Por Evelyn Erlij, desde Francia. Julio 18, 2016

No más marchas masivas, no más civiles abrazando policías, no más cantos eufóricos de la Marsellesa ni pancartas que digan Je suis Nice. Francia está cansada del déjà vu, está cansada de los minutos de silencio, está cansada de llorar a sus muertos. Desde los atentados contra Charlie Hebdo, en enero de 2015, ha habido que acostumbrarse a vivir con miedo, a soportar interrupciones diarias en el metro por paquetes sospechosos, a ser inspeccionado en tiendas y museos, a ver circular militares con armas largas. Desde hace tiempo que el instructivo "Reaccionar en caso de ataque terrorista" cuelga en los muros de los lugares públicos, y hace más de un año que ha habido que luchar contra los propios prejuicios para no sospechar de cualquiera. Francia está agotada de escuchar a su primer ministro, Manuel Valls, decir que "estamos en guerra".  A estas alturas, Francia ya no quiere más guerra.

El 14 de julio pasado, al menos durante unas horas, hubo fe de que las cosas cambiarían: en la mañana de ese día, el presidente François Hollande anunció el fin del estado de emergencia decretado después de los atentados de noviembre. "No podemos prolongarlo eternamente", dijo en una entrevista, y recalcó que sólo debe emplearse en "situaciones excepcionales". Parecía el indicio de una vuelta a la normalidad. Nueve horas más tarde, un hombre de 31 años embestía a una multitud en Niza, en la Costa Azul, segunda puerta de entrada de turistas en Francia, dejando 84 muertos y unos 300 heridos, varios de ellos en estado de gravedad. Hollande debió retractarse: vuelta al estado de emergencia, vuelta a la retórica belicista.

"Ganaremos la guerra contra el terrorismo, pero habrá más muertos inocentes (...). El riesgo cero no existe. Decir lo contrario es mentirle a los franceses. Siempre he dicho la verdad sobre el terrorismo: nos están librando una guerra, habrá nuevos atentados. Es difícil de decir, pero otras vidas serán truncadas", afirmó el domingo Manuel Valls al diario Le Journal de Dimanche. El mismo día, en el periódico de derecha Le Figaro, Alexis Brézet, editor general, escribió: "¡A las armas, ciudadanos! gritamos a todo pulmón —en referencia a la Marsellesa—, pero nuestras armas son las de la paz: velas, hashtags, marchas y las sutilezas de nuestro Código Procesal Penal (...) La guerra, ¿qué guerra? ¡Pero si vivimos como si fueran tiempos de paz!".

El ambiente que se vive hoy lunes, cuatro días después del atentado, demuestra que la "retórica de la honestidad" que han adoptado Hollande y Valls en cuanto a la certeza de futuros ataques suena en los oídos franceses como un discurso derrotista. Los mismos analistas políticos que el año pasado alabaron la reacción del presidente tras la masacre de París, hoy hablan de una "falta de mano dura". Según una encuesta de Le Figaro, el 67% de las personas interrogadas el viernes pasado no tienen confianza en el mandatario y en sus políticas contra el terrorismo. Peor aún, en Niza, durante el minuto de silencio que tuvo lugar hoy al mediodía, muchos pedían su renuncia y abucheaban al primer ministro, presente en el evento. Esto, a pesar de que, según Valls, 16 atentados masivos han sido desarticulados durante el mandato de Hollande.

A diferencia de lo que ocurrió tras los ataques de Charlie Hebdo, los llamados del presidente a la unidad nacional no fueron oídos. Apenas unas horas después de la tragedia, la derecha y la extrema derecha, en vez de sumarse al duelo nacional y ofrecer su apoyo al gobierno, atacaron sin piedad a Hollande. No hay que olvidar que las elecciones presidenciales de 2017 están a la vuelta de la esquina: no es extraño que las primeras críticas hayan venido de los posibles futuros presidenciables, entre ellos, los derechistas Nicolas Sarkozy, François Fillon y Alain Juppé; y Marine Le Pen, líder del Frente Nacional. Por decirlo de manera coloquial: entre políticos enardecidos y potenciales terroristas en libertad, Francia parece una olla de grillos.

Muchos políticos hablan de una "impotencia del poder ejecutivo", pero la gran pregunta es: ¿se pueden prevenir ataques de esta naturaleza? 64 funcionarios de la policía nacional, 42 de la policía municipal y 20 militares estaban presentes en las celebraciones del 14 de julio en Niza. La clave, dicen los expertos, no está sólo en mejorar las formas de protección, sino también en comprender la nueva estrategia del "terrorismo low-cost" o "lumpenterrorismo", en el que no se necesita una gran logística ni mucho dinero para organizar atentados. Francia ya ha sufrido al menos seis ataques de este estilo: en diciembre de 2014, un hombre que gritaba "Allah akbar" atropelló a 13 transeúntes en Dijón, y en febrero de 2015, en Niza, un treinteañero acuchilló a tres personas frente a un centro judío.

En el intertanto, los discursos se radicalizan. "La guerra es total, será ellos o nosotros", advertía ayer Sarkozy, mientras el Frente Nacional, el partido ultraderechista, iniciaba, sin filtro y sin eufemismos, su campaña antiinmigración. Pero mientras los legisladores debaten cómo combatir el terrorismo en el marco de la ley —en 2016, cinco leyes vinculadas a este tema fueron aprobadas— y Hollande sigue pidiendo unidad nacional, el pueblo francés, abatido y enrabiado, se pregunta cuándo acabará la pesadilla, cuándo el país, con sus militares en las calles y el riesgo continuo de ataques suicidas, dejará de parecerse a Israel. El hashtag del jueves pasado no fue #JeSuisNice, sino #JeSuisÉpuisé ("estoy agotado"). No más marchas masivas, no más Marsellesas eufóricas: Francia ya no quiere más guerra.

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