Por Sabine Drysdale Enero 29, 2015

La literatura puede surgir de los lugares más improbables, de los estados más miserables, de los seres despojados, incluso, de su dignidad. Lo comprueban las 466 páginas de Guantánamo Diary, el manuscrito que redactó el mauritano Mohamedou Ould Slahi en 2005. Un material desclasificado tras una ardua batalla legal,  y recién lanzado en más de veinte países convertido en un libro, que relata los catorce años que el prisionero lleva viviendo en ese infierno enclavado en el paraíso caribeño, sin dios ni ley, cercado por alambres electrificados, donde ha sido brutalmente torturado.

“Nunca me he sentido tan violado como desde cuando el equipo DoD empezó a torturarme para que admitiera cosas que jamás había hecho”, escribe en el libro, un texto conmovedor que redactó en inglés, su cuarto idioma. Un libro que el novelista británico John le Carré ha descrito como “una visión del infierno, Orwell más allá de Kafka: la tortura perpetua prescrita por los doctores dementes de Washington”.

“He tratado de no exagerar, pero tampoco de minimizar, he tratado de ser lo más justo posible con el gobierno de los Estados Unidos, con mis hermanos y conmigo mismo”, escribe Mohamedou, considerado un “pez gordo” del terrorismo contra los EE.UU., un reclutador de Al Qaeda, lo que le valió el “trato especial” de parte de sus interrogadores.

Entre sus tormentos sufrió vejaciones sexuales de parte de dos mujeres, que sus captores, siempre enmascarados, gozaban mirando. “Me paré , las dos xxxxx (texto tachado) se sacaron sus blusas y empezaron a hablarme sucio. Lo que realmente me dolió fue cómo me obligaron a participar de un trío sexual de la manera más degradante posible. Lo que muchos xxxxxx (texto tachado) no entienden es que a los hombres se les daña de la misma manera que a las mujeres, al ser forzados a tener sexo”. Trató de abstraerse rezando . “¡Para de rezar!”, le dijeron sus captores. Pero él no se detuvo y eso significó que le prohibieran rezar durante un año.

“En los campamentos secretos la guerra contra la religión islámica era más que obvia. No sólo no había señales de la dirección de La Meca, sino que los rezos y rituales estaban prohibidos. Recitar el Corán estaba prohibido, la posesión del Corán estaba prohibida, el ayuno estaba prohibido”, relata.

La odisea de Mohamedou empezó en su natal Mauritania en noviembre de 2001, cuando se entregó voluntariamente a la policía local que lo buscaba para interrogarlo, como tantas otras veces, a pedido de los Estados Unidos. Llegó manejando su propio auto porque le aseguraron podría volver a su casa. Pero lo mantuvieron en custodia y, una semana más tarde, lo secuestraron: lo metieron en un avión a Jordania, donde llegó a un campamento secreto de la CIA. Ahí fue interrogado arduamente sobre su eventual participación en el llamado “Millennium Bomb Plot”, un plan para hacer volar el aeropuerto de Los Ángeles el día antes de año nuevo del 2000. De Jordania, la CIA lo mandó a una base de la Fuerza Aérea en Afganistán y luego a Guantánamo.

“En el ‘lugar secreto’”, dice en referencia a su celda de aislamiento en Guantánamo, “el sufrimiento físico y síquico deben estar en su nivel más alto. No debo saber la diferencia entre el día y la noche (...) mi tiempo consistía en una locura de oscuridad todo el tiempo. Me hacían pasar hambre durante largo tiempo y luego me traían comida, pero no me daban tiempo para comer. ‘¡Tienes tres minutos. Come!’ me gritaba un guardia, que luego de un  minuto y medio me quitaba el plato. O luego pasaba lo contrario. Me daban demasiada comida y un guardia venía a mi celda a obligarme a comérmela toda”.

Parte del tratamiento era no dejarlo dormir. Le bajaban la temperatura de la celda al máximo. Lo obligaban a tomar botellas de agua cada una o dos horas, dependiendo del ánimo de los guardias, veinticuatro horas al día. “Las consecuencias eran devastadoras. No podía cerrar mis ojos por más de 10 minutos porque estaba sentado gran parte del tiempo en el baño”. Cada vez que se acercaba un guardia a la puerta de su celda, tenía que estar despierto. Y entraban a cada rato. Lo obligaban a ordenar una y otra vez su celda, y su frazada siempre tenía que estar doblada, lo que significaba que nunca podía usarla para cubrirse. El excusado debía estar siempre seco, algo imposible, cuando estaba orinando todo el tiempo, así que debía secarlo con su propio uniforme que quedaba lleno de su propio excremento. Empezó a alucinar, a escuchar voces, las de su familia en conversaciones triviales, voces que recitaban el Corán. “Estaba a punto de volverme loco”, escribe.

En los catorce años que Mohamedou Ould Slahi ha estado detenido, desde 2001, jamás ha sido acusado ni llevado a juicio por delito alguno. Como la mayoría de los presos en Guantánamo, esos espectros que hemos visto en fotografías, vestidos en uniforme naranja de manos y piernas engrilladas, hincados en el suelo a todo sol, con los ojos vendados, y las orejas privadas del sonido con auriculares, es sólo “sospechoso” de terrorismo contra los Estados Unidos. En 2010 hizo una solicitud de hábeas corpus que le fue concedida por un juez federal que ordenó su liberación inmediata por falta de pruebas; sin embargo la administración Obama apeló y hasta el día de hoy sigue detenido en ese limbo.

Mohamedou Ould Slahi ha estado detenido desde 2001, y jamás ha sido acusado ni llevado a juicio por delito alguno.

 

Mohamedou formó parte de Al Qaeda entre los años 1989 y 1992. Entonces vivía en Alemania (más tarde residió un tiempo en Canadá),  donde había estudiado Ingeniería becado por la Universidad de Duisburg, y viajó a Afganistán a unirse a la resistencia contra el comunismo soviético.

“Muchas personas se unieron a esa resistencia contra los rusos, Mohamedou lo hizo, sin duda alguna y la apoyó, de la misma manera que Estados Unidos apoyó la resistencia en contra los rusos con millones y millones de dólares. En 1992 Mohamedou dejó la resistencia y nunca volvió a ser parte de Al Qaeda. El juez del caso revisó la evidencia, y dijo claramente que el Al Qaeda de 1990 no es el Al Qaeda de 2001 que atacó a los EE.UU.”, dice a Qué Pasa Linda Moreno, una de las abogadas que trabajan en el equipo legal de Mohamedou, liderado por Nancy Hollander.

La historia de este manuscrito parte cuando, sin saber si alguna vez vería a un abogado, Mohamedou empezó a escribir su historia como material de apoyo para una eventual defensa. Pasaron cuatro años de detención cuando pudo ver por primera vez a Nancy Hollander, que, como el resto de los abogados, trabaja ad honórem en su caso. Entonces le entregó las primeras  90 páginas. En cada visita, el fajo de hojas escritas iba creciendo, hasta que llegó a las 466 finales. Cada vez que le entregaba algo, el texto era clasificado como “top secret” y enviado para ser guardado en Washington, donde permaneció siete años, hasta que sus abogados lograron que fuera desclasificado, aunque sólo parcialmente: en el libro hay páginas enteras tachadas con plumón negro. Con el manuscrito liberado, contactaron a Larry Siems, quien ofició de editor. Larry Siems es poeta y periodista. Ha dedicado su carrera a investigar las violaciones a los derechos humanos por parte de los EE.UU. “Yo me involucré en este caso porque estuve cuatro años, desde 2005 a 2009, trabajando en un proyecto que se llamó Torture Report,  que se transformó en una página web y luego en un libro”, relata Siems a Qué Pasa. “Revisé unas 100.000 páginas de documentos gubernamentales desclasificados  sobre los abusos a los prisioneros en Guantánamo, Irak, Afganistán. Y una de las historias más claras en Guantánamo es la de Mohamedou, porque fue  uno de los casos específicos del Special Project Interrogation”.

Las torturas que describe Mohamedou eran las mismas que habían salido a la luz pública en los informes del Departamento de Justicia, que había desclasificado la administración Obama. “Sabemos desde hace varios años, gracias a estos informes, que el relato que hace Mohamedou en el libro es real”, dice Siems. Pero fue más que un documento lo que llegó a sus manos. “Lo que encuentro ahí es una gran riqueza literaria. Esto es literatura que salió desde Guantánamo, eso es impresionante. Su voz es tan cautivante, él es tan divertido, es tan irónico, tiene todas las herramientas de un buen escritor, tiene sentido de la belleza, un sentido del uso de la ironía, le fascina el lenguaje y ama a los seres humanos, busca el diálogo”, agrega Siems, quien pese a haber pedido autorización al Pentágono para visitarlo y revisar la edición del libro, no la obtuvo. “Ningún escritor o periodista ha sido autorizado  para hablar con algún preso en Guantánamo. Siempre dicen que no y  se acogen al Convenio de Ginebra que prohíbe que los presos se conviertan en ‘curiosidades públicas’”, dice. Se ríe. “Irónicamente han sido ellos quienes han violado ese convenio repetidamente”. Sin embargo, confía que la publicación de este libro abre esperanzas para su liberación. “Creemos que la opinión pública es muy importante. Tenemos la esperanza, de que especialmente en los EE.UU., la gente correcta leerá este libro y esa gente hará lo que corresponde, que es  dejarlo irse a casa”, dice vía Skype.

Hacia las últimas páginas, Guantánamo Diary se torna más esperanzador, cuando cambian el equipo de interrogadores por unos mucho más amables con la intención de rehabilitarlo. “Y ese es el periodo en que escribe este libro, por lo que es parte de un proceso en que le dan la oportunidad de expresarse, de interactuar con los guardias y de desarrollar relaciones de más riqueza”, comenta Larry Siems. “No me cabe duda que para él, escribir este libro fue terapéutico”, agrega Linda Moreno.

“La fase tres es descubrir tu nuevo hogar y familia. Tu familia consiste en los guardias y los interrogadores (...) Amo a mi familia y jamás la cambiaría por nada, pero he desarrollado una familia en la cárcel de la que también me preocupo. Cada vez que un miembro bueno se va, siento como si me cortaran un pedazo del corazón. Pero también me pongo contento cuando un miembro de los malos se va”, escribe en Guantánamo Diary.

“Todos los abogados que hemos trabajado en este caso y lo hemos conocido nos preocupamos muy profundamente por él”, dice Linda Moreno. “Es difícil no desarrollar empatía, es muy carismático y divertido”.

Sus abogados le pidieron en una carta que les contara todo lo que les había dicho a sus interrogadores. Con humor, Mohamedou respondió: “¡Están locos! Contarles los interrogatorios que he sufrido ininterrumpidamente durante siete años sería como preguntarle a Charlie Sheen con cuántas mujeres ha estado”.

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