Por Francisco Sagredo Diciembre 18, 2015

El ex presidente, Sergio Jadue, en Estados Unidos arriesgando las penas del infierno por actos de corrupción. El ex secretario general, Nibaldo Jaque, escondido en el anonimato tras serios cuestionamientos por sus manejos económicos.
Un manto de duda gigante sobre los millonarios contratos firmados en el último lustro. Y una corporación con su imagen destruida. Ese es el presente de la Asociación de Fútbol Profesional.

Si la ANFP fuera un gobierno, habría caído por su falta de legitimidad. Si se tratara de una empresa, habría quebrado.
Sin embargo, ahí está, funcionando con los pocos que quedan tras la huida y limpieza generalizada. Hoy el objetivo de este muerto caminando es aguantar hasta las elecciones del próximo 4 de enero.
Esta semana se inscribieron las dos listas que competirán por la testera del fútbol chileno, encabezadas por Arturo Salah y Pablo Milad.

Los pronósticos dan por vencedor al ex subsecretario de Chiledeportes. Pero ojo, aún quedan un par de semanas para que Milad, mandamás de Curicó Unido, intensifique el lobby que el polémico presidente albo, Aníbal Mosa, principal articulador del denominado “Eje del mal”, está encabezando para conseguir el apoyo de varios clubes que hoy se alinean en la lista de Salah. El voto es secreto, así que se puede esperar cualquier cosa.
Quien sea elegido se encontrará con una ANFP moribunda, que requiere una renovación absoluta, no sólo de nombres y funcionamiento, también de estructuras.

En Quilín se necesitan movimientos tectónicos para modernizar y transformar la ANFP en una entidad profesional, eficiente y estable. Para resucitar a nuestro fútbol hay que tirar del mantel y dar vuelta el tablero, no queda otra.
Se tocó fondo, no se puede estar peor. La clase dirigencial ha hecho todo mal, pero a pesar de que la mayoría de quienes definirán el futuro de la ANFP son los mismos que han manejado el fútbol en los últimos años desde el soberano Consejo de Presidentes, ahora tienen una nueva oportunidad para que la incapacidad y la incompetencia tengan un punto final.
Quien asuma el 4 de enero debe enfocar sus primeros esfuerzos en cuatro áreas irrenunciables: transparencia, cambios en la institucionalidad, potenciamiento del paupérrimo torneo local y la seguridad en los estadios.

Lo primero que se debe hacer es abrir las ventanas de Quilín. Basta de filtraciones acerca de los onerosos acuerdos comerciales que firmó la administración Jadue. Hay que hacer públicos, con documentos en mano, cuánto entró a las arcas de fútbol chileno por los contratos de derechos televisivos (Megasport) y sponsor técnico (Nike). Confirmar, o descartar, los rumores de millonarias comisiones para asegurar esos contratos.

Se debe transparentar el manejo económico de la Copa América, saber cuáles empresas, sobre todo las vinculadas a directores de la ANFP, se adjudicaron las diversas licitaciones en la era del calerano en Quilín. Es imperioso conocer la verdad del contrato con el cuerpo técnico y mostrar cómo se utilizaron los millonarios recursos de la corporación, denunciando con nombre y apellido a quienes se apropiaron de dineros indebidamente.

Luego debe haber un cambio en la institucionalidad interna de esta corporación de derecho privado sin fines de lucro. La ANFP pide a gritos una transformación, ya sea a través de una sociedad anónima deportiva u otra instancia que permita, entre otras cosas, que su presidente y directores sean remunerados, con el fin de que se profesionalice el manejo y así
poder exigirles rendimiento ejecutivo y transparente.

Ni hablar de la necesidad de quitarle poder a la figura del presidente. Hoy la ANFP tiene un régimen absolutamente presidencialista, lo que ha permitido, en el último tiempo, que sus timoneles se conviertan en pequeños dictadores o actúen a espaldas del Consejo de Presidentes.

En tercer lugar, la nueva autoridad deberá aumentar la competitividad del alicaído torneo local, generando un tipo de campeonato más atractivo, mejorando el hoy desordenado sistema de programaciones y terminando con la enredada repartición de cupos para los torneos internacionales, convertida en un acertijo indescifrable para el hincha común.
Por último, la ANFP, con un trabajo de coordinación serio con el gobierno central y las diversas policías, deberá hacer frente al escándalo de la violencia. El público simplemente dejó de ir al estadio (el último Torneo de Apertura fue el de más bajo promedio de asistencia en diez años). Basta de flaites y delincuentes comunes transformando los recintos deportivos en campos de batalla carcelarios. Llegó el momento de tomar medidas drásticas, aunque sean impopulares y terminando con la nula voluntad política para asumir los costos de decisiones que, sobre todo al inicio, serán impopulares.
El 4 de enero comienza una nueva era. Salah o Milad la encabezarán. El que llegue deberá resucitar a la ANFP, porque a la de hoy hay que enterrarla. Ya está muerta…

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