Por Enrique Mujica, Director Abril 16, 2010

En abril de 2006, en un encuentro con jóvenes italianos realizado en Roma, un veinteañero le preguntó a Benedicto XVI cómo había descubierto su vocación. El Papa se explayó sobre su relación desde niño con la liturgia. Al abordar las dificultades que surgieron en su camino hacia el sacerdocio, dijo: "Me preguntaba si tenía realmente la capacidad de vivir durante toda mi vida el celibato".

En esta edición, abordamos el celibato, esa encrucijada que debió enfrentar el entonces joven Ratzinger.

Esta semana, las declaraciones en Chile del cardenal Tarcisio Bertone -el número dos del Vaticano, que realizó un cruce espinoso entre pedofilia, castidad y homosexualidad- causaron polémica mundial.

La precisión que hizo a posteriori la Santa Sede permite colegir que el celibato como tema está ahí, visible, patente: desde Roma aclararon que el cardenal trató de argumentar, sobre la base de estudios internos que posee la Iglesia, que la abstinencia no tiene que ver con los abusos sexuales cometidos a menores. Eso fue lo que, según el Vaticano, quiso decir Bertone. Defender el celibato. Liberarlo de sospecha.

Dos puntos de vista presentamos en esta revista para aportar al debate: la opinión del sacerdote José Miguel Ibáñez Langlois y la del teólogo Hans Küng, uno de los más agudos opositores mundiales de Joseph Ratzinger.

No sólo el mundo laico observa con interés esta reflexión. También el eclesiástico. Y, por cierto, el no creyente, que pese a no pertenecer a la Iglesia, sí reconoce el poder y la influencia que ésta tiene sobre buena parte de la humanidad.

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