Por Alfonso Gómez Abril 5, 2012

La astronomía está viviendo su era dorada.  Hoy sabemos que existen miles de millones de galaxias (algo desconocido hasta hace menos de cien años), contamos con un modelo universalmente aceptado del origen del universo, tenemos evidencia de la existencia de planetas más allá del sistema solar, entre muchos otros avances.  El desarrollo de estos conocimientos tiene relación directa con el diseño de telescopios que permiten "ver", en distintos tipos de radiaciones, rincones del cosmos cada vez más remotos.

No es aventurado afirmar que muchas de las nuevas preguntas y sus respectivas respuestas, muy probablemente tendrán su origen en datos provenientes de alguno de los observatorios instalados en Chile.  A la existencia de Tololo, La Silla, ALMA y Paranal, se  sumarán en la próxima década inversiones adicionales por unos 4.000 millones de dólares. De aquí al año 2020, el 70% del poder de observación astronómico sobre la faz de la Tierra estará instalado en el norte de Chile. Nuestro país es y será cada día más el principal ojo de nuestro planeta hacia el universo.

La semana pasada, una joven astrónoma chilena, Cinthya Herrera, hizo historia al publicar el primer ensayo científico basado en datos capturados desde ALMA, el gigantesco complejo astronómico inaugurado recientemente en las cercanía de San Pedro.  La BBC no escatimó elogios para destacar el valor del trabajo de nuestra compatriota, en lo que es sólo un ejemplo del enorme potencial que estas instalaciones representan para nuestros científicos y nuestro país en general.

La enorme inversión en infraestructura astronómica en nuestro territorio se explica en parte por ciertas condiciones geográficas y climáticas únicas de nuestro Norte.  Sin embargo, ello es sólo una condición necesaria.  Estos telescopios, extremadamente sofisticados, no se habrían instalado en Chile de no ser porque el país cuenta adicionalmente con capital humano y una solidez institucional que resultan una garantía, clave para el buen funcionamiento de los observatorios.

La pregunta que surge natural es ¿se limitará Chile a proveer la hotelería para los telescopios o podemos aspirar a explotar esta realidad de una manera más rica y compleja?  ¿Podemos conformarnos con ser la fuente de captura y exportación de datos astronómicos, que luego reimportaremos en la forma de descubrimientos científicos, nuevas teorías sobre el origen del universo o la noticia del nuevo Premio Nobel de Física que alguien ganó en un país remoto, a partir de datos capturados en el norte de Chile?  Nuestro país tiene hoy una oportunidad histórica; capitalizar el astronómico privilegio de albergar la más sofisticada infraestructura de telescopios sobre el planeta.

Los acuerdos internacionales por los que Chile ha cedido el uso de su suelo a los grandes consorcios europeos, norteamericanos y japoneses que lideran el desarrollo de la tecnología de telescopios, garantizan para los astrónomos basados en Chile hasta un 10% del tiempo total de observación.  Existe por lo tanto un incentivo único para que nuestras universidades y nuestros jóvenes desarrollen programas de astronomía de clase mundial. Tenemos todo a nuestro favor, incluidos clima y calidad de vida en general, para atraer a los mejores talentos en las ciencias astronómicas. 

Adicionalmente, la construcción, mantención y operación de los grandes observatorios requiere hoy y requerirá, cada vez más, de sofisticados servicios de muy diverso tipo, incluyendo ingeniería estructural, procesamiento de datos y logística, por nombrar sólo tres áreas en las que podemos generar clusters de alto impacto económico.

Por último, sería muy miope limitar nuestra visión del potencial de la astronomía a los beneficios que ésta tiene para la comunidad científica y tecnológica. Por su naturaleza y su conexión con las preguntas esenciales del hombre, la astronomía tiene el potencial de convertirse en un eje central de nuestra identidad como nación.  A menudo los chilenos nos sentimos pertenecientes a una tierra de poetas; pues bien, la envergadura de la actividad astronómica hace posible imaginar que el país desarrolle un "conciencia astronómica", haciendo de ésta un componente único y diferenciado de nuestra realidad cultural.  No debe subestimarse lo que algo así puede significar para la imagen de nuestro país en la economía global.

No se necesita un gran telescopio para darse cuenta que la astronomía representa una formidable fuente de inspiración y de movilización hacia el desarrollo.  Limitarnos a albergar telescopios constituiría una farra histórica que nuestra generación no se puede permitir.

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