Por Alejandro Alaluf Julio 23, 2014

Spotify, el servicio de streaming musical más popular del momento, ha significado para los artistas una gran visibilidad, y también una fuente de ganancias extra. Spotify -que goza de casi la mitad de la participación de mercado, seguido de Deezer y Rhapsody- paga aproximadamente 0.007 centavos de dólar cada vez que una canción es reproducida en su servicio, en todo el mundo, al cantante, grupo o quien sea dueño de sus derechos. Para que una canción se considere “reproducida” debe tocarse por un mínimo de 31 segundos. Fue lo que le dio al grupo Vulfpeck, una banda funk de Michigan, una particular idea para financiar su próximo tour: produjo un álbum silencioso, con piezas de poco más de medio minuto de duración, cada una. Titulado Sleepify, el disco debía ser reproducido por sus fans en Spotify (mientras dormían, sugería la banda). A mayor cantidad de veces, mayor recaudación para el grupo. El premio: el tour de Vulfpeck sería gratuito y privilegiaría las ciudades donde más se había tocado el disco en el mencionado servicio de streaming . Fue un éxito: el grupo juntó cerca de 20 mil dólares. Los problemas vinieron después. Spotify obligó a la banda a bajar el disco silencioso, argumentando que violaba sus políticas de contenido. Vulfpeck accedió, pero inmediatamente subió un nuevo EP de sólo tres canciones. Una de ellas, bautizada como “#Hurt”, es un “tema” spoken word, en el cual uno de los integrantes comenta todo el episodio de Sleepify.

El caso es revelador de la realidad de la industria musical hoy, donde los derechos de reproducción en servicios de streaming han pasado a constituir una buena parte de las recaudaciones de los artistas. Los gatos gordos del negocio discográfico lo saben, y tienen sus fichas puestas en ello.

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