Por Nicolás Alonso Abril 11, 2013

Si uno anda por la calle de noche, inclusive en ciudades bastante grandes, no hay luces en las ventanas. Es difícil caminar de noche, porque el pavimento está en un estado tan malo que es muy peligroso. Pero las estatuas de los líderes permanecen iluminadas, incluso en los cortes de luz.

De los que van a vivir a Pyongyang, ninguna persona encuentra que la realidad corresponda con sus ideas anteriores de cómo es Corea del Norte. Siempre es diferente. Nosotros llegamos a Corea del Norte en un avión precario y viejo, como son casi todos los aviones de allá. Era un día de febrero, un mes muy frío en Pyongyang. Hacía unos 30 grados bajo cero. Vi estos edificios cuadrados de concreto, sin ninguna virtud arquitectónica, todos cubiertos de nieve sucia. Creo que fue una llegada triste.

Me sorprendió la humildad y el buen sentido del humor de los norcoreanos, es un aspecto que rara vez se comenta en Occidente. Son herederos de una historia de miles de años. Eso ha construido toda una cultura, una cortesía, y una manera de comportarse muy sofisticada.

Hay una imagen que han realizado los países occidentales de que Corea del Norte consiste en seres mecanizados, modernos robots, todos iguales, que siguen ciegamente los mandos de la jerarquía. No es así. Los norcoreanos son personas como nosotros, que tienen intereses, deseos y opiniones diferentes los unos de los otros.

Para los diplomáticos las reglas son distintas que para los turistas. Pueden entrar con sus papeles personales, y  tienen derecho a libre movimiento dentro de Pyongyang. Los visitantes no pueden salir de los hoteles sin el permiso de sus “guías”, que los acompañan por todos lados. Salir de la ciudad es otra cosa. Para hacerlo uno tenía que pedir permiso, llenar un formulario, y a veces simplemente no contestaban. Los diplomáticos residentes tenían derecho a ir hasta a 35 kilómetros del centro de la ciudad sin permiso. Pero una regla no escrita permitía también ir a la playa. Uno no  imagina que Corea del Norte tenga playas.

Lo que realmente me chocó fue la pobreza. Es un aspecto de la vida allá del cual se lee bastante, pero verla es otra cosa. La mayor cantidad de norcoreanos, inclusive en Pyongyang, tenían viviendas precarias. Paredes y techo sin calefacción, en condiciones sucias.

En general, a los habitantes de Pyongyang es a los que mejor se les trata de todo el país. No comen bien, pero comen. No tienen siempre ropa elegante, pero sí para vestirse, mientras que en el Norte hay escasez de alimentación casi constante. Dietas muy poco adecuadas, problemas de calefacción. La vida es muy dura: no hay agua caliente, y en el frío invierno coreano eso no es divertido. Para los norcoreanos que trabajaban en las embajadas eso fue un atractivo muy importante: acceso a una ducha caliente. Era un lujo impensable.

Los norcoreanos asisten a distintos tipos de reuniones políticas. En algunas hay que simplemente quedarse sentado muy aburrido, y escuchar un discurso interminable de un líder. Estas sesiones políticas pueden durar horas. Cuántas veces hay que asistir a la semana, varía bastante según la unidad de trabajo. Para la mayoría es un deber asistir una vez a la semana. Hay otras sesiones en las que hay que cantar himnos de apoyo al régimen, y sé por otras fuentes que también hay sesiones de autocrítica, en que uno tiene que criticar su trabajo y el de otras personas. Pueden volverse peligrosas: si la crítica se vuelve feroz uno arriesga problemas políticos. Todo un aspecto de la vida de ellos son estas críticas.

La devoción por el líder varía mucho: los norcoreanos son personas individuales como nosotros. Cuando murió Kim Jong-il, seguramente había norcoreanos que sentían la muerte del máximo líder como una catástrofe personal. Para muchos, Corea del Norte era imposible sin él, y su muerte habrá producido un momento muy confuso y doloroso. Pero también hay otros que lloraban porque tenían que hacerlo, porque era peligroso no llorar en un momento así. Ocultando quizás inclusive sentimientos de alegría.

Corea del Norte es una sociedad mucho más reprimida que lo que era la URSS. Allí uno podía en ciertas situaciones criticar el gobierno, hasta cierto punto. En Corea del Norte es totalmente impensable, la menor crítica puede traer consecuencias horribles, que dependen de la persona. Los coreanos que yo conocía eran de Pyongyang, y para ellos el peor castigo era la expulsión de la ciudad, perder sus papeles y ser obligado a vivir en algún lugar campestre. Para familias no tan protegidas, una palabra de crítica puede, en el peor caso, significar el campo de concentración y la muerte.

Hay buenas razones de por qué hay tan poca información de estos campos de concentración. Hay cifras distintas sobre cuántos hay, porque no todos son visibles desde satélites, hay varios subterráneos. Y también hay estimaciones diferentes sobre la población total de estos campos. He visto cifras de alrededor de 200 mil personas, que en comparación con la población total de Corea del Norte, que es cercana a 22 millones de personas, es un porcentaje bastante importante. Sobre todo si uno piensa que aproximadamente, según los exteriores, el 20% de esta población muere todos los años. No es una población fija, sino que se renueva.

La noción del mundo exterior varía mucho según las personas. Los de Pyongyang tienen cierto acceso a fuentes de información no oficiales, y por tanto tienen una visión de la vida fuera de su país nada completa, pero con al menos elementos importantes. Por ejemplo, saben que en comparación con China y Corea del Sur, Corea del Norte es pobre y atrasada. Muchos ven las telenovelas surcoreanas. Ninguna telenovela refleja muy bien la realidad, pero por lo menos les da una visión de mundo diferente. Esas cosas surgen del mercado negro, de DVDs que proceden de China por vías ilegales.

Pero ésa es la gente de Pyongyang. ¿Cuánto sabe del mundo exterior un agricultor de alguna hacienda colectiva en el noroeste? Dudo que sepa mucho: su mundo es muy restringido, solamente a su hacienda. Esa gente normalmente nace, vive y casi muere en el mismo lugar. Quizás con contactos con los colectivos vecinos, pero no mucho más lejos que eso. Saben muy poco de Pyongyang, y mucho menos del mundo exterior.

Yo pude viajar varias veces -aunque fue todo un trabajo sacar permisos- tanto a la costa occidental como a la oriental, a visitar lugares que apoyábamos, realizar conversaciones formales con alcaldes, y también tratar un poco de comprender mejor lo que pasaba en el país. Obviamente, esos viajes eran muy controlados. Uno no tenía derecho a viajar solo, había que viajar con un norcoreano, del gobierno, para que vigilara.

Fue muy terrible ver la situación de las ciudades provinciales. Era notoriamente peor. Cosas básicas: en Pyongyang hay tranvías y buses que no siempre funcionan bien, pero existen. En la mayoría de las ciudades provinciales no hay ningún tipo de transporte público, la gente tiene que caminar a todos lados. Los edificios se encontraban en un estado de mantención pésimo. Muchos cortes de luz, más frecuentes que en la capital. Si uno anda por la calle de noche, inclusive en ciudades bastante grandes, no hay luces en las ventanas. Es difícil caminar de noche, porque el pavimento está en un estado tan malo que es muy peligroso. Pero las estatuas de los líderes permanecen iluminadas, incluso en los cortes de luz.

Nunca vi a Kim Jong-un, y una sola vez pude ver a Kim Jong-il. Asistí a un espectáculo masivo, y noté que estaba sentado a cinco metros de mi asiento. Pero nunca conversé con él. Por lo general, él nunca conversaba con los embajadores imperialistas, sino solamente con el embajador chino y el ruso.

Hoy me preocupa la situación. Sobre todo la posibilidad de que Kim Jong-un, en su esfuerzo por subir la tensión para presionar a EE.UU., simplemente calcule mal. Y si hace algo que provoque una reacción surcoreana o norteamericana, uno tiene que tener presente que en 2010 Corea del Norte hundió un barco surcoreano. Corea del Norte es capaz de actos de violencia, y Corea del Sur ha indicado que si vuelven a hacer una cosa así, tendrán una respuesta fuerte. Si eso ocurre, uno ve la posibilidad de un intercambio de provocaciones, contraataque y respuesta que podría fácilmente llegar a una situación descontrolada.

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