Por Enrique Mujica, Director Noviembre 21, 2009

¿Qué implica que seamos un país desconfiado?

Vamos viendo.

Un empresario argumenta que en esa desconfianza reside, en gran parte, la falta de meritocracia. "Por algo que tengo en mi cabeza prefiero diablo conocido. Es decir, a currículos iguales, la balanza la carga el hijo de fulano o el hermano de zutano".

Extrapolemos dicho raciocinio -no sé si sea la palabra adecuada, pero en fin- al mundo público: el nepotismo. Castas inagotables de parientes y amigos en cargos de confianza. Oídos sordos y lealtades férreas a prueba de escrutinios ajenos.

El sinfín de trámites para abrir una empresa denota suspicacias per se. Un emprendedor es un sospechoso en potencia para el Estado.

La cantidad de micropaíses que contiene este país. Los ghettos son consecuencia de la desconfianza que luego muta en miedo.

El centralismo, por qué no, también es signo de sospecha.

El mercado funciona sobre la base de la confianza. El actual pánico por la letra chica es antónimo de lo anterior.

Más de alguna organización benéfica se queja de que, en el último tiempo, los chilenos han dejado de dar dinero porque no confían en su destino. Ni en quienes lo recolectan. De ahí quizá nuestra paupérrima tradición filantrópica.

¿Queremos pequeñas repúblicas independientes -barrios, castas, clases- conviviendo en una especie de paz armada? Sin confianza no hay país posible.

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