Por Víctor Hugo Moreno, desde Valparaíso Marzo 11, 2018

Son las 11 de la mañana y poco a poco empiezan a llegar los cerca de 800 invitados al Salón de Honor del Congreso Nacional, para asistir a la solemne y breve ceremonia de traspaso de mando. Un ritual que tiene su primer antecedente el 18 de septiembre de 1841, cuando José Joaquín Prieto le pasó la banda presidencial a Manuel Bulnes. Por ese tiempo el presidente saliente acostumbraba a dar un discurso de despedida y sólo tenía la opción de jurar. Pero la historia ha seguido su curso y con ciertos cambios, la institución republicana del cambio de mando sigue presente. Es uno de esos momentos históricos y solemnes. Y aún no pierde ese sentido.

La ceremonia que vivimos este 11 de marzo cumplió con todos esos requisitos y fue entre viejos conocidos. Y es que nunca en la historia dos presidentes han estado presentes en tres ceremonias consecutivas para traspasarse la piocha de O’Higgins el uno al otro. Desde el 2010 que la escena es la misma, con los mismos protagonistas. Claro que ahora todo fue en calma, sin ningún sobresalto como lo fue hace ocho años con esas dos réplicas del terremoto del 27F que dejaron perplejos a los invitados extranjeros. La de esta mañana fue una ceremonia sin grandes sobresaltos.

Los invitados se empiezan a acomodar faltando una hora para la cita que es al medio día. A las 11 llega al salón de honor la madre de la presidenta Bachelet, Angela Jeria. Con caminar lento, algo cansada, recibe el saludo de los presentes. No está en compañía ni de nietos ni de más miembros de la familia. Los que sí llegan en masa son los Piñera. Todos juntos se sientan en la tribuna habilitada para ellos. Sonrientes y entusiastas se acomodan. Sólo falta el hermano del presidente, Miguel: el músico, el bohemio, quien por el calor reinante dentro del salón decidió salir a tomar aire para nunca más poder entrar. Nadie lo extrañaría mucho en esa tribuna.

Entre los invitados particulares aparece Don Francisco y Cecilia Bolocco; esta última con lentes oscuros —que no se saca en toda la ceremonia— saluda a todo el mundo. No pasa inadvertida. De hecho, cuando ya el locutor oficial anuncia la pronta llegada de la presidenta, llamando a los concurrentes a guardar asiento, ella corre para saludar al presidente argentino Mauricio Macri y su señora, Juliana Awada.

Pero, sin duda, uno de los invitados más esperados era Evo Morales, el presidente de Bolivia. Es el primer presidente extranjero en entrar. Lo hace sin mayor aspaviento saludando a quienes tenía más cerca. Se sienta a esperar el inicio de la ceremonia y en el intertanto algunos parlamentarios y dirigentes frenteamplistas se acercan para pedirle una selfie. La primera de ellas es la diputada de Izquierda Autónoma, Camila Rojas, quien luego del rito vuelve a su puesto con una gran sonrisa de emoción. Ella dio el primer paso, luego le siguieron el presidente de Revolución Democrática, Rodrigo Echecopar y el diputado del Movimiento Autonomista, Gonzalo Winter. El presidente boliviano quedó sentado al lado del Rey Emérito de España, Juan Carlos. Sólo intercambiaron unas breves palabras.

Poco a poco se sigue llenando el lugar, hasta que a las 12 en punto hace ingreso al salón la presidenta Bachelet, en medio de una ovación de la mitad del salón. Al momento de sentarse se escucha fuerte una señora que grita: ¡Gracias presidenta! La familia de Piñera también aplaude, con respeto.

Tras ello, el jefe de protocolo del Congreso va a buscar al presidente electo, quien entra al salón con la otra parte de la ovación. El presidente del Senado, Carlos Montes, es el jefe de ceremonia para el traspaso de banda, que en un principio Piñera no supo bien cómo colocarse. Habían pasado cuatro años desde la última vez. Bachelet sale luego del recinto con otra ovación y evidentemente emocionada saludando con su característico gesto con las manos hacia el pecho. La escolta todo su gabinete y su grupo de colaboradores. Tras ello juran los 23 ministros del nuevo gobierno y Piñera abandona el Congreso con la banda presidencial y con una evidente muestra de alegría. Se ve menos nervioso, ya más acostumbrado a la situación.

Afuera, ya terminada la ceremonia, comienzan a aparecer los primeros temas de contingencia. Ya se acaban los 24 minutos de republicanismo para dar paso a los temas que marcarán la agenda. Punta Peuco es uno de los más requeridos, pues finalmente, por alguna razón que todavía no se conoce, Bachelet no firmó ningún decreto para su cierre. Economía, crecimiento, nueva Constitución y gratuidad en educación son algunos de los tópicos. Y serán los temas centrales, que tendrá como eje la continuidad (o no) del proceso reformista iniciado en este segundo gobierno de Bachelet. Vendrá la lucha por el legado, que ella misma se encargará de defender. Mientras que el nuevo gobierno deberá poner sobre la balanza cada una de estas reformas: tributaria, laboral, educacional, para ver cómo agregarle cambios. Mucha de la agenda estará fuertemente marcada por las reformas del gobierno saliente. Será una herencia con la cual Piñera tendrá que lidiar. Aunque Piñera decidió partir dando otra señal: de unidad nacional, marcando la pauta con el tema de la infancia.

Con todo, son doce años en que Chile ha estado guiado por Bachelet y Piñera, y que ahora sumarán cuatro años más con el gobernante de Chile Vamos. Los mismos actores que han liderado el país, cada uno con su propia visión del sistema. Ya pasado el momento republicano, que muchos países pudiesen envidiar, vendrá la definición sobre qué curso sigue Chile: el camino de las transformaciones de Bachelet o un cambio de rumbo que impondría el gobierno de Piñera. Son cuatro años para develar los resultados y, según todo indica, el 11 de marzo de 2022 una de las personas que definitivamente estará fuera de la testera del Salón de Honor será Michelle Bachelet, pues en esta salida le cerró la puerta a un eventual regreso.

 

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