conocido sólo a los 15 años) en la escena santiaguina, en 1995 se mudó a Nueva York a probar suerte. Tras sobrevivir haciendo toda clase de trabajos -el más célebre de ellos fue cuidar los abrigos en el club de jazz Blue Note-, en apenas cinco años logró lanzar su disco debut con la prestigiosa etiqueta Verve.

Pero a pesar de haberse establecido en la escena neoyorquina (el New York Times dice de su canto cosas como que combina "lo terrenal con la flotabilidad"), Acuña nunca ha olvidado a Chile. Su último disco (En este momento, 2009), por ejemplo, incluye sus versiones para tres clásicos de Víctor Jara; y la cueca sigue colándose en medio de su música.

"Obviamente que hay un cambio", dice sobre la evolución social y política del país que dejó atrás y mira a la distancia. "Como en todo, si no hubiese un cambio nos estancamos. Pero lo que me da miedo y no me gusta es que creo que hay un apuro intenso en poner la pata en el acelerador, de tratar de ponernos al día con el resto del mundo, y en eso siento que se ha perdido un poco la identidad".

"Me da susto cómo se está vendiendo el país", continúa. "Hay un apuro por hacer negocios, pero no protegemos recursos naturales que en Chile se están agotando. Hay que mantener un balance entre ir a lo moderno y proteger lo que nos pertenece, y le pertenece también al planeta. (¡Mira lo que se está haciendo en Pascua Lama, por ejemplo!)".

Pero aquí en Nueva York sus preocupaciones cotidianas son otras: su familia, dónde vivir, "grabar un disco que me ponga de una manera más sólida en el mapa". 

"Al principio tuve todas esas aprensiones sobre cumplir 40, de envejecer, de que entras en otros números", dice sobre su reciente cumpleaños. "Pero después me di cuenta que es un honor cumplir años. Tengo todo lo que siempre he soñado -una pareja que amo con el alma, un hijo precioso y una carrera maravillosa, que siento que está recién explotando- y ahora me toca mantenerlo".

"¡Además, encuentro que me veo regia, que tengo una piel muy bonita, y que todo está todavía en su lugar!".

Y entonces lanza una carcajada profunda que estremece su pelo negro y el cálido aire de la noche. Una carcajada inconfundiblemente chilena.

Relacionados