Por Francisco Aravena Abril 16, 2015

"Pistorius es un personaje muy extremo para lo bueno y para lo malo, y también lo es Sudáfrica. Tiene la gente más fantástica y admirable del mundo; pero también tiene gente terrible. Y Pistorius es un hombre orquesta que reúne toda la gama de virtudes y defectos".

Uno podría confundirse y afirmar que John Carlin tiene algo de periodista deportivo. Pero Carlin, el autor de Los ángeles blancos (2004), sobre la etapa “galáctica” del Real Madrid, y de La tribu: el fútbol visto desde el córner inglés (2012), una recopilación de sus columnas para el diario español El País -una sección llamada justamente “El córner inglés”-, es tajante al desmentirlo. El también coautor de Rafa (2013), la biografía de Rafael Nadal, escrita junto al propio tenista, deja claro que de periodista deportivo no tiene nada. Que sus años de trabajo de investigación y entrevistas para escribir el guión de un documental sobre el equipo del FC Barcelona dirigido por Pep Guardiola -“el mejor que se ha visto en la historia”, sentencia él- (que iba a dirigir su amigo Paul Greengrass, el cineasta detrás de la trilogía Bourne) no resultaron en más que una gran frustración.  “Fue un problema de derechos de las imágenes y de tratar con gente bastante repugnante de ese mundo y al final todo se esfumó”, dice, y explica que de volver a hincar sus dientes en un proyecto así, ni hablar: “Prefiero disfrutar del fútbol y no tener que tratar con su gente”. Finalmente, Carlin asegura que su último libro, Pistorius, la sombra de la verdad (2014), una impecable crónica sobre el ascenso y caída del héroe deportivo sudafricano Oscar Pistorius, condenado a cinco años de cárcel por el asesinato de su novia a punta de balas dum-dum durante la noche de San Valentín de 2013, tiene mucho menos que ver con el deporte y mucho que ver con una historia sencillamente extraordinaria.

“Llamarme periodista deportivo es menospreciar a quienes lo son de verdad”, dice al teléfono Carlin, en perfecto español, mientras sube a un auto en alguna parte de la ciudad de Nueva York, desde donde hace pocos días firmó una columna para El País sobre el encuentro por la NBA entre los Brooklyn Nets y los Atlanta Hawks. “Yo no soy capaz de analizar la táctica de un partido, no soy una enciclopedia ambulante”, agrega. “Soy un poco un mercenario, un vendedor de palabras que escribe un poco sobre todo, y me sorprende a veces que la gente me publique sobre temas que quizás no domino”.

Si tiene razón, entonces habría que decir que Carlin es un periodista no-deportivo que es muy, muy bueno en establecer -aunque sea por propósitos narrativos- impecables y convincentes paralelos entre deporte y grandes procesos históricos, políticos y sociales.  Pero él, que en la mencionada columna sobre el partido de básquetbol establece una relación inversamente proporcional entre la violencia en los estadios europeos y el espíritu de fiesta infantil de los eventos deportivos estadounidenses y la violencia social en los respectivos países (“la sociedad estadounidense, por más infantilizada que sea, es muchísimo más violenta que la europea”, anota, “dejar que la gente descargue sus broncas en un estadio no es necesariamente malo para la paz social”), tampoco está tan de acuerdo con esa afirmación.

Por supuesto, la referencia ineludible -el “elefante en la habitación” cuando se juntan los términos deporte + sociedad + Carlin- es su libro más famoso. El factor humano (Playing the enemy, en su título original en inglés, de 2008) -llevado al cine por Clint Eastwood en Invictus (2009)- lo consagró como una fuente ineludible en todo lo referido a Nelson Mandela. Pero en cuanto a los paralelos deportivos - político sociales, dice Carlin, ese caso fue sólo una excepción, tan excepcional como el mismo Mandela y la extraordinaria historia de su liderazgo de un país de enemigos hacia una reconciliación ejemplar.

“No creo que el caso de Sudáfrica sea repetible en otros lugares. Además, el rugby no es un deporte que a mí especialmente me interese, pero cuando ocurrió ese evento, ese día, en esa final del Mundial de Rugby, entendí que estaba presenciando un evento político trascendental”, dice el periodista. “Si cualquier aficionado al rugby lee El factor humano va a quedar muy decepcionado; deben haber dos páginas de rugby en total”.

Excepcional como también lo es el caso de Ruanda, país que Carlin ha visitado varias veces para comprobar el avance de la reconciliación entre hutus y tutsis tras el genocidio de 1994. En una crónica de 2004, en la que relata un inverosímil partido de fútbol entre unos y otros, en Gashora (“esto es como si los exterminadores de las SS hubieran jugado al fútbol, en 1950, contra los supervivientes de Auschwitz, mientras otros miembros de las SS y familiares de los muertos les contemplaban desde las gradas”, compara), Carlin destaca el uso del fútbol como “instrumento de reconciliación”. “Quizá el símbolo más elocuente del milagro de la reconciliación que se está viendo a escasos diez años desde el genocidio es la selección nacional de Ruanda, en la que juegan juntos hutus y tutsis, y a la que apoyan hutus y tutsis con el mismo fervor”, escribe.

“Bueno, quizás es el hecho de que soy una persona a la que le gusta mucho el fútbol en particular”, concede finalmente Carlin al teléfono, a pocos días de viajar a Chile como invitado de honor de la ceremonia de entrega del Premio Periodismo de Excelencia de la Universidad Alberto Hurtado, el miércoles 22. “Igual tengo cierta sensibilidad para ver esas cosas que quizás otros no verían”, se permite admitir.

Pero luego advierte: “Cualquier corresponsal con los ojos más o menos abiertos que hubiera estado ahí ese día,  presenciando ese partido en Gashora, hubiera escrito algo bastante parecido, y hubiera entendido el significado político de lo que estaba ocurriendo”.

 

EL CORREDOR Y SU SOMBRA
“Soy escritor de libros y busco historias. Y muchas historias mejor que esta sencillamente no hay”, declara John Carlin a modo de explicación para los 18 meses en los que trabajó investigando un caso en desarrollo: la vida del atleta paralímpico -y luego olímpico- Oscar Pistorius, que tras matar a su novia, la modelo Reeva Steenkamp (premeditadamente, alegaba la fiscalía; accidentalmente, alegaba él), esperaba veredicto y sentencia en un juicio transmitido a todo el mundo mientras el autor tomaba nota en la sala del tribunal y entrevistaba a cuanta fuente podía, incluido el propio corredor.     

-Al escribir sobre Pistorius, establece paralelos entre la historia del héroe deportivo y la historia de Sudáfrica: un sobreviviente que supo sortear los obstáculos más improbables; un pragmático cuyos padres supieron tomar una decisión radical, como amputarle las piernas para permitirle llegar más lejos…
-Sí, por supuesto. Intento hacer una representación de Pistorius como, hasta cierto punto, una metáfora de su país. Claro, hay que tener cuidado con estas cosas, porque no siempre las cosas son un total y fiel reflejo, pero yo creo que él tiene muchas cosas que representan a su país. Y lo digo al final del libro: es un personaje muy extremo para lo bueno y para lo malo, y también lo es Sudáfrica. Tiene la gente, para mí, más fantástica y admirable del mundo; pero también tiene gente terrible. Y Pistorius es un hombre orquesta que reúne toda la gama de virtudes y defectos que pueden tener los seres humanos. Y creo que eso se ve también reflejado en Sudáfrica.

-¿Qué cree que ha significado para los sudafricanos la caída de este héroe?
-Ha sido bastante duro, decepcionante, por supuesto. Y para mucha gente la caída de Pistorius ofrece un reflejo de las decepciones que han ido acompañando el proceso democrático de Sudáfrica, con las grandes expectativas que se generaron con Mandela, y ahora 20, 25 años después, no está catastróficamente mal, pero hay bastante corrupción e ineficacia en el gobierno, bastante pobreza y una sensación de expectativas frustradas. En ese contexto dramático, el colapso del héroe Pistorius de cierto modo refleja esta decepción nacional y también hace que la gente profundice más en esa sensación de decepción y frustración.   

-La historia del héroe convertido en villano es excepcionalmente dramática. Investigando más en su historia, ¿qué fue lo que a usted más lo sorprendió?

-Por un lado, ya me imaginaba que en su lucha para superar sus tremendas debilidades y para lograr correr en los Juegos Olímpicos tendría que haber mostrado una perseverancia y ambición absolutamente descomunales. Pero aun así me sorprendió descubrir cómo él se sacrificaba para ir mejorando sus tiempos, cómo corría y corría y le sangraban los muñones; le salían ampollas y seguía corriendo y metiéndole todas las ganas del mundo, aunque la sangre le corriera por sus prótesis. Yo he estado con deportistas excepcionales, como Rafael Nadal y otros que por supuesto se esfuerzan muchísimo para lograr sus objetivos, gente que tiene un temple y una personalidad muy por encima de lo normal. Pero en el caso de Pistorius iba tantísimo más lejos. Él seguía corriendo con lesiones que harían que un Rafa Nadal o un Messi se tomaran dos, tres meses fuera, descansando. Me sorprendió eso, por un lado, lo extremo de su deseo de superación. Y también me sorprendió su gentileza, su bondad, su generosidad con muchísimas personas, muchísimos casos que nunca habían salido a la luz, que yo descubrí por casualidad, que él no había publicitado, y me llamó mucho la atención, no me lo esperaba para nada.

Carlin, quien ha dicho que su libro sobre Pistorius es su obra mejor escrita, cree que tiene tantas dudas como el juez que sentenció al corredor por homicidio culposo sobre qué pasó realmente esa noche.

TIRO DE ESQUINA
En sus columnas de “El córner inglés” en El País, Carlin alterna la excusas deportivas con crónicas derechamente políticas: desde Gran Bretaña a Rusia, desde Colombia al Vaticano; pasando por supuesto por el país donde vive, España. En enero publicó una serie de tres artículos en los que explora el fenómeno de Podemos.

-¿Por qué cree que en España, a diferencia de Francia, Alemania y otros países europeos, la respuesta al descrédito de los partidos políticos tradicionales no ha llegado desde la ultraderecha y el nacionalismo?
-Es muy interesante. No sé cuál es la explicación, pero para mí habla muy bien de los españoles, que no están buscando chivos expiatorios entre los extranjeros, no están recurriendo al racismo. Demuestra un lado, a fin de cuentas, generoso de los españoles que yo siempre he visto, a mí me encanta España, es mi país favorito. Y en cierto modo esto me justifica en mi sensación de escogerlo como el país donde quiero vivir la mayor parte de los días que me quedan de vida. Ahora, ir más allá, no sé… España tiene una experiencia reciente de ultraderecha en el poder con el franquismo y hay un repudio a eso, y cualquier partido que tuviera aunque sea un eco franquista no va a prosperar. También está eso.

-Usted escribe que la fuerza de Podemos no radica tanto en sus ideas como en su mensaje moral. Parece un movimiento contestatario bastante optimista…

-Creo que sí, bueno, más que optimista esperanzador. Ofrece esperanza, que es lo que la gente busca. Mi preocupación es que va a acabar siendo otra falsa esperanza.

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