Por Mónica González Abril 16, 2010

Cinco periodistas han sido asesinados este año en México. Seis en Honduras. Las amenazas para los profesionales que intentan develar la corrupción entre mafias armadas y narcos en Colombia suceden cada día, mientras los intentos autoritarios de distintos gobiernos que se dicen progresistas convierten a los periodistas en sus enemigos públicos. Y por doquier la crisis del modelo de negocios de los medios de comunicación, la concentración de su propiedad y la censura hipócrita que se instala desde la publicidad -su principal sostén económico- condenan a cientos de profesionales a la cesantía, al reporteo superfluo o mentiroso o al trabajo sin horario y con pésimos sueldos. En paralelo, un periodismo farandulero transforma nuestra vida cotidiana en algo banal. En ese panorama de urgencia, la Unesco me acaba de entregar el Premio a la Libertad de Prensa 2010. Un tributo a los periodistas chilenos que bajo condiciones de extrema precariedad, acoso sistemático y a riesgo de sus vidas elevaron el periodismo a niveles inéditos para informar e intentar desarmar la máquina de la muerte. No sólo eso se hizo en esa época. También desarrollamos complicidad y colaboración generosa entre nosotros, además de cariño y cuidado mutuo. En los últimos 20 años de democracia, esas redes y esa fraternidad se fueron diluyendo. Con optimismo veo en distintos medios que nuevamente emerge una fuerza que busca informar de verdad, echar mano a la mejor pluma y al mejor talento con el sonido o la cámara para reencantar a los chilenos con su identidad, desentrañar sus miedos, ejercer sus derechos e impedir que se aniden nuevos nichos de corrupción. Con emoción y pudor me iré a Australia a nombre de nosotros, los periodistas que con trabajo y esfuerzo reclamamos respeto y dignidad para un trabajo indispensable como el pan, el agua y el aire para los ciudadanos.

* Directora de Ciper.

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