Por Antonio Díaz Oliva Julio 9, 2014

Año a año me sucede lo mismo: se anuncia una nueva temporada de True Blood, internet se llena de noticias sobre vampiros y regreso a los primeros episodios para intentar -una vez más- enganchar con la serie del gran Alan Ball. Recalco lo de gran porque de verdad creo que Six Feet Under, la otra serie de Ball para HBO, es uno de los mejores shows del mundo y, pese a que en su momento fue aplaudida, hoy su legado parece injustamente disminuido frente a otros tótems de la TV como The Wire, Los Soprano, Breaking Bad y Mad Men. Así, una vez más, me acerco al mundo de True Blood (que esta semana comenzó su séptima y última temporada). Y nada. Hay algo que me impide conectar con los vampiros y con la fofa protagonista Sookie Stackhouse (Anna Paquin), pese a que la premisa de la serie -un mundo en que vampiros y humanos conviven- funciona muy bien. Como dijo el crítico español Jorge Carrión, True Blood es “un pastiche en que la serie B y la Z conviven con el soft porn y con la alegoría kitsch, que sólo puede ser disfrutado mediante un filtro de ironía”. Y creo que mi problema, entonces, es no entender esa ironía, no saber cómo acercarme a ese pastiche. Lo siento Alan Ball: seguiré defendiendo Six Feet Under hasta la muerte, pero mi escepticismo sobre tus vampiros y gente con poderes telepáticos no cambiará.

“True Blood”: miércoles a las 20:00 h por HBO.

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