Por Juan Pablo Garnham Noviembre 10, 2011

"Necesitamos más astrónomos", dice Mario Hamuy. "Con la llegada de ALMA y los otros tres telescopios gigantes tenemos el desafío de aumentar nuestra capacidad humana, de manera de que no baje la presión sobre ese diez por ciento".

Para un pequeño grupo de personas alrededor de todo el mundo, Chile es un sueño. Jura Borissova es una de ellos. Es astrónoma. Nació en Bulgaria, pero en la búsqueda de los mejores lugares para ver las estrellas dejó su país para ir a México por nueve meses. Sin embargo, su destino final fue Chile. "Este es un país maravilloso para nosotros. Es como Wall Street para los que trabajan en finanzas", dice Jura.

En México, ella tenía acceso a telescopios de dos metros. Pero, en su profesión, el tamaño importa. El detalle que logran los telescopios astronómicos tiene directa relación con su diámetro y en Chile podía trabajar con instrumentos como el VLT de Paranal, de 8,2 metros. "Muy pocos observatorios del mundo se pueden comparar con los de Chile y acá tienes acceso a cada uno de ellos", explica.

Cada uno de estos centros astronómicos -los ya en operación y los en proyectados- se han logrado mediante acuerdos que garantizan un diez por ciento de tiempo de uso para científicos de instituciones chilenas. Jura Borissova, como académica de la Universidad de Valparaíso, ha hecho uso de este beneficio. Junto a otros científicos de la UC, de la Universidad de Chile y de la Universidad de Concepción están usando un telescopio infrarrojo en Paranal para mirar la Vía Láctea. Lo que han logrado ver ha llamado la atención en todo el mundo: descubrieron 96 cúmulos estelares, es decir, agrupaciones de estrellas, que antes no era posible observar.

"Cuando hay polvo o gas, la luz pasa por ahí y ésta la absorbe, no puedes ver lo que hay atrás de ellas", explica Jura Borissova, "pero el infrarrojo no se absorbe tanto y puedes ver qué hay ahí". Observándolos, se podrá saber más sobre cómo se forman las estrellas y Jura Borissova espera encontrar muchos más en el futuro.

"Si hay un país donde los extranjeros buscan trabajar, eso demuestra un valor", dice Massimo Tarenghi, astrónomo italiano de 62 años y representante en Chile de la ESO. Esta institución europea administra observatorios como el de Paranal y el de La Silla. Tarenghi vivió lo mismo que Jura cuando egresó de la universidad en Italia. En ese momento, tuvo la suerte de ir a Arizona. En los sesenta, cuando Massimo era joven, el desierto de Estados Unidos era el principal polo astronómico del mundo. Pero desde fines de los noventa, con la construcción del VLT en Paranal, los cielos chilenos se han visto tan apetecidos como los de Estados Unidos, con la diferencia que acá se pueden observar fenómenos como la Nube Magallánica, que no se ven en el hemisferio norte.

La inauguración del radiotelescopio Atacama Large Millimeter/submillimeter Array (ALMA) hace un mes es la joya de la corona. En el área de la radioastronomía, simplemente no hay nada de estas dimensiones en el mundo: cuando esté funcionando en su totalidad, serán 66 antenas captando el equivalente a lo que haría un telescopio de 14.000 metros de diámetro. En la actualidad, el telescopio óptico más grande del mundo, el Large Binocular Telescope en Arizona, tiene 11,9 metros.

En las próximas décadas, en todo caso, un observatorio chileno será, por lejos, el de mayor capacidad en el planeta. El European Extremely Large Telescope (E-ELT), comenzaría a funcionar en 2022 en el Cerro Armazones, Región de Antofagasta, frente a Paranal. Éste tendrá cuarenta metros de diámetro, capacidad que no solamente permitiría detectar planetas similares a la Tierra, sino incluso se podría identificar si tienen océanos y continentes. "Los astrónomos no tendrán otro equipo con la misma capacidad de observación", explica Tarenghi, a quien se le iluminan los ojos cuando describe este proyecto.

Al E-ELT se sumarán otras dos iniciativas: el Large Synoptic Survey Telescope, que empezaría sus labores en 2015, y el Giant Magellan Telescope, que debería estar construido en 2018. El primero se ubicará en Cerro Pachón, una cumbre en el valle de Elqui, y destaca porque fotografiará todo el cielo cada tres noches. El segundo estará en Las Campanas, al sur de la región de Atacama, y tendrá siete espejos de más de ocho metros cada uno, los que le darán la capacidad de captar cuatro veces más luz de la que captan los instrumentos existentes hoy.

Estas tecnologías y su disponibilidad van a dejar a la Astronomía con horizontes mucho más amplios que otras ciencias chilenas, permitiendo investigación que puede pelear por los más altos premios internacionales. De hecho, el último premio Nobel de Física tuvo como base el trabajo de investigadores de la Universidad de Chile como Mario Hamuy y los expertos concuerdan en que, si algún científico chileno gana el Nobel en los próximos treinta años, lo más probable es que éste sea un astrónomo. "Y será gracias a este diez por ciento, que es la herramienta que nos permite ver el universo con la mejor tecnología disponible", dice Hamuy.

 

El efecto diez por ciento

Antes de la llegada de los observatorios del norte, la opción académica para mirar el cielo era el Observatorio Nacional en Cerro Calán. Ahí, los astrónomos se dedicaban a medir estrellas y su movimiento ver el paso del tiempo. El centro era el encargado de dar la hora oficial en el país. "No era una astronomía excitante o de frontera", dice José Maza,  premio nacional de Ciencias y  profesor de la Universidad de Chile.

Uno de los telescopios era de 1893, el otro de 1910 y el más grande era de 1928.  "Pero no teníamos instrumentos propios que nos podrían haber llevado a un boom", explica Maza, "sólo gracias a Tololo y Las Campanas y al posterior acceso que ganamos en La Silla y Paranal se ha podido desarrollar la astronomía".

Es así como la comunidad astronómica pasó de estar compuesta por veinte astrónomos en 1980 a alrededor de cien en la actualidad, contando académicos y posdoctorados. "Se están produciendo entre 200 y 300 papers ISI al año", comenta el académico Mario Hamuy. No sólo se ha dado una mejora cuantitativa: los trabajos chilenos son citados en un treinta por ciento más que la media mundial. "Si no tuviéramos el diez por ciento de observación, seríamos probablemente cinco astrónomos, pasando penurias por tener algún tiempo con algún colaborador extranjero", dice Hamuy.

Sin embargo, los científicos chilenos son exigentes con su futuro. A pesar de tener garantía de ese porcentaje de noches en observatorios como Paranal, están preocupados por mantener la competitividad de sus propuestas. "Necesitamos más astrónomos. En este momento estamos solicitando alrededor de un 25 por ciento del tiempo", dice Mario Hamuy, "pero con la llegada de ALMA y los otros tres telescopios gigantes tenemos el desafío de aumentar nuestra capacidad humana, de manera de que no baje la presión sobre ese diez por ciento. La condición mínima para tener proyectos de calidad es tener competencia".

Según José Maza, la estadística mundial dice que, para tener una astronomía de calidad, un país debería tener entre diez y quince astrónomos por millón de habitantes. "Chile tiene sesenta académicos, lo que nos da cuatro por millón. Es decir, el país podría triplicar o cuadruplicar la cantidad para tener estándares internacionales de país desarrollado", dice Maza.

El problema es que la formación de los astrónomos puede durar hasta veinte años, desde el pregrado hasta los uno o dos posdoctorados que hacen. Al menos hoy ya existen más universidades que imparten la carrera. Si en los noventa sólo estaban la Universidad Católica y la Universidad de Chile, hoy existen programas en La Serena, Antofagasta, Valparaíso, Arica, Concepción y en la Universidad Andrés Bello. Sin embargo, esto plantea una curiosa contradicción: la duda de si Chile es capaz de absorber semejante cantidad de astrónomos.

"Es muy difícil que las universidades tengan capacidad para seguir ampliando sus plantas académicas", dice José Maza, quien explica que no hay dinero suficiente para contratar a más profesores de planta. "Si un estudiante que está afuera es una bala, yo le puedo decir que le puedo pagar un posdoc por dos o tres años, pero eso sólo es un contrato temporal".

 

Los desafíos que vienen

Patricia Arévalo es una de las afortunadas que ya tiene contrato. No sólo eso: con 32 años es la presidenta de la Sociedad Chilena de Astronomía. Ella es parte los primeros jóvenes que comenzaron a estudiar la carrera a fines de los noventa. Luego de hacer su doctorado, volvió a Chile y hoy es académica de la Universidad Andrés Bello. "Estamos en un periodo de tránsito", explica Arévalo, "las primeras generaciones estamos en el momento de volver".

Sin embargo, la contradicción de si estos astrónomos jóvenes encontrarán espacios en Chile obliga a pensar en nuevas áreas de desarrollo científico. Para Arévalo, ALMA da la clave. "Dado a que los mayores telescopios en el país han sido ópticos, el mayor desarrollo ha sido por el lado de la astronomía óptica", dice Patricia. Con el nuevo radiotelescopio, los estudiantes ya están cambiando su foco y los pocos especialistas locales en el tema tienen mucha demanda por sus cursos. "Esa es un área que hay que fortalecer, trayendo o entrenando gente que sea capaz de usar sus datos".

Otra área importante donde falta gente es la astroingeniería, es decir, la creación y estudio de herramientas astronómicas."En este campo necesitamos instrumentalización avanzada y finalizada para un particular tipo de estudio", dice Massimo Tarenghi. Un grupo de la Universidad de Chile trabajaron en el proyecto de ALMA y otro de la UC participó en el estudio de instrumentos del E-ELT, pero aún esta es un área que se puede aprovechar más, especialmente porque puede reportar ganancias y, eventualmente, se puede conectar con el desarrollo industrial. Tarenghi cree que están las capacidades para lograr esto: "En los últimos 34 años, la calidad de los técnicos e ingenieros chilenos ha llegado a un nivel mundial".

Para Jura Borissova, la astronoingeniería es un tema relevante y la radioastronomía también. Sin embargo, cree que al ver a más largo plazo hay otra clave. Cuando el Large Synoptic Survey Telescope comience a funcionar, éste sacará 200 mil imágenes al año, es decir 1,28 millones de gigabytes. "Alguien tendrá que manejar estas bases de datos enormes. Tienes que saber cómo hacer que los cables de datos soporten estas cantidades y a qué velocidades, tienes que saber cómo organizarlos", dice Borissova. Para ella, el campo laboral va a existir. El problema es que los chilenos lo aprovechen. "Pero estamos a tiempo", concluye.

El futuro estelar de Chile

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