Por Rodrigo Fresán Mayo 23, 2013

Iron Man es uno de los pocos superhéroes -especialmente desde que Robert Downey Jr. se hizo cargo del personaje en el cine- cuya verdadera identidad es igual o mejor que la del férreo paladín de la elegante armadura roja y amarilla. De hecho, Stark -fabricante de armas sin demasiadas culpas- ni siquiera tiene ese problema de la identidad secreta. Todos saben que él es Iron Man y que Iron Man es él desde su despegue en 1963 y no parece haber demasiados problemas con eso. Stark es un feliz y gracioso millonario con padres muertos en un accidente de aviación nunca del todo aclarado (pero sin nada de la melancolía dark del huérfano Bruce Wayne quien, a diferencia de Stark, juega a ser playboy para disimular y no por convicción y estilo), lleva una relación bastante estable y lo justo de histérica con su novia Pepper Potts y, de acuerdo, están sus dolencias cardíacas; pero nadie ni nada es perfecto. Stan Lee -patrón de la Marvel- pensó  en Iron Man cuando se le ocurrió la idea de un justiciero,  inspirado en la mítica figura de Howard Hughes, con más de una pizca de Hugh Hefner. Un hombre de negocios con la $ y no la S en el pecho: “La quintaesencia del capitalista”, dijo. Lee  apostó a crear a alguien que, de entrada, no gozase de la simpatía del típico lector nerd y contracultural de la Marvel, sino todo lo contrario. Y el desafío pasaría por conseguir que al poco tiempo lo adorasen. Y la cosa le salió bien. Iron Man pronto fue el personaje que recibía más correos de fans femeninas, y desde hace décadas que la revista Forbes ubica a Stark en lo más alto de su lista de magnates de ficción y BusinessWeek lo rankea entre los diez personajes de cómics más inteligentes de la historia.

(Y recomendación extra para todo adicto a todas las cosas Marvel: acaba de traducirse al español Marvel Comics: La historia jamás contada. Uno de los ensayos más divertidos de los que tenga memoria, donde Sean Howe no deja viñeta sin mirar u onomatopeya sin oír a la hora de contar la truculenta historia de la Marvel, y las maquiavélicas maniobras de Lee -a destacar su relación pasivo-agresiva con  el genial dibujante Jack Kirby- para mantener el control de la compañía, mientras va ensamblando una de las más grandes cosmogonías-religiones en toda la historia de la humanidad).

A pesar de todo lo anterior, Iron Man 3 -dirigida por Shane Black, quien ya dirigió a Downey Jr. en la muy estimable y ya de culto Kiss Kiss Bang Bang- es un tanto más turbulenta que las entregas anteriores. Stark sufre de una especie de  estrés  postraumático, duerme mal, vive angustiado. Y están todos esos golpes que recibe cada vez que tiene que calzarse las piezas voladoras de su traje. Y, ah, esa escena formidable en que lo vemos arrastrando su maltrecha armadura por la nieve para así ingresar en el centro extraño de la película donde Stark -sin gadgets- se consagra como el verdadero titán de carne y hueso de la cuestión. Después, por supuesto, explosiones y fuegos artificiales y hasta la próxima; aunque los productores se cuidan las espaldas y dejan un final ambiguo y cerradamente abierto en caso de que Downey Jr. decida no renovar contrato porque, como Stark, puede permitírselo. Eso y mucho más.

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