Por Víctor Hugo Moreno y Nicolás Alonso Diciembre 18, 2017

Hasta el jueves de la semana pasada, los sondeos internos del comando de Alejandro Guillier mostraban que Sebastián Piñera estaba arriba sólo por un punto. Una situación —creían en el entorno del candidato— absolutamente remontable: el golpe de gracia para lograr el repunte sería la visita del expresidente uruguayo Pepe Mujica. Ese escenario permitía la esperanza en un triunfo que todavía parecía complejo, pero era una esperanza. Nadie anticipaba que la noche del 17/12 sería la más fatal para la centroizquierda desde el retorno de la democracia. Nueve puntos de diferencia demostraron que algo se había hecho muy mal.

Eran las seis de la tarde y por los salones del Hotel San Francisco comenzaban a notarse las primeras señales de impaciencia. Todos los presentes se preparaban para una jornada larga, porque creían con convicción que la elección se iba a definir voto a voto. Sin embargo, la primera proyección electoral, dada a conocer por Radio Bío Bío, comenzó a volver espeso el aire del lugar. A las 18:30, el jefe de campaña de Guillier, Álvaro Elizalde, que hasta entonces estaba viendo los resultados en el salón habilitado para prensa, decidió subir al quinto piso, en donde estaba reunido el equipo del comando junto al candidato. Su rostro, al abandonar la sala, decía lo que empezaba a ser evidente: la cosa pintaba mal.

El ambiente en el hotel se volvió cada vez más confuso. En la pantalla gigante uno de los hijos de Sebastián Piñera daba las primeras declaraciones triunfales, mientras en el salón de prensa la senadora PS Isabel Allende, y la diputada DC Yasna Provoste, observaban con preocupación cómo crecía la grieta entre ambos candidatos. Arturo Barrios, el encargado territorial del comando, vivía su procesión personal: caminando por el salón con el rostro desencajado, recibía abrazos y palmadas parecidos a los que se reciben en un funeral. El funeral, quizás, de la Nueva Mayoría.

A las siete de la tarde, entonces, comenzó la romería. Uno de los primeros en reconocer que la diferencia era irremontable fue el diputado PS Marcelo Díaz. Las cifras, con una rapidez insólita, se habían vuelto lapidarias: ocho puntos de distancia con casi un tercio de las mesas escrutadas.

Media hora pasó antes de que comenzara la procesión de la derrota. Las puertas de madera que conectaban el salón de prensa con el resto del hotel se abrieron, y por allí entró la columna. Karol Cariola, entre los primeros. Andrés Zaldívar, Sergio Bitar después y una treintena de parlamentarios, miembros del comando, periodistas y cercanos, de aire solemne. Después apareció el candidato, Guillier, de la mano de su esposa María Cristina Farga, ambos sonriendo. Recibieron una ovación de los presentes y algunos cánticos que sonaron vanos —“Guillier, amigo, el pueblo está contigo”—, nada más que un coro para su último discurso.

Mientras tanto, el DC Andrés Zaldívar, acomodado en primera fila, le confesaba al PPD Sergio Bitar que el mundo campesino, al parecer, era más conservador de lo pensado. “Y Chile entero… y Chile entero”, agregaba un tercero a la conversación. Frente a ellos, Guillier se preparaba para decir sus últimas palabras, sin figuras políticas a su espalda que lo acompañaran en el cuadro de la derrota, al menos no lo suficiente cerca como para salir en el enfoque de las cámaras. Su discurso, breve, inspirado y republicano —curiosamente, uno de los mejores de toda su aventura presidencial— habló de sentir orgullo por la democracia chilena, de reconocer el macizo triunfo de su rival, de retomar los lazos con los movimientos sociales y, en definitiva, de crear una nueva forma de ser oposición en el progresismo y sacar lecciones de una derrota muy dura.

Se podía perder, pero la abultada diferencia fue un baldazo de agua fría. Algo inexplicable. Ese era el comentario que se escuchaba en las conversaciones de los políticos en el salón. Varios ya comenzaban a apuntar culpables: que el Frente Amplio se había quedado en la casa, que Beatriz Sánchez debió ser más explícita en el apoyo, mientras otros culpaban a la gestión del gobierno saliente como una de las principales causas de la debacle. Eso decía, en medio del tumulto, el dirigente radical Carlos Maldonado:

—La gestión política de este gobierno ha sido muy deficiente. No puede ser casualidad que después de haber asumido el gobierno con un amplio apoyo hace cuatro años, y de impulsar reformas con gran apoyo, se pierda como hoy. Las dificultades técnicas, con un lenguaje confrontacional, como lo de la retroexcavadora, pasaron la cuenta. Faltó una mejor gestión política. El gobierno se la jugó tarde por la campaña.

Más allá de la búsqueda de culpables, el llamado que comenzó a circular al interior del hotel, fue la necesidad de hacer una completa reestructuración de la centroizquierda, del llamado “mundo progresista”. El propio candidato, en su discurso final, llamó a iniciar ese proceso:

—Podemos sentirnos orgulloso de nuestras propuestas, pero también debemos ser autocríticos: hemos sufrido una derrota dura, y en las derrotas tenemos que levantar nuestro ánimo y salir a defender las reformas en las que creemos —dijo Alejandro Guillier—. Tenemos que trabajar para renovar nuestros liderazgos. Abrirnos hacia los movimientos sociales y escuchar más a la ciudadanía. Dejar de juntarnos en tantos palacios e ir a las organizaciones sindicales, sociales, recorrer el país y hablar con la gente. Me comprometo como senador de República a seguir trabajando por la unidad del progresismo y por la construcción de nuevos liderazgos.

—Es una noche triste, pero de aquí saldremos fortalecidos con una mejor opción, con un mejor progresismo, y con organizaciones políticas más comprometidas por los ciudadanos. Hay toda una tarea que recoger, la historia es nuestra y a la larga serán nuestros valores y nuestros principios los que van a regir en el Chile que está naciendo —fue una de las últimas frases que dijo el candidato para, entonces bajar por fin de la tarima y empezar a dejar atrás el caos de los últimos meses.

Luego de sus palabras, de inmediato se comenzó a discutir lo que será el gran tema de las próximas semanas: cómo generar una unidad transversal de un progresismo derrotado, desde la Democracia Cristiana hasta —incluso— el Frente Amplio. Uno de los primeros en recoger el llamado de Guillier fue Sergio Bitar, quien comentó a Qué Pasa la necesidad de idear un nuevo proyecto:

—Tenemos que entender que un ciclo terminó y que la unidad debe fundarse bajo otro proyecto político. Tenemos que trabajar, abrir nuestros partidos, darles contenido, y esa no es una tarea fácil. Para que el progresismo progrese no basta con esa rearticulación de los partidos, sino también la expresión de la sociedad civil organizada. Es un gran desafío elaborar un nuevo proyecto.

En tanto, la diputada comunista Karol Cariola apostó por fortalecer la unidad en el Congreso:

—La centroizquierda es mayoría en el Parlamento, fuimos mayoría en la primera vuelta. Tenemos una responsabilidad mayor, que es la unidad que no logramos en esta elección, y tenemos que lograrla ahora para no retroceder en las conquistas que el pueblo de Chile ha logrado.

Los tiempos que vienen serán de reordenamiento en un oficialismo que se prepara para ser oposición y que desde ahora contará, además, con un nuevo invitado: el Frente Amplio. En ese terreno podría surgir la reconstrucción luego del fracaso. ¿Quién liderará ese proyecto y cómo se llevará a cabo? Esas son preguntas aún sin respuesta.

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