Por Francisco Aravena F. Julio 1, 2015

"Nuestro desafío es utilizar tecnologías de mayor precisión que nos permitan identificar las alteraciones que han ocurrido en el genoma a nivel de los tumores. Por eso es un desafío diagnóstico. Nosotros buscamos alteraciones específicas: aquellas para las cuales hay drogas disponibles". 

Cuando aún era un estudiante de medicina, Ricardo Armisén comenzó a darse cuenta de que no quería pasar su vida tratando pacientes sino en un laboratorio. Aunque resistió la tentación de cambiar de carrera, apenas egresó se puso el delantal que quería, primero cursando su doctorado en Ciencias Biomédicas y luego persiguiendo su objeto de estudio, la fisiología celular. Hasta que un hallazgo lo llevó a buscar un puente con el destino del que había buscado escapar: los pacientes. 

“Me crucé con una proteína, en este caso un canal iónico, que tenía mucho que ver con procesos asociados al cáncer: que las células crecen descontroladamente, que no responden al freno, que tienen una conducta agresiva, invasiva de otros tejidos, y fue todo un hallazgo para mí”, recuerda hoy. “Cuando tenía que escribir un artículo para divulgar estos fenómenos me di cuenta de que era muy interesante mi proteína, pero era parte de un proceso mayor. Y logramos en esa época formar un pequeño grupo multidisciplinario, hicimos trabajos de experimentación en animales, en modelos in vitro, investigamos la parte molecular en pacientes, viendo qué ocurría con la expresión de esta proteína, y me resultó una experiencia mucho más completa desde el punto de vista científico. Fue un switch mental interesante, me hizo un sentido personal, hizo eco con mi vocación original de ser médico; sin estar atendiendo pacientes sentí que me había acercado mucho más a algo más útil”, agrega Armisén, sentado en una oficina que aún huele a nuevo –la ocupa desde hace dos semanas– y que representa el más reciente eslabón en el nuevo destino de su carrera: el doctor es ahora el investigador jefe del flamante Centro de Excelencia en Medicina de Precisión, CEMP, creado por el gigante farmacéutico estadounidense Pfizer. 

Con una inversión inicial de 21 millones de dólares –de los cuales 14 millones provienen de la compañía y otros 7 millones de Corfo, como parte de su programa de atracción de centros de excelencia internacionales,  que busca fomentar el desarrollo y la investigación en el área de la biotecnología–, el CEMP es una experiencia inédita en varios sentidos. Para Pfizer es su primera exportación de su línea de trabajo en investigación y desarrollo aplicada en tecnologías a un país que no sea parte de la Comunidad Europea. Para Chile, es una oportunidad de demostrar que puede transformarse en un polo continental de investigación biomédica, con un modelo de cooperación público privada. Para Ricardo Armisén fue encontrarse con un catalizador, un acelerador de un proceso que había emprendido hacía cinco años en la Universidad de Chile, cuando después de su hallazgo inicial había empezado a trabajar con un grupo multidisciplinario y había participado en la creación de la Red de Medicina Traslacional en cáncer, buscando generar investigación con impacto en el diagnóstico y tratamiento de esa enfermedad. 

“En Chile hay muchas buenas ideas, en oncología y en otras áreas, y muchas de ellas no logran llegar al paciente porque las etapas finales de estas investigaciones o son de muy alto costo o tienen exigencias regulatorias muy altas o requieren mucho capital”, explica Armisén. 

Concretamente, el objetivo del centro no está en el desarrollo de productos farmacéuticos, sino en el desarrollo de una metodología de diagnóstico basado en la secuenciación genética del cáncer. Se trata de un área donde la tecnología es clave, pues se trabaja con secuenciación de última generación: masiva y paralela. “Por decirlo de una manera: antes el genoma se analizaba de a uno y de a poco. Ahora se analiza en masa y en grandes volúmenes simultáneamente. Antes en una hora eras capaz de leer 100, ahora puedes leer 10 millones”. 

Es en el estudio de la composición molecular del cáncer donde radica el énfasis de la medicina de precisión, también llamada medicina personalizada: así como hace mucho tiempo se concluyó que el cáncer no es una, sino muchas enfermedades, en las últimas décadas hemos aprendido de que cada una de ellas tiene mil caras, dependiendo de las circunstancias ambientales y genéticas de cada paciente. Conocer su huella digital, entonces, permite determinar un blanco preciso a donde apuntar en el tratamiento. De ahí lo crucial de un diagnóstico preciso.   

Armisén lo explica contando una historia de 15 años: “Desde el año 2000, cuando se secuenció el genoma humano, lejos el área donde este conocimiento ha tenido mayor impacto es en la oncología. Esto se debe a que en los tumores desde etapas tempranas se empiezan a producir cambios en el material genético. Esto lo pudimos entender recién cuando tuvimos la definición de cuál es el material genético normal, que se ha venido refinando hasta ahora. Estos son como millones de letras, miles de páginas, cientos de tomos. Y eso fue lo que obtuvimos primero. El problema es que eso carece de instrucciones: están las letras pero nadie sabe cómo funcionan. En estos 15 años se ha avanzado mucho en entender cómo ese conjunto de información se expresa en un conjunto de acciones y cómo en el cáncer eso está profundamente alterado”, comenta. 

El problema, prosigue, es que en el cáncer no sólo ocurre que el código está cambiado, “o sea que alguien reescribió las letras, lo que llamamos mutaciones; sino que más aún, alguien mezcló las páginas, y agarró un tomo y lo fusionó con otro. El nivel de alteraciones genómicas que hay en los tumores es grosero, lo cual genera una suerte de nueva biología celular. Estas células adquieren una serie de competencias: crecen más, se replican más, son capaces de sobrevivir frente a la ausencia de nutrientes, son resistentes a la muerte celular, no requieren señales externas para crecer… dentro de los tejidos hay límites para que las células no crucen, bueno, estas células han sido adaptadas para cruzar e invadir”.

La respuesta desde la ciencia ha sido diseñar drogas capaces de detener aquellas proteínas producto de esas alteraciones genéticas. Ahí está la base de la medicina de precisión. “Existe un repertorio de unas 100 a 150 drogas aprobadas que están dirigidas contra alteraciones genéticas particulares. Y esto ha explotado en los últimos 10 años, básicamente. Y si uno mira cuántas hay en desarrollo, en ensayos clínicos, cuenta alrededor de 500 drogas”, concluye Armisén. “Son drogas que están buscando sus pacientes”.

—Nuestro desafío es utilizar tecnologías de mayor precisión que nos permitan identificar estas alteraciones que han ocurrido en el genoma a nivel de los tumores. Por eso es un desafío diagnóstico. Nosotros buscamos alteraciones específicas: aquellas para las cuales hay drogas disponibles. 

A TODO PULMÓN

La primera etapa del trabajo en el CEMP se centrará en el cáncer de pulmón (el cuarto de mayor incidencia en Latinoamérica) y es ambiciosa: “Estamos hablando de un estudio que pretende reclutar de 1.000 a 6.000 pacientes”, cuenta Armisén, explicando que el tamaño de la muestra dependerá de la representación porcentual de las mutaciones genéticas buscadas. “Eso no tiene precedentes, si somos exitosos será el estudio en cáncer de pulmón más grande que se haya hecho en el mundo, por el tamaño de casos analizados y por el número de genes que se van a analizar”.

Se trata de un estudio no intervencional, es decir –no implicará alteraciones en el tratamiento ni procedimientos extra para los pacientes de la muestra– e internacional: trabajarán en colaboración con el hospital y centro de investigación A.C. Camargo de Sao Paulo, Brasil, y los pacientes se reclutarán en ambos países. “Como este es un ensayo diagnóstico, y nos interesa que ese diagnóstico funcione en escenarios distintos, sirve trabajar con poblaciones muy diversas”, explica Armisén. La elección del cáncer pulmonar se explica no sólo por su alta incidencia en todo el mundo, sino también por sus características particulares. “Es un tumor para el cual deben haber unas diez alteraciones genómicas que tienen tratamientos asociados. Por lo tanto, desde el punto de vista del diagnóstico es un desafío potente el ser capaces de tener una herramienta que permita identificarlos. De hecho, en la herramienta que estamos trabajando permite conocer varias alteraciones genómicas en un solo ensayo. Nuestro desafío nuestro es validar ese ensayo: demostrar que es mejor que la tecnología disponible actualmente. Y que porta más información, en este caso porque estamos analizando varias alteraciones moleculares simultáneamente”.

Luego, explica Armisén, pretenden estudiar otros tipos de cáncer: gástrico, que tiene una alta prevalencia y mortalidad en Chile, vesícula y mamas. 

En estos años en que su investigación lo ha llevado a estudiar la enfermedad de desarrollo más rápido en el mundo, Ricardo Armisén ha comprobado directamente la obstinada resistencia molecular de las células cancerígenas. “No veo que estemos cerca de encontrar una cura para todos los tipos de cáncer”, asegura. “El modelo es de pequeños avances. Uno puede mirar las curvas de mortalidad de los países desarrollados y después de muchos años lograron estabilizarse y ahora muestran una tendencia a la baja”, nota.  

Pequeños avances que pueden hacer toda la diferencia del mundo: quizás el cáncer no se pueda eliminar, pero, con el correcto diagnóstico y tratamiento, puede transformarse en una enfermedad crónica. “Es el gran cambio de paradigma”, dice, con un optimismo que camina, también, con pequeños avances. 

De paso, el doctor Armisén ha llegado a su propio diagnóstico. “Yo estaba pintado para esta pega”.

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