Por Paulo Ramírez Junio 1, 2011

La "todología" no existe, por supuesto. Pero si existiera, Steve Fuller, profesor de la Universidad de Warwick, Inglaterra, sería el "todólogo" perfecto. La denominación puede ofender a los científicos, pero allá ellos: de vez en cuando se hace humanamente necesario tener al frente a alguien capaz de abordar cualquier pregunta a sabiendas de que no dará una respuesta definitiva, pero que sí abrirá caminos para que alguien la conteste algún día.

Fuller tiene formación como historiador, sociólogo y filósofo en las universidades de Columbia, Cambridge y Pittsburgh (donde obtuvo su doctorado). Su aporte fundacional lo hizo en 1988, a través del concepto de "epistemología social". Escribió un libro con ese título y le dio ese nombre a una revista académica. La noción se refiere a la discusión de los fundamentos y los métodos del conocimiento aplicado a las ciencias sociales. Desde ahí ha conseguido abarcar mucho más, en otros diez libros, decenas de artículos y cientos de conferencias: la economía política de la sociedad de la información, los límites del avance tecnológico, la naturaleza humana y, por supuesto, la siempre estimulante disputa entre darwinistas y creacionistas, controversia científica favorita de los medios anglosajones.

Su paso por Chile se debe a una invitación de la Universidad Diego Portales para dictar, entre otras, una conferencia titulada "Genealogía del neoliberalismo". Y hay que considerar que el neoliberalismo no está entre sus visiones ideológicas favoritas. De hecho, Fuller resulta inclasificable desde ese punto de vista: tiene formación jesuita, se vio influenciado en su juventud por la Teología de la Liberación, echa de menos ciertos aspectos del marxismo, considera a la selección natural como insuficiente para explicarlo todo, y defiende la libertad del ser humano para, incluso, modificar su propia naturaleza.

Su naturaleza "todológica" le permite observar, por ejemplo, lo que ocurre por estos mismos días con el llamado "movimiento de los Indignados". No le hace mucha gracia:

- El problema es que son movimientos puramente negativos. Ahí estaba el valor del marxismo -y en este sentido yo echo de menos al marxismo-, que le daba un sentido positivo a la revolución, porque se estaba construyendo un proyecto del que todos seríamos parte, una narrativa común que le daba sentido. Pero aquí lo que tienes es a un grupo de gente a la que sólo unifica aquello contra lo que se oponen, pero no aquello por lo que están a favor. Y, al final del día, necesitamos una historia alternativa; si no, la protesta es ociosa: puede interrumpir un par de cosas, pero no veo que tenga significación de largo plazo, a menos que haga una propuesta alternativa. Aquí yo apelo a lo poco que pueda quedar de la política de izquierdas, para que tome la iniciativa.

-Pero tampoco creen en esa política de izquierdas...

- ¡No, no, no! Por eso estamos en un período muy peligroso. Asistimos a un cambio generacional en que hemos perdido a toda la gente que recuerda la revolución, y el marxismo ha sido proclamado como muerto y está sólo en los libros de historia y en la crítica literaria. Como resultado, la sola idea de un movimiento revolucionario positivo, bien organizado, sofisticado, con conexiones internacionales, se ha perdido.

- La última edición de The Economist propone que estamos en la "Era del Hombre", llamado también "Antropoceno", un período donde el agente fundamental de modificación del planeta es el ser humano. Es curioso que después de que la ciencia ha dejado al hombre al margen de casi todo, volvamos a estar al centro...

- Es cierto, muy cierto. Y esa acción del hombre provoca, por ejemplo, el cambio climático. Pero yo lo miro desde una perspectiva más positiva, a partir del "transhumanismo", que busca extender nuestras capacidades como seres humanos. Podemos superar las limitaciones de nuestro cuerpo a través de químicos, de prótesis o de la implantación de chips en nuestro sistema nervioso; incluso sacando el conocimiento de nuestros cerebros y poniéndolo en discos duros. Podemos ser aun más radicales e incrementar la relación que ya tenemos con los aparatos tecnológicos para profundizar nuestra humanidad y no estar atrapados por nuestros cuerpos.

- Ahí surge la pregunta de qué nos hace humanos...

- Tradicionalmente la respuesta ha sido que lo que nos hace humanos es nuestra dignidad. Y por eso el cuerpo es importante: se condena la tortura, la humillación... Pero el "transhumanismo" considera al hombre como algo que va más allá de sus limitaciones corporales que, por lo tanto, puede  modificarse a sí mismo.

- ¿Y crear una nueva naturaleza humana?

- Modificarla, a través de la genética. Creo que será bastante común en el futuro que la gente sea modificada genéticamente varias veces a lo largo de su vida. Eso va a pasar. Lo más interesante es bajo qué modalidad política va a suceder eso. El temor siempre ha sido que un Estado autoritario produzca esas modificaciones genéticas a la fuerza, pero hoy estamos en el otro extremo: yo uso el término "bioliberalismo"; vivimos en un mundo "bioliberal", donde el problema del tipo de persona que queremos ser se ha convertido en un tema de mercado, donde las personas ya no sólo deciden dónde pasarán sus vacaciones o qué comerán, sino qué tipo de hijo quieren. Y eso es un problema, porque debemos saber qué problemas globales surgen al tener a todo el mundo tomando este tipo de decisiones. Vivimos en sociedades demasiado desiguales, por lo que las oportunidades para ser parte de estas modificaciones del ser humano variarán enormemente entre los grupos sociales. Eso puede aumentar las desigualdades a niveles intolerables.

"Muchas de las ideas que asociamos con la ciencia moderna están presentes en el mundo antiguo y pagano, pero lo que no existía era esta noción del conocimiento como un camino a seguir ¿De dónde sale esa idea? Es una versión secular de la historia de la salvación: la búsqueda del encuentro con Dios".

- Una especie de "Mundo Feliz" de Huxley, pero manejado por el mercado.

- Exactamente. Y es muy peligroso si el Estado no se involucra de una manera inteligente. Es algo que también la ciencia tiene que considerar.

- ¿Se debe hacer también una relectura de los derechos humanos a partir de esta revolución?

- Hay que ir más allá de los derechos asociados a la protección del cuerpo y avanzar hacia una noción de derechos que busque asegurar que todo ser humano sea capaz de alcanzar su potencial. La marginación, la negación, que impiden que una persona alcance su potencial, constituyen violaciones de los derechos humanos. Y hoy son la mayoría. El gran problema es que los dos paradigmas que le daban sentido a la protección de esos derechos están en decadencia: el Estado y la Religión.

- ¿Y no son reemplazables?

- Sin Estado y sin Religión, sólo queda la protección mutua entre todos nosotros, que nos hacemos responsables de los derechos de los demás. Pero hay que recuperar la fuerza del rol del Estado. La ciencia también juega un papel aquí, porque su conocimiento es universal y le sirve a todos. La ciencia no puede quedar reducida a servir intereses económicos particulares, dejando de ser un "conocimiento" que fluye libremente para transformarse en "derechos de propiedad".

- ¿La ciencia puede servir como una herramienta de igualdad?

- En algún sentido, la ciencia ha servido para mostrar nuestras diferencias, pero también nos entrega formas de reducir esas diferencias al universalizar el conocimiento. La ciencia efectivamente cumple una función igualadora.

-Usted ha participado activamente en la disputa entre darwinistas y quienes defienden el concepto de "diseño inteligente"…

- Tenemos mucha evidencia de cómo ha evolucionado la vida, a través de los registros fósiles, por lo que probablemente la historia evolucionaria es correcta. Pero en cuanto a los mecanismos y al origen de la vida, todavía hay mucho que discutir y ahí la evidencia sólo entrega parte de la respuesta, por lo que las visiones se distancian y surge la controversia. Creo que esa controversia es positiva. El conflicto en esto no es algo malo, porque las diferentes posiciones representan distintas visiones acerca del significado de la vida. Para los darwinistas el ser humano es una especie más, y todas las especies aparecen y más tarde desaparecen de la Tierra: nada dura para siempre y nada tiene un único sentido. Los creacionistas y quienes apoyan el "diseño inteligente" le encuentran un sentido a esa evolución y lo consideran inspirado por Dios, y al Hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios. Ellos creen, en todo caso, que podemos entender esa creación a través de la ciencia.

- ¿Ha hecho el ejercicio que propone Richard Dawkins en The God Delusion, a partir de la canción de John Lennon, de imaginarse un mundo sin religiones?

- Bueno, él habla preferentemente de las religiones abrahámicas (judaísmo, cristianismo e islamismo), que son las que generan problemas, porque se fundan en la creencia de que existe un Dios que interviene en el mundo aquí y ahora. Yo pienso que sin esa concepción de la religión, el hombre jamás hubiera hecho ciencia.

- ¿Dice que si no creyéramos en Dios la ciencia no existiría?

- Pongámoslo de esta manera: muchas de las ideas que asociamos con la ciencia moderna (los átomos, la evolución) están presentes en el mundo antiguo y pagano, pero lo que no existía era esta noción del conocimiento como un camino a seguir en el derrotero del ser humano. ¿De dónde sale esa idea? Bueno, es una versión secular de la historia de la salvación, que explica nuestra existencia como la búsqueda del encuentro con Dios: la revolución científica fue protagonizada por creyentes que secularizaron esa visión y convirtieron a la ciencia en el vehículo para comprender la naturaleza de la realidad.

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