Por Juan Pablo Garnham Octubre 9, 2014

Marc Abrahams debe haber tenido alrededor de diez años, pero recuerda bien el titular: “Un hombre tira la cadena del baño y su casa explota”. Recortó la noticia y la guardó en un álbum, como solía hacerlo cada vez que encontraba una de esas notas que le hacían reír. Había comenzado a leer los diarios desde muy pequeño. Era la época donde los periódicos se hacían con las imprentas a la antigua y, a veces, en las placas quedaban recuadros vacíos. “En la página tres tenían un espacio en la esquina y lo rellenaban con una historia inusual”, recuerda Abrahams, “yo siempre amé esas historias inusuales”.

Pasó el tiempo y Abrahams estudió matemática aplicada en Harvard. Luego creó su propia empresa de software, pero nunca abandonó el gusto por coleccionar pequeñas historias curiosas. “Era algo que hacía en mis ratos libres. Lo hacía para mi propia entretención. A veces, les mostraba algunas de estas notas a mis amigos, pero eso era todo”, dice desde Boston, donde trabaja como editor de la revista científica Annals of Improbable Research y organizador de los IG Nobel. “Pero, después de un tiempo, por ahí por 1990, pensé que quizás estas cosas que coleccionaba podrían terminar publicadas en algún lugar”, explica Abrahams. Mandó un artículo a una revista llamada Journal of Irreproducible Results y unas semanas después lo llamaron por teléfono no para publicarlo, sino para pedirle que fuera el editor de la publicación.

Al año siguiente se le ocurrió hacer una premiación con algunas de las historias que había recolectado. La llamaron Ig Nobel (la palabra ignoble en inglés quiere decir común o no honorable, vulgar). Establecieron diez categorías, desde Física hasta Paz, y se los dieron a trabajos que, en algunos casos, parecían ridículos. Otros eran simplemente extraños o divertidos, como el de Biología de esa oportunidad, entregado al desarrollador de un banco de espermatozoides que sólo acepta donaciones de premios nobel o de atletas olímpicos.

Abrahams se dedicaba a su empresa de software de día y a su pasatiempo científico de noche, pero cuando comenzaron a hacer los premios, eso cambió. En la primera ocasión, ofrecieron las entradas gratis. Llegaron muchos más interesados de los que podrían caber en el salón del MIT donde se hizo el evento. “De ahí las cosas sólo crecieron. Cuatro o cinco años después tuve que decidir entre mis dos vidas profesionales y he estado haciendo esto desde entonces”, dice Abrahams, quien a los pocos años creó su propia revista al respecto. Hasta el día de hoy, a principios de octubre, se sube al escenario del auditorio más importante de la Universidad de Harvard (donde se hace la ceremonia en la actualidad), se pone un sombrero de copa y, frente a cientos de personas, incluidos varios premios nobel, da inicio a uno de los eventos científicos más extraños y entretenidos del mundo.

ENTRE PIPETAS Y AVIONES DE PAPEL
Todos los años, Abrahams es el encargado de llamar a los premiados y ofrecerles el honor, porque, como aclara, ellos pueden rechazar el premio. Cuenta lo que sucedió cuando telefoneó a un grupo de científicos al otro lado del mundo, en Australia, para contarles que su investigación “Análisis de las fuerzas requeridas para arrastrar ovejas sobre varios tipos de superficies” era la galardonada en la categoría de Física. “Esa llamada telefónica fue la primera vez que ellos se daban cuenta de que lo que habían hecho era divertido”, cuenta Abrahams riéndose, “eso nos pasa muchas veces”.

Los australianos habían hecho un completo informe para la industria local al respecto, que mueve miles de ovejas en las temporadas de esquila. “Una de sus principales conclusiones fue que es más fácil arrastrar ovejas cuesta abajo”, comenta riéndose nuevamente, “pero es que se dieron cuenta de que en las instalaciones donde se trabajaba, muchísimas veces se hacía este proceso cuesta arriba”.

A pesar de que un directivo de la universidad donde se hizo el estudio intentó prohibirles aceptar el premio, el equipo viajó a Boston y participó en el evento. “Tuvieron muchísima prensa favorable tanto en Australia como en el resto del mundo, así que todo terminó como una historia feliz”, recuerda Abrahams.

Lo que los ganadores -y las 1.100 personas que pagan su entrada- viven en ese salón de Harvard es una escena que parece tomada de una película de Monty Python. Un hombre y una mujer posan como estatuas humanas pintadas de plateado, mientras iluminan con linternas a quienes hablan. Los encargados de entregar los premios son verdaderos premios nobel, quienes se disfrazan de acuerdo a la temática del año (la última ocasión fue relacionada con la comida). Además, deben observar un entretenido ejercicio: los nobel dan una mini charla sobre sus investigaciones, describiéndolas en 24 segundos y, luego, en siete palabras que cualquier persona puede entender. También hay demostraciones científicas en vivo, una ópera, lanzamientos de cientos de aviones de papel por parte de la audiencia y, cuando los discursos de los ganadores se alargan, aparece una pequeña niña pelirroja con chapes cuya labor es repetir la frase “por favor termina, estoy aburrida” hasta que el científico se calle.

“Es como si tomaras un trozo de cada evento público que has ido en tu vida, discursos, circo, un matrimonio, todo, y los mezclaras, los pusieras boca abajo y los hicieras todos a alta velocidad. Esa es la ceremonia del Premio Ig Nobel”, relata Abrahams, quien será uno de los invitados al Segundo Congreso Internacional de Cultura Científica organizado por la UNAB entre el 20 y el 22 de octubre (su charla se titula “La ciencia de lo improbable”).

El día de la premiación pasa todo esto y algunas otras cosas inesperadas. Pero todos los años, Abrahams termina el evento diciendo “si no ganaste un premio, y especialmente para los que sí ganaron, mejor suerte para el próximo año”.

LO RIDÍCULO ES IMPORTANTE
Abrahams dice que los Ig Nobel son distintos de cualquier otra ceremonia de premios, algo que parece obvio al presenciar la ceremonia, pero hay que dejarlo terminar su idea: “cada premio de ciencia, películas, deportes o cualquier otra cosa trata de definir qué es lo mejor de su campo. O en algunas cosas lo peor. Pero nosotros no”. Para los Ig Nobel la calidad no importa tanto. “Nuestro único criterio es que sean cosas que hagan a la gente reír y luego pensar. Que ese primer encuentro sea divertido y después, una semana más tarde, todavía tengas esa voz en tu cabeza que te obligue a contarles a tus amigos sobre esto y discutir al respecto”, explica el matemático.

Esta idea, y el concepto del evento, costó un poco que fuera entendido en la comunidad científica. “Algunas personas estaban fascinadas, pero otras muy confundidas. Unos pocos científicos mayores se enojaron, porque pensaron que de alguna manera estábamos atacando a la ciencia, pero desde el comienzo tuvimos a un grupo de investigadores muy respetados apoyándonos”, dice Abrahams.

Con el tiempo, las reacciones negativas han ido disminuyendo y la prensa que genera el evento ha incluso llamado la atención de las mismas universidades. La organización recibe muchos e-mails y llamados telefónicos de instituciones científicas proponiéndoles sus trabajos como candidatos. Esta atención, dice Abrahams, tiene que ver con algo fundamental para él.

“El mundo es tan grande, hay tanta gente haciendo tantas cosas que la mayoría de las personas no pueden ver que existen”, explica el matemático. “Nosotros esperamos que, juntando todas estas investigaciones oscuras, que parecen divertidas, la gente sea más curiosa con hechos que normalmente no lo son. Uno se ríe primero, pero luego pone atención”.

Pero ésta no es la única idea detrás de los Ig Nobel. Abrahams quiere también atacar el cómo definimos hoy lo que es importante y no, una decisión normalmente tomada por los medios y los líderes de opinión, pero que en la ciencia puede ser un problema. “En una primera mirada, es muy difícil decidir si algo es bueno o malo, si es importante o no. Pero toda la historia de la ciencia se ha tratado de gente descubriendo o intentando algo inusual”, dice Abrahams. “Porque algo es inusual, muchas veces la gente se ríe de esas cosas, pero algunas de esas cosas terminan siendo importantes y muy útiles”.

Para Abrahams, la misma historia de las ovejas en Australia es una muestra de esto. O cuando premiaron, en 2006, una investigación que descubrió que el mosquito Anopheles gambiae es igualmente atraído tanto al olor de un tipo de queso como al olor de los pies humanos. Ese mosquito es portador del parásito de la malaria y se han creado trampas en África utilizando ese queso. De cosas extrañas e inusuales puede resultar ciencia sumamente útil.

“Esta es una paradoja que siempre ha sido cierta en la ciencia. Los descubrimientos vienen de trabajar en cosas nuevas. Pero lo nuevo parece extraño, riesgoso”, dice Abrahams. “El problema es que, en ciencia, lo menos riesgoso termina siendo lo más riesgoso. Si tratas de ser muy cauto, no vas a invertir en nada útil”. Por eso, Abrahams no duda en hoy dedicar su vida a eso. Ponerse un sombrero de copa y dirigir un circo en medio de Harvard puede parecer riesgoso, pero, lo tiene claro, es lo que hay que hacer.

Relacionados