Por María Eugenia Fernández G. y Andrea Lagos A. // Fotos: José Miguel Méndez Diciembre 21, 2017

No votó en la primera vuelta presidencial. Estaba en la Universidad de Oxford (Gran Bretaña) celebrando los 100 años de la revolución rusa. Hablaba de su última novela La vida doble. Semanas después hizo una pasada por San Petersburgo, Rusia, para dar una ponencia en el seminario del centenario de la gesta bolchevique, con Vladimir Putin incluido.  Fue el Foro Internacional Cultural donde, en la ciudad de los zares, habló sobre el escritor favorito de Vladimir Lenin, Nikolay Chernyshevsky y de su novela “¿Qué hacer”?.

Para la segunda vuelta, retornó a Chile sólo un par de días antes de votar. Tomó su auto y recorrió Renca, La Pintana, el Portal Edwards en La Alameda y sus alrededores. Se frustró porque no percibió ambiente electoral. El cambio en el esquema de financiamiento de las campañas políticas dejó una ciudad desnuda de rayados y  gigantografías. Menos plata en la calle y escasa propaganda física.

 "Para la primera vuelta el mensaje de la ciudadanía fue la urgencia de un recambio generacional y, para la segunda, fue la aversión al riesgo(...), de que se abriera la puerta al populismo"

Arturo Fontaine Talavera respiró el estreno de la primera elección auténticamente posmoderna en Chile. En sus 31 años, hasta el 2013, como director del Centro de Estudios Públicos (CEP) tuvo especial cercanía con las encuestas, tan cuestionadas tras la sorpresiva primera vuelta.

—Las encuestas son indispensables en la política moderna. Muchas veces fallan y no son una palabra sacrosanta ni tampoco hay que ser totalmente escépticos. Creo que se equivocaron fundamentalmente en medir el votante probable. La única solución para eso es tener acceso a quién votó o no antes. Si yo te encuesto y en mi modelo eres votante probable, pero veo que no votas, puedo enmendar.

El profesor de la Cátedra de Humanidades de la UDP analiza por qué Sebastián Piñera a ganó tan holgadamente esta elección y desmenuza lo que hay tras el Frente Amplio (FA).

—¿Esperaba un triunfo arrollador de Piñera en segunda vuelta?

—Tenía la tincada de que ganaría, pero no que sería con tanta ventaja. Para la primera vuelta el mensaje de la ciudadanía fue la urgencia de un recambio generacional, y para la segunda vuelta el mensaje de la mayoría fue la aversión al riesgo. Se activó una votación liberal conservadora en la segunda vuelta de gente que antes no votó.

—¿No fue entonces determinante el número de adherentes del Frente Amplio o de la Democracia Cristiana que apoyaron a Piñera en segunda vuelta?

—Creo que el trasvasije no fue lo fundamental. No estimo qué tanta gente se dio vuelta. Hubo, por supuesto, menos gente del Frente Amplio votando por Guillier que antes lo hizo por Beatriz Sánchez. Existió un fragmento que no votó en primera vuelta y que era gente potencialmente pro Piñera. Esas personas sí votaron ahora.

—¿Resultó la campaña del miedo que, según el oficialismo, instaló la centroderecha (el Chilezuela, por ejemplo) para ganar la elección?

—Hubo muchas exageraciones, pero la sensación que hubo en la segunda vuelta en la población chilena fue la percepción de que había un riesgo, no tanto por Guillier, sino por el conglomerado que lo acompañaba. Que durante una eventual presidencia de Guillier se abriría la puerta al populismo, al desorden económico y social. El apoyo del Frente Amplio a Guillier, de Gabriel Boric y Giorgio Jackson, por ejemplo, trajo y quitó votos. También activó esta votación conservadora.

—Los adherentes a Piñera gritaban el domingo en la noche: “Chile se salvó, Chile se salvó”.

—Eso es revelador. Sienten que se salvaron de la amenaza del populismo. No creo que Guillier sea lo mismo que los Kirchner en Argentina, pero para mucha gente, por la coalición que lo apoyaba, significaba que se abría la puerta a situaciones como esa. Y los chilenos hemos visto de cerca lo que pasó en Argentina.

—¿Fue una debilidad de Guillier no mostrar que podía conducir a la coalición que lo sustentaba?

—Guillier era un candidato de ideas muy abiertas y el Frente Amplio significa un riesgo de populismo para muchos en Chile. Su cercanía con Podemos de España, su amistad con la experiencia venezolana al menos en su primera hora, una buena cantidad de motivos llevaron a pensar a un número importante de chilenos que eso no era lo que ellos querían. Simone de Beauvoir dijo en forma irónica: “Ser de derecha es temer por lo que existe”.

—Lo dice porque no fue de derecha...

—Hay un cuidado por lo que existe que es una tendencia natural. Eso es, puesto en positivo, la actitud conservadora. Michael Oakeshott, que es un conservador, dice que ella consiste en preferir lo familiar a lo desconocido, lo real a lo posible, la dicha presente a la felicidad utópica. Es cuidar lo que hay y no aventurarse en lo desconocido. La aversión al riesgo es lo que Diego Portales llamó “el peso de la noche” que sostenía, para él, el orden en Chile. La gente que votó quería cuidar lo que había, orden, sensatez, no aventura.

—Fueron 9 puntos de ventaja...

—Es que es muy importante. Después de la primera vuelta, la gente hablaba de que “la clase media piensa esto”. Eso es un error, una visión determinista de la gente. Pertenecer a un cierto estrato socioeconómico te da ciertas experiencias comunes, pero la forma como tú interpretas esas experiencias puede ser muy distinta a la de tu vecino, y eso pasa en todos los estratos. Piñera saca un 43% en La Pintana, 45% en Cerro Navia, 45% en Pudahuel, 46% en Quinta Normal, 48% en Recoleta, 44% en San Ramón... No fue la mayoría en esas comuna, pero fue una votación alta. La zona sur y poniente en Santiago tiene una votación conservadora que Piñera logró capturar.

—¿Se trata del voto duro de la derecha?

—No son votantes duros e incondicionales. Muchos de ellos son gente más bien despolitizada. Pero que tienden a tener esa actitud conservadora que describen, cada cual a su manera, Beauvoir y Oakeshott. Bajo ciertas circunstancias, esa gente se activa y aumenta su número y participa. Hay políticos, como lo hizo Piñera en esta elección, que logran interpretar a ese electorado.  En este caso, el factor que activó a esa población fue el Frente Amplio y el riesgo de populismo que representa.

 

Piñera 2017, el nuevo

—En 2009, antes de que Piñera entrara a La Moneda, Ud. dijo que le faltaba corazón. ¿Cómo un hombre que no es esencialmente carismático ni cercano logra ser reelegido?

—En esta campaña se produjeron cambios interesantes. Piñera cometió errores graves, como cuestionar los supuestos votos marcados, pero pidió disculpas a tiempo. Eso lo humanizó. Esta fue una de las claves de esta elección. Ahora en 2017 apareció como alguien capaz de ceder.

—¿En el Piñera del 2010 eso no existió?

—Ahora se presenta como un hombre con más que solamente talento, inteligencia, energía y determinación. Otro ejemplo fue su actitud hacia la gratuidad universitaria. Piñera demostró que era capaz de ceder y acoger un punto de vista contrario como era el del senador Manuel José Ossandón, que defendió la gratuidad a diferencia del sector piñerista. La gente percibió a un Sebastián Piñera con capacidad de construir acuerdos. Mostró flexibilidad para modificar sus posturas y humildad para reconocer errores. Esto habla de un cierto talante moral de Sebastián Piñera.

"Piñera cometió errores graves, como cuestionar los supuestos votos marcados, pero pidió disculpas a tiempo. Eso lo humanizó. Ahora en 2017 apareció como alguien capaz de ceder"

—¿O sea el winner, el millonario que tenía respuestas para todo, desapareció?

—Está matizado. La franja televisiva electoral buscó también humanizarlo. Mostró a un hombre que se equivoca, que se cae, que baila, que tiene defectos y que tiene corazón. Mostró así su relación con Cecilia Morel, su mujer, que fue clave.

—¿Qué características de él conectan con el Chile que ha cambiado tanto estos últimos 8 años, desde que él fuera elegido por primera vez Presidente?

—Una gran parte de Chile quiere estabilidad en el empleo, mejores sueldos, baja de la delincuencia. Y eso Piñera lo encarnó más creíblemente que Guillier. En un país muy estancado económicamente y con el riesgo del populismo, Piñera era la persona idónea. Nadie mejor preparado en políticas públicas, ni que tenga más claro lo que hay que hacer para activar el país. Eso es innegable. Él y su equipo, además, estuvieron tranquilos al ganar, expresaron deseos de búsqueda de acuerdos. Un político serio es el capaz de construir acuerdos sustentables en el largo plazo. Allí Piñera se percibió como el más capaz para articularlos, de unir.

—¿Y ve posible lograr los consensos que él aspira?

—El desafío es tremendo ahora y Piñera no cuenta con las mayorías para hacer los grandes cambios que le gustaría hacer. El eslogan era que serán ‘tiempos mejores’, yo creo que van a ser ‘tiempos chúcaros’. Piñera sin acuerdos no tiene otro camino. A lo mejor va a contar con la suerte de una oposición dividida, que le va a permitir sacar iniciativas adelante, sumando a parte del ex oficialismo.

—¿Le va a tocar una calle chúcara también?

—Sí, va a haber un intento. Pero hay que ver en qué ánimo está la gente, por ejemplo, los padres de los escolares. ¿Va a haber ánimo de apoyar las tomas en los liceos? ¿Los estudiantes van a querer seguir a sus dirigentes en extremar posturas? La gente a veces se agota, son ciclos. A lo mejor eso lo ayuda. Sin una calle chúcara le sería todo más sencillo.

—¿Piñera polariza, como dice el Frente Amplio?

—A ciertos sectores, sí. En Chile hay un ambiente antiélite, anticolusión, antiprivilegiados, pro recambio de caras, anti prácticas abusivas de los empresarios. Mucha gente ve a Piñera conectado con eso. Pero yo, por otra parte, veo que hay una mayoría que quiere una economía social de mercado de verdad, que funcione. Si Piñera se lo propone en serio, nadie mejor que él podría rediseñar las reglas del juego de manera que las empresas compitan de verdad y los que no lo hagan paguen con castigos ejemplares.

—Pero a él se lo ve demasiado cercano a los grupos económicos.

—Quien crea que Piñera puede ser manejado por los grupos económicos se equivoca profundamente: es todo lo contrario. Si él ve la oportunidad de hacer un rediseño institucional de ciertos mercados para mejorar la competencia, y eso pasa a ser una prioridad, él lo va a hacer  aunque todos los grupos se le pongan al frente. Él tiene la energía, la fuerza, la personalidad para enfrentar a los grupos económicos. Es un hombre que se hizo a sí mismo, independiente económicamente. En ese sentido, su fortuna, creo, le ha favorecido porque de cierta manera las personas ven que a él nadie lo puede comprar.

 

El dilema del Frente Amplio

—¿Qué lecciones puede sacar la Nueva Mayoría a partir del 17 de diciembre?

—Primero, sopesar a lo que aspiran las grandes masas chilenas. Sus dirigentes no saben quiénes son ni qué quieren. Parte de la NM y la dirigencia del Frente Amplia tienen un repudio ético a la modernización capitalista, aversión al mall, al endeudamiento. No quieren vivir bajo ese sistema. Lagos no pudo ser candidato porque este sentimiento también está en sectores de la Nueva Mayoría.

—¿Cómo ve el fenómeno en que se transformó el Frente Amplio?

—El FA es una izquierda tumultuosa, que espera signos de que el capitalismo entró en su fase terminal. Es una izquierda creativa, imaginativa, entretenida, soñadora, crítica, movilizada, asambleísta. Una izquierda que terremotea el presente mientras espera que de las ruinas surja un mundo maravilloso. Una izquierda sin paciencia para estudiar las políticas públicas que propone. Una izquierda que condena moralmente, que es melancólica, que es utópica. Una de sus banderas, el sistema de reparto, es de la década de los 50.

" El FA es una izquierda que terremotea el presente mientras espera que de las ruinas surja un mundo maravilloso. Una izquierda sin paciencia para estudiar las políticas públicas que propone"

—¿Qué desafío le está planteando a la Nueva Mayoría?

—El problema que tienen los partidos de la Nueva Mayoría es la renovación juvenil. La juventud de izquierda no está en los partidos tradicionales, está en el Frente Amplio y, en parte, en el PC. No han podido crear una continuidad. Obligatoriamente tendrá que haber una convergencia.

Por otra parte, el FA tiene otro dilema. O toman el camino populista tipo Podemos (España) —que es un populismo retórico—, o se inclinan a proponer de verdad un sistema socialdemócrata, en el que van a tener un área de mayor convergencia con la NuevaMayoría, pero tendrían que hacerse cargo del financiamiento del sistema. Debieran ir hacia lo socialdemócrata tipo escandinava.

—Finlandia o Dinamarca…

—Sí. Esto supone salud y educación gratis. ¿Pero cómo se financia tributariamente? Esto significa altísimos impuestos personales. Que una enorme cantidad de gente que hoy no paga impuestos a la renta, debería comenzar a pagarlos. En Chile el impuesto a la renta es el 1.4% del PIB, en Dinamarca equivale a más del 20% del PIB. La alternativa es que el 1% de los súperricos pague esto. Esta es una fórmula que algunos del Frente Amplio han defendido, una actitud adolescente. Que el cheque lo firme el papá Andrónico Luksic, como por arte de magia. Esto no se hace así en países escandinavos.

—¿El Frente Amplio tiene que proponer algo realizable?

—Claro, porque el proyecto socialdemócrata es algo real, no es imposible ni un sueño loco. Es duro, difícil, pero es algo que se puede empezar a construir y en torno a eso puede haber un proyecto serio de izquierda. Pero eso no está claro en el Frente Amplio porque el tema del financiamiento no es uno al que ellos le den mucho trabajo. No es fácil cumplir esto si no hay crecimiento, en un tiempo corto. Entonces, o haces un populismo que te conduce en el poder a Kirchner, en el mejor de los casos, o haces un proyecto socialdemócrata serio. Es el problema del Frente Amplio y también de la Nueva Mayoría, pero para el FA eso sería una mutación profunda, porque tendrían que partir por aceptar como válido el modelo capitalista.

Relacionados