Por Marcela Escobar Octubre 23, 2014

© Pablo Luebert

Las chilenas de hoy somos hijas de mujeres que también trabajaron y  sacrificaron tiempo y energía para conciliar familia con ese trabajo que tanto deseaban. La generación de nuestras madres ansiaba salir de la casa porque afuera estaba la realización personal.

Fue otra mujer la que alguna vez lo dijo, no recuerdo el día ni el contexto. Pero lo hizo como quien transmite una verdad inefable: el cerebro de la mujer que trabaja es capaz de estar pendiente no sólo de aquella labor por la cual recibe un sueldo. Al mismo tiempo está pensando en que no ha comprado acelga para el almuerzo del día siguiente. Que esa misma semana su hija tiene prueba de matemáticas y que deben estudiar. Que hay que pedir hora para el pediatra del menor. Que le gustaría comprarse otros zapatos, pero es más urgente el nuevo par de zapatillas de fútbol que necesita su hijo para reemplazar las que están rotas. Y que sí, que tiene que terminar esa planilla Excel porque la esperan para ayer.

Esa misma mujer dijo luego: “El hombre, en cambio, trabaja. Trabaja como hombre”.

Quizás sea injusto, pero pareciera que trabajar como hombre significa hacer foco en el trabajo como si nada más existiera, mientras que las mujeres deben lidiar con una lista de responsabilidades que sienten propias y exclusivas. No es cuestión de impresiones personales. Hay estudios que lo avalan y cifras que lo comprueban. Según los números del INE y el análisis de la economista Marcela Perticará, la conciliación de los roles para una madre trabajadora en Chile es compleja: la participación laboral decrece si aumenta el número de hijos, más todavía si los niños tienen entre uno y 5 años. Aun cuando los hijos asistan a sala cuna o jardín infantil, la madre es, socialmente, la encargada de su cuidado. Y por cuidado entiéndase armar colaciones, revisar mochilas y libretas de comunicaciones, planchar delantales, preparar mudas, comprar pañales, asistir a las benditas reuniones de apoderados…

Las jornadas de los preescolares no parecen compatibles con la labor de una madre que trabaja tiempo completo. Hay que hacer malabares, organizarse, planificar. Quizás aquello explique que más del 23% de las mujeres laboralmente activas lo hagan de manera independiente. Ha nacido la emprendedora, el teletrabajo, el home working, los listados de las mejores empresas para madres que trabajan.

La periodista Paula Pincheira tiene dos hijos menores de cinco años y es editora en un diario. Pese a la exigencia del oficio, dice que se puede ser madre y trabajar: “Pero hay que aprender a ponerse límites. Y a relevar lo importante de lo accesorio, sin culpa. Me gusta una frase que leí por ahí: sin hijos, uno se miraba siempre el ombligo. Ahora, son ellos el ombligo de mi mundo. Casi todos -jefes, subordinados- han recorrido ese mismo camino. Y por eso, al final del día, lo entienden y lo respetan. Pero hay que atreverse, a sabiendas de que es difícil, sobre todo con las exigencias que se pone una misma”.

Exigencias propias del género, dirán algunos. Exigencias que no disminuyen cuando los hijos crecen y entran al colegio.

La cuestión es así: pese a que nuestro país cuenta con una de las menores tasas de participación laboral femenina en el mundo, las chilenas de hoy somos más autónomas económicamente porque esa participación ha crecido 15 puntos en los últimos 30 años. Como consecuencia, estamos modificando la familia tal como la conocemos y, por ende, la sociedad. La mujer actual es la que más consume. La que más viaja. La que más vive. Pero ya no tiene tantos hijos como antes.

“Ser madre ha sido el único rol que ha logrado poner en juego mi incondicionalidad hacia otro”, comenta Paula Concha, psicóloga, dos hijos. “La maternidad va absorbiendo espacios que nunca pensé que iba a transar, hasta que llega un minuto en que se vuelve necesario retomar mi existencia y entonces comienza a ganar terreno esa profesional que siempre quise ser y que postergué varios años. Y, claro, el ejercicio profesional ha ganado tanto terreno hoy, que ya soy madre por gotario. Entonces surge la gran pregunta: ¿quiero ser madre culposa y sufrir por no estar tanto, o prefiero ser madre feliz y cariñosa? Yo hace un rato que escogí la segunda opción”.

La tasa de natalidad en Chile ha descendido a 1,89 hijos por mujer (una baja de un 54% en los últimos 40 años). La mayoría de las familias que conozco están criando hoy hijos únicos o bien dos niños. Y en esas familias, las mujeres trabajan. Y mucho. Algunas hablan de “su carrera”, como si tener éxito en un empleo fuera una suerte de maratón con obstáculos. Uno de ellos es la brecha salarial con los hombres. Otro, que resulta muy difícil ascender a puestos altos como gerencias o directorios. Menos si se está criando.  

Las chilenas de hoy son hijas de mujeres que también trabajaron y que sacrificaron tiempo, energía y horas de sueño para conciliar familia con ese trabajo que tanto deseaban. La generación de nuestras madres (aquellas mujeres nacidas en la década del 40) ansiaba salir de la casa porque afuera estaba la realización personal. En cambio, a las que nacimos en los 70 las escucho reclamar, cada vez con mayor fuerza, por más -y mejor- tiempo para los hijos.

En las páginas de su último libro, La ridícula idea de no volver a verte, Rosa Montero cuenta por qué no fue madre. Ella cree que España evolucionó demasiado rápido desde el machismo extremo a una sociedad más abierta, pero muchísimas mujeres -la madre de Rosa, entre otras- no pudieron participar de esa sociedad que cambiaba. La explicación está en los hijos. “Esa generación de mujeres se pasó su madurez susurrando a sus hijas: aprovecha, sé libre, sé feliz, tú puedes, no tengas hijos porque a mí me han encadenado”, explicó Montero en una entrevista. Un susurro que puede estar diseminándose justamente ahora, aquí en Chile, en las mentes de las mujeres que trabajan y que quieren mantenerse en la carrera.

 

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