Por Alejandro Jiménez Junio 10, 2011

© Nicolás Galdames

En una empinada ladera un grupo de temporeros cosecha el pinot noir más inusual y osado de Chile. Es una zona interior de Las Dichas, en el gran Valle de Casablanca. Son siete hectáreas de un pinot noir orgánico, biodinámico, natural, artesanal, de autor. Ni su propio mentor, el fotógrafo Julio Donoso, sabe cómo definirlo. Lo que sí sabe es que este negocio es a largo plazo. Sus pocas hectáreas tienen rendimientos muy bajos. La primera vendimia del 2008 apenas arrojó trescientas y tantas botellas de un vino casi mítico. Y la mitad de la uva se la festinaron los pájaros. La cosecha del 2010 dio más uva, pero nada como para volverse rico.

Donoso y su socio alsaciano André Ostertag, un viticultor con fama de beligerante y gran productor de riesling, tomaron decisiones radicales: no usar barricas de roble para la guarda, sino reemplazarlas por estanques de cemento en forma de huevo. La explicación es doble. Por un lado, están los vinófilos que odian la madera, pues a su  juicio es un agregado "artificial" que tapa los aromas originales del vino; de otra parte, los seguidores de la biodinámica de Rudolf  Steiner, que estiman que la forma del huevo es más propicia para un líquido biológico en desarrollo, por la influencia de las mareas y las fuerzas cósmicas, entre otros. Donoso milita en ambas tendencias. Su vino se llama Montsecano y, casi seguro, sólo lo conocen los entendidos.

Los vinos raros y osados, de pequeñas producciones y de autor, a la manera campesina y artesanal, son poco frecuentes en Chile. Nuestro país es industrial, de grandes extensiones y producciones. Muy pocas viñas bajan de las diez hectáreas. En el país hay unas 250 viñas en producción, cifra similar a la de Montalcino, en Italia. Sin embargo, acá son 150 mil hectáreas contra las 2.000 de la famosa zona en la Toscana. En Montalcino, un 25% de los productores tiene menos de una hectárea y un 30% entre una y tres. Esa realidad no existe en Chile. Una viña considerada boutique como Cono Sur dice que cultiva y cosecha 1.800 hectáreas, en 100 fundos distintos. Una viña grande como San Pedro tiene en un solo paño, en Molina, unas 1.200 hectáreas, sin considerar otras 1.500 ubicadas en otros valles.

¿Cuál es la importancia de estas cifras? La consecuencia es que la diversidad de nuestros vinos es menor respecto del Viejo Mundo y que existe poco espacio para las locuras enológicas. Las grandes, medianas y pequeñas viñas tienden peligrosamente a la coincidencia de estilo. Varios críticos internacionales han dicho que al probar vinos de la cepa emblema chilena, el carmenère, se respira una lánguida monotonía. Lo mismo en los cabernet sauvignon. Esa uniformidad la puede pagar cara la industria en el largo plazo.

Los vinos de pequeñas producciones y de autor, a la manera campesina y artesanal, son poco frecuentes en Chile. Uno de los factores que pueden hacer cambiar el rostro de los vinos chilenos es buscar, descubrir y rescatar aquellos viñedos del Chile más profundo.

Una de las disidencias más articuladas a esta tendencia es el Movimiento de Viñateros Independientes (MOVI), agrupación variopinta de productores "a escala humana". En esta asociación hay desde enólogos hasta cineastas, médicos y abogados; chilenos, suizos, italianos y franceses. Allí están una serie de viñas de las que probablemente tampoco ha oído nombrar: Bravado Wines, Bustamante, Clos Andino, Domaine Manson, Flaherty Wines, Garage Wine, Gillmore, Hereu, I- Wines, Lagar de Bezana, Meli, Polkura, Reserva del Caliboro, Rukumilla, Starry Night, Trabún, Von Siebenthal y Villard. Puesto que los estilos son tan variados como sus creadores, la definición de "a escala humana" es amplia. "No hay grandes conglomerados ni mecenas. Cada botella elaborada refleja el carácter y la identidad de lo profundo de la tierra que les dio su origen", dicen. Como sea, MOVI ha aportado una cuota de frescura, pese a que no cuenta con grandes recursos publicitarios.

Uno de los factores que pueden hacer cambiar el rostro de los vinos chilenos es buscar, descubrir y rescatar aquellos viñedos del Chile más profundo, que fueron plantados hace décadas por agricultores que los veían como un complemento. Ello se da especialmente en el Maule, en particular en Cauquenes, con dos cepajes que tienen una suerte de renacimiento. Uno es el carignan (cariñena, de origen español), que posee pequeños productores de la zona, con parras de 50 ó 60 años de edad, con viñedos de menos de diez hectáreas, algunos de ellos con un cuidado "a la mano de Dios", es decir, casi silvestres. En el mercado hay unas 15 etiquetas de carignan, algunos de viñas "grandes", como Morandé, cuyo ex enólogo jefe Pablo Morandé, fue el primer impulsor del cepaje. Pero también hay representantes de medianas y pequeñas viñas, como Gillmore, De Martino o Meli. Un caso especial de carignan no proviene del Maule, sino del secano costero del Valle de Colchagua, de un viñedo "silvestre" de Viña Villalobos, que es un vino delgado, fresco y floral, que ha sido alabado por su honestidad.

El segundo caso es la cepa país, una de las más abundantes en Chile en variedad tinta, la cual fue introducida durante la conquista española. Sin embargo, ha sido permanentemente mirada en menos pues da vinos más bien delgados, algo descoloridos y rústicos de taninos. Pero "rústico" en el contexto de estos vinos no es un defecto. En el Maule, el país abunda entre los pequeños agricultores y  generalmente es comprado para hacer vinos en caja o de baja calidad. Muchas veces es arrancado para dar paso a uvas más finas o es injertado para aprovechar la antigüedad. Pero pocas veces es visto como una uva que reúne características especiales: es en general un cultivo orgánico pues los viñedos no son abonados artificialmente; es una cepa de aromas poco habituales y puede generar vinos muy entretenidos si se vinifica fresca, casi sin madera y más bien ligera. Es lo que hizo un francés algo excéntrico, Louis Antoine Luyt. Creó la marca Clos Ouvert y le sacó provecho, llamándole uva huasa, la que es un hit hoy en día con su vino País de Quenehuao.

Si bien estos otros vinos no son una amenaza para los establecidos, sin duda el fenómeno irá creciendo. La clave será conquistar a un público conservador.

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