Por Juan Pablo Garnham Mayo 28, 2014

© Pablo Sanhueza

“En mi laboratorio trabajamos  en tecnología para el futuro, mientras que a través de mi empresa comercializamos soluciones para necesidades actuales”, explica. “Creo que ése es el modelo: investigación de excelencia en la universidad y comercialización de los resultados”.

Todo tuvo que ver con estar en el lugar adecuado en el momento adecuado. Si Javier García Martínez no hubiera llegado a Boston con una beca para hacer su posdoctorado en el MIT, quizás “sólo” sería un excelente químico, un buen investigador. Pero el ambiente donde estaba lo cambió todo. “Jamás pensé en fundar una empresa, pero aterricé ahí, en un ecosistema que me permitía tener contacto con los mejores científicos en mi área, pero también en una universidad que ayuda a sus estudiantes a crear empresas de éxito”, recuerda.

García Martínez, quien estuvo en Chile la semana pasada en la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile participando de la reunión anual de la Global Young Academy, tenía ese gran currículum que caracteriza a los alumnos de MIT. De empresario, en cambio, nada. “Sin embargo, una persona que estaba al lado mío en el laboratorio ya había creado una empresa”, dice este español que hoy dirige el Laboratorio de Nanotecnología Molecular de la Universidad de Alicante. “Mi investigación permite producir más y mejor gasolina, era evidente que había una oportunidad de mercado. Les conté en el MIT y me ayudaron a patentar mi descubrimiento, a formar un equipo y crear un plan de negocios”.

En 2005 fundó Rive Technology. La idea era usar nanomateriales para hacer los procesos de obtención de energía más eficientes y limpios, y ese concepto rápidamente prendió entre los inversionistas de la zona de Boston. “Ya hemos conseguido 67 millones de dólares en capital de riesgo”, dice García Martínez.

Cuando partió con la idea, no tenía ni los conocimientos ni mucho tiempo para lograr lo que ha hecho. “Yo tenía 27 años, era científico, nunca había oído hablar de crear empresas”, explica. Hasta ese momento, su foco no había estado en emprender, sino en publicar artículos. ¿Cómo logró compatibilizar, en ese inicio, la intensidad de la vida de investigador en una de las instituciones más exigentes del mundo, con la creación de una empresa? La clave fue la misma universidad.

“Lo primero que hacen es acompañarte. Hay profesionales que te ayudan en los primeros pasos de tu aventura empresarial. Esta actividad es muy importante para MIT, que dedica recursos y personal al apoyo del emprendimiento”, dice. De acuerdo a un estudio hecho por la misma Escuela de Administración Sloan, en el MIT, hasta 2009 los ex alumnos de esa universidad habían creado 25.800 empresas activas, generando ventas anuales de dos mil millones de dólares. “Es todo un ecosistema el que se da ahí. Tienes muchas empresas de capital de riesgo en Boston y expertos en propiedad intelectual”, dice García Martínez. “Sobre todo tienen un método. Llevan tantos años transfiriendo tecnología de la universidad al mercado que no necesitan reinventar la rueda con cada persona que trabajan”.

NANOTECNOLOGÍA RENTABLE
La meta final es producir energía de forma más limpia y sustentable y, para eso, Javier García Martínez y su empresa hoy trabajan a corto y a largo plazo. “Mientras exploramos las tecnologías disruptivas del futuro, trabajamos para que las tecnologías que utilizamos hoy sean más eficientes”, dice el científico. Por una parte, ya está comercializando maneras de hacer más eficientes los procesos ligados al petróleo, pero también está investigando para buscar mejorar el rendimiento de la energía solar y del hidrógeno. Lo que todos estos planes tienen en común es el uso de nanomateriales para producir energía de forma más eficiente.

 En cuanto al petróleo, Rive Technology comenzó trabajando de manera experimental en refinerías en Estados Unidos. Tradicionalmente, el proceso de refinar el crudo utiliza catalizadores, materiales que permiten transformar el petróleo en gasolina, pero éstos no son lo suficientemente exitosos. A través de nanomateriales, García Martínez logró aumentar la porosidad de estos catalizadores y así producir más combustible y menos compuestos nocivos. “Dependiendo de la refinería, bajamos entre un 10 y 15% de las emisiones de dióxido de carbono”, dice el español. “Estos catalizadores ya están funcionando a escala comercial en refinerías en Estados Unidos, y ellas logran beneficios de unos 30 millones de dólares al año por hacer sus procesos más eficientes y reducir significativamente el impacto medioambiental”.

García Martínez no se queda sólo ahí. “Queda mucho por hacer para mejorar el procesamiento del petróleo. Estoy seguro de que el uso de nanomateriales, sobre todo de catalizadores, nos va a permitir aprovechar mejor los recursos naturales y, lo más importante, minimizar el impacto de esta industria”, explica. Los estudios que está realizando, además, no sólo tienen aplicaciones en las refinerías de combustibles fósiles, sino que también pueden utilizarse en biocombustibles, tratamiento de aguas y de aire. Y a todo esto se suma el trabajo experimental que está realizando en energía solar.

“Hoy en día nos podríamos preguntar por qué no ponemos más paneles solares en todos lados. Pues porque su rendimiento es todavía demasiado bajo. De cada fotón que llega, solamente el 10% se transforma en electrones, en corriente eléctrica”, dice García Martínez. A través de la modificación de la estructura de los materiales que captan la luz, a nivel microscópico, el químico pretende mejorar esta relación. “Ya hay materiales que tienen eficiencias del 40%. Esto significa que el precio del kilovatio-hora es una cuarta parte más barato y que sí puede ser competitivo con otras fuentes de energía”, explica el científico. “Estos rendimientos se consiguen con materiales muy caros y a escala de laboratorio, pero nos muestran que, gracias a la nanotecnología, es posible fabricar celdas solares más eficientes”.

Estos dos trabajos -el con petróleo y aquel con energía solar- reflejan algo que a García Martínez le apasiona particularmente: la relación entre comercialización y academia. Rive Technology se dedica a comercializar y sacar partido a lo inmediato. Mientras tanto, en su laboratorio prepara lo que podría venir. “En mi laboratorio en la universidad trabajamos  en tecnología para el futuro, como la energía solar o la producción limpia de hidrógeno, mientras que a través de mi empresa comercializamos soluciones para necesidades actuales”, explica. “Creo que ése es el modelo: investigación de excelencia en la universidad y comercialización de los resultados”.

CERRAR LA BRECHA
Entre el trabajo científico y el emprendimiento, Javier García Martínez ha recibido numerosos premios. En 2005 recibió la medalla europea al mejor químico de ese continente menor de 35 años. En 2007, la revista Technology Review, del MIT, lo eligió como uno de los innovadores jóvenes más influyentes del mundo. En marzo de este año publicó un artículo en Science sobre cómo unir ciencia y emprendimiento. Y todo esto lo ha hecho viajar mucho: es miembro del consejo de tecnologías emergentes del Foro Económico Mundial y pasa entre España y Estados Unidos por sus distintas labores.

Por todo esto y por su experiencia en dar el salto desde la ciencia básica a la creación de su empresa, García Martínez conoce los desafíos que implica unir estos dos mundos. “Existe una gran brecha entre la universidad y la empresa, que cierran aquellas personas que asumen el riesgo de transformar sus descubrimientos en oportunidades de negocio”, explica el químico. Pero ese tipo de personas son poco comunes. “Las universidades tienen un papel muy importante en la formación de una nueva generación de jóvenes que tengan a la vez conocimientos técnicos y las habilidades necesarias para llevar a la práctica sus conocimientos”. García Martínez cree que es fundamental que se fomente esta tercera vía, la que mezcla las características del científico tradicional y las del emprendedor.

Para él, hay tres consejos claves que debe tener en cuenta cualquier científico que quiera emprender o cualquier universidad que busque motivar el emprendimiento. “Primero, que no lo intenten hacer todo ellos mismos. Los científicos tenemos la tentación de creer que podemos hacer todo”, explica García Martínez. Cuando creó Rive Technology, fue clave armar un equipo sólido que lo apoyara, especialmente en los temas que él no conocía. Él realizó el descubrimiento sobre el que se asienta su empresa, pero el equipo la hizo crecer.

“Lo segundo es proteger muy bien la propiedad intelectual”, dice el químico. “Las patentes son la base de muchas empresas tecnológicas y las publicaciones científicas deben venir después, no antes de proteger la tecnología”.

Finalmente, García Martínez dice que es necesario financiar bien la empresa en sus etapas iniciales. Muchas veces ha conversado con otros científicos que le dicen que su descubrimiento es muy sencillo y necesita poco dinero. Su experiencia le dice que esto pocas veces es así. “Siempre se requiere más tiempo, algo falla o surge algo que no se puede prever. Es necesario contar con suficientes recursos para poder solucionar los problemas que aparecen por el camino”, concluye el científico. “Un equipo profesional, una propiedad intelectual sólida y suficientes recursos son mis consejos para echar a andar una empresa desde la universidad”.

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