Por quepasa_admin Agosto 18, 2011

"Hola, soy Delia Urrutia, dirigente y actriz", dice la menuda mujer que entrega una tarjeta para formalizar la presentación. Pide permiso a la dueña del almacén donde trabaja, toma un par de sillas plásticas que ubica fuera del negocio y se sienta con vista a la población que ayudó a levantar en Lampa, para ella y otras 140 personas, y que recibieron en 2010. "Si me hubieras conocido hace tres años, no habrías encontrado a la misma que ves ahora. Dependía de mi marido y sólo estaba dedicada a la familia. A él nunca le gustó la labor social que yo empecé". El caballero en cuestión ya no está en el horizonte, y menos en la casa N°9 de la Villa Nuevo Amanecer, sitio de nombre profético para ella.

A los 40 se nota que la articulada pobladora desea ver a mucha distancia un pasado en el que no tenía voz alguna y que contrasta con su actual actitud protagónica: lidera a su junta de vecinos, ostenta un diplomado en Ciencias Políticas y Sociedad en la Universidad Alberto Hurtado y se prepara para reestrenar en septiembre la obra Mujeres en toma, el proyecto con el que en 2009 debutó en un escenario y donde expone su experiencia de la vida en campamento. Así que mientras otros eligen enfrentar en "clave regresión" esta edad simbólica, ella dice que la alegra.

La carga del tiempo no pasa por sus tres hijos y nieta, sino que por un crecimiento al que llegó a la fuerza. "El día de mi cumpleaños me sentí como una mujer con la capacidad de reflexionar y decir las cosas con madurez. Antes de eso pensaba como una niña, no medía las consecuencias", explica.

Pero el camino a Lampa tomó más de la hora de viaje que separa la comuna del centro, le llevó una vida - la mala vida-. Delia Urrutia llegó desde El Salto, donde su padre alcohólico la maltrataba, y partió en edad escolar a limpiar tumbas con su mamá. Le dolió dejar el colegio y sueños de ser carabinera para trabajar con ella, pero se mantuvo callada. A los 17 se fue con su pareja y empezó a buscar techo como allegada en casa de familiares, hasta que encontraron independencia en un campamento en las faldas del cerro San Cristóbal. Lo pasó pésimo, pero seguía silenciosa. Fue en una visita a una hermana de su marido en Lampa donde vieron la posibilidad de mudarse y se unieron a un conjunto de mediaguas en La Copa, en el sector El Bosque Hermoso.

"Estábamos ahí cuando un día me enteré que estaban haciendo un proyecto de vivienda de Un Techo para Chile, y de pura curiosidad me fui a instalar". En 2005 empezó como socia de la iniciativa, hasta que un día discutieron la necesidad de que alguien llevara el registro de los avances y ella -muda- levantó la mano ofreciéndose para tomar notas. Ahí cambió todo.

"Era muy tímida, me costaba expresarme delante de mucha gente. Pero empecé, me sacrifiqué, trabajé años en esto. Empecé siendo la secretaria y terminé siendo la presidenta del comité", relata. Hoy, antes de las siete de la mañana, cruza la plazoleta que separa su hogar del almacén, cierra el negocio al anochecer, vuelve a la casa N°9, revisa mails y conversa con los otros delegados de la Corporación de Dirigentes. "Sueño con ser alguien importante", dice. 

Antes de entrar las sillas al almacén, pone su cara al sol y dice: "Mi vida era normal antes, pero plana. Ahora no, me siento libre".

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