Por Carlos W. Albertoni Abril 23, 2014

© Gettyimages

Pocos turistas se acercaban al acceso oeste  del Gran Cañón hasta que se inauguró el Grand Canyon Skywalk, un mirador de paneles de vidrio que se suspende sobre el abismo.

Bajo mis pies se asomaba el abismo. Parado sobre una roca, al borde de un profundo precipicio, sentía el inconfundible rumor del vértigo en mis piernas. Temblaba un poco, pero igual me había inclinado levemente para mirar hacia abajo. En el fondo lejano, a cientos de metros de distancia, corría el río serpenteante, encajonado entre altas paredes de roca sedimentaria de tonos rojizos y amarillentos. El viento soplaba frío sobre el enorme cañón y froté mis manos sin despegar los ojos del descomunal vacío.

Esa vista corresponde al Gran Cañón del Colorado, una de las maravillas naturales más impactantes de todo el mundo. Situado en el suroeste de Estados Unidos, específicamente en el estado de Arizona, es una colosal garganta excavada por el río Colorado, que tiene casi 450 kilómetros de longitud, un ancho que supera en ciertos sectores los 30 kilómetros y una profundidad máxima de 1.600 metros. “Es algo tan imponente, que cuando uno llega allí se siente infinitamente pequeño”, me había anticipado George, un sexagenario de barba y cabellos blancos que conociera en Williams mientras cenaba un par de hamburguesas en un local de comida rápida.

Orillado al asfalto de lo que fuera la mítica Ruta 66, Williams es una pequeño pueblo de tres mil habitantes al que muchos consideran la puerta de entrada al Gran Cañón. Desde allí, a través de la Carretera estatal 64, hay algo menos de 100 kilómetros hasta el acceso principal de la zona sur del Parque Nacional del Gran Cañón, una inmensa área protegida de 4.927 kilómetros cuadrados de superficie que es visitada anualmente por más de cinco millones de turistas y de la que el ex presidente de EE.UU. Theodore Roosevelt fuera un gran promotor. Según relata la historia, durante los primeros años de su presidencia Roosevelt solía pasar varios días en la zona, encantado por el paisaje, y fue ello lo que lo llevó a declarar el sitio Monumento Nacional en enero de 1908. Una década más tarde, en febrero de 1919, durante el gobierno de Woodrow Wilson, se convertiría en Parque Nacional.

Como muchos otros, había decidido alojarme en Williams con la idea de pasar la noche allí y salir muy temprano hacia el cañón. “Las vistas en las primeras horas de la mañana son las mejores, en especial justo después de que sale el sol, porque el tono amarillo y rojo de las rocas se hace muy intenso”, me había contado George en aquella rápida cena. Por eso, me levanté en la madrugada, me subí a un viejo Mazda e hice los cien kilómetros de la Carretera 64 en menos de una hora para poder llegar antes del amanecer a Mother Point, uno de los mejores y más populares miradores del Gran Cañón, que se encuentra a una corta distancia de la principal entrada del parque.

Al llegar a Mother Point, la desmedida garganta aún estaba en sombras. Sin esperar los primeros rayos, me aproximé al abismo por primera vez, intentando ver el río que zigzagueaba en el fondo. Oculto por la oscuridad, apenas si llegué a ver las aguas del Colorado. Unos minutos más tarde, un rayo débil me dio de lleno en el rostro. Con el amanecer llegaron algunos ruidos distantes que apenas si pude descifrar, tal vez un graznido de cuervos, tal vez simplemente el sonido de unas ramas secas agitadas por el viento. “Esto es demasiado hermoso”, me dijo un hombre que acababa de llegar a Mother Point. Asentí con la cabeza.

A media mañana decidí recorrer el South Rim, un extenso camino que corre paralelo al borde austral de la garganta y permite llegar hasta algunos de los puntos más significativos del Gran Cañón, como la vieja torre de ladrillos que fuera construida en 1933 al estilo de los antiguos puestos de vigilancia de los anasazi, una etnia norteamericana que ocupara estas tierras del oeste norteamericano antes de la llegada de los colonizadores blancos. “Los anasazi habitaron en todo el territorio de lo que hoy son los estados de Arizona, Colorado, Utah y Nuevo México. Nunca tuvieron contacto con los hombres blancos, pero en la actualidad hay algunos pueblos que se cree descienden indirectamente de ellos, como los zuñi y los hopi”, me explicó un guía que acompañaba a un grupo de turistas españoles que se asombraban con las espectaculares vistas que pueden hacerse desde lo más alto de la torre. “Ésta es la ventana al desierto”, dijo, señalando hacia el oriente un paisaje de tierras áridas atravesado por la profunda garganta cavada por el Colorado.  

CAMINO AL RÍO

El South Rim es también el lugar elegido por los aventureros para iniciar los descensos a pie hasta el fondo del Gran Cañón. “Me gustaría intentarlo”, le comenté a Michael, un rubio altísimo de unos treinta años que cargaba sobre los hombros una mochila verde que tenía bordada una bandera canadiense. Con un grupo de amigos tan altos como él, me había dicho que en la mañana siguiente comenzaría el Bright Angel, una huella que exige dos días de caminata y lleva hasta las orillas mismas del río Colorado. “Sólo es cuestión de empezar a andar”, espetó Michael, y me abrió las puertas al desafío. 

El senderismo es una de las actividades más atractivas que pueden realizarse en el Gran Cañón. Existen varios circuitos de diferentes intensidades, aunque el Bright Angel es el más popular. Por ello, suele estar repleto entre octubre y mayo, cuando Arizona posee un clima agradable, aunque hay que estar atento a la cantidad de horas de luz diurnas para que el trekking no resulte una pesadilla. “El problema del invierno es que oscurece muy rápido y el camino puede estar cubierto de nieve”, me alertó Michael, ya que recién había comenzado febrero, uno de los meses más fríos en Estados Unidos.

Esa noche traté de acostarme muy temprano. Cené algo liviano y dormí en un hotel en Grand Canyon Village, una pequeña villa turística ubicada sobre la entrada sur del parque. Al día siguiente me desperté un par de horas antes del amanecer, desayuné tres tostadas bien cargadas de mantequilla y salí al encuentro de Michael y sus amigos, que me estaban esperando con sus mochilas en el comienzo del Bright Angel. “Preparado para caminar”, le dije al alto canadiense. Dos minutos después, ya estaba bajando el sendero que me llevaría hasta las aguas del Colorado, en el fondo del Gran Cañón. Un viento helado me cortaba la cara. Pero no me importaba.

 

El Gran Cañon: La garganta del mundo

EL GRAND CANYON SKYWALK
Si  bien el sector sur del Parque Nacional del Gran Cañón es el más visitado, los accesos por el norte y el oeste también son interesantes. La zona occidental es un área actualmente administrada por la reserva indígena de los hualapai, una etnia norteamericana cuya población actual apenas supera las dos mil personas. Pocos turistas se acercaban tradicionalmente hacia la zona oeste del Gran Cañón hasta que, en marzo de 2007, se inauguró el Grand Canyon Skywalk, un mirador construido con paneles de vidrio que se suspende literalmente sobre el abismo y permite vistas sorprendentes del fondo del cañón. No apto para quienes sufren de vértigo, el Grand Canyon Skywalk tiene forma de herradura y se extiende sobre el vacío a 1.450 metros de altura, permitiendo ver al lejano río Colorado a través del vidrio, como si se volara sobre él.

 DATOS ÚTILES
-Cómo llegar:
Desde Las Vegas, Phoenix y Flagstaff hay vuelos comerciales hasta Grand Canyon Village, en el sector sur del Parque Nacional del Gran Cañón. Por carretera, se puede llegar fácilmente a cualquiera de la tres entradas principales del área protegida desde Nevada (oeste), Utah (norte) o Arizona (sur).

-Dónde dormir:
Hay muchas opciones de alojamiento en las ciudades más cercanas, en especial en Williams, a algo menos de 100 kilómetros del acceso más austral del Parque Nacional. Dentro del área protegida, el Tovar Hotel ofrece excelentes habitaciones por US$ 127. Este hotel es el más tradicional de la zona, ya que abrió sus puertas en 1905 y por allí pasaron personalidades de la talla de Theodore Roosevelt y Albert Einstein.

-Helicópteros:
Sobrevolar el Gran Cañón es una de las excursiones más solicitadas por los turistas. Existen varios recorridos posibles y los vuelos parten mayoritariamente del aeropuerto del Parque Nacional del Gran Cañón, ubicado en el sector sur de la garganta. Hay media decena de empresas habilitadas para realizar los vuelos, cuyos costos rondan los US$ 160 para los recorridos más cortos, que duran entre veinticinco y treinta minutos.

- Rafting y mula:
Hay casi veinte operadores autorizados que ofrecen la posibilidad de hacer rafting en el río Colorado y acampar junto a sus orillas, en el fondo del Gran Cañón. Los precios, dependiendo de la cantidad de días que dure la estadía, oscilan entre US$ 200 y US$ 300. Para aquellos que prefieren descender en mula, se ofrecen paseos de día completo por US$ 122 y excursiones que incluyen hospedaje nocturno y todas las comidas por US$ 500.

Información en la web: www.grandcanyonlodges.com / www.nps.gov/grca

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