Por Pablo Ortúzar, investigador Instituto de Estudios de la Sociedad // Foto: Agenciauno Noviembre 24, 2017

Enemigos al este. Enemigos al oeste. Enemigos al norte. Enemigos al sur. Lo que tantos ya saboreaban como una majestuosa victoria del individualismo capitalista ha terminado en el desconcierto. Y ello exige revaluar el diagnóstico, corregir sus saltos lógicos y diseñar una nueva estrategia.

En general, ha quedado claro que la derecha no tiene cantera universitaria y las organizaciones de soporte para generarla fueron desmanteladas, como la Fundación 180, o muestran resultados deficientes. No hay una orgánica juvenil con hambre, altos estándares éticos y ganas de desplazar a los mayores. Y está claro que el electorado premió esas características. La escasa juventud de derecha, además, ha jugado con demasiado respeto por las vacas sagradas. Hay que perderlo.

En general, ha quedado claro que la derecha no tiene cantera universitaria y las organizaciones de soporte para generarla fueron desmanteladas.

En cuanto a los estándares éticos, el mensaje ciudadano ha sido claro: todo involucrado en escándalos de corrupción fue dejado fuera. Esto debe ser tomado en serio por los partidos. Beatriz Sánchez fue una mala candidata, pero de “manos limpias”, y el resultado refleja lo valioso que eso resulta. Esto pone en particulares problemas a Piñera, que tendrá que fijar un estándar por sobre su propio personaje, y ajustarse a él.

En particular, hay que aclarar el asunto de las clases medias y la modernización capitalista. Carlos Peña tiene un agudo diagnóstico sociológico, pero hizo una mala traducción electoral de ese diagnóstico. Tenemos una amplia, frágil y pragmática clase media. No quiere disminuir su consumo, quiere una sociedad más meritocrática y quiere, con igual intensidad, más seguridades. Teme a los riesgos de la modernidad tanto como ama sus frutos. La desigualdad de oportunidades le molesta, pero también la desigualdad de seguridades. Y espera esas seguridades del Estado. Pero no es una clase aventurera. Guillier y Sánchez no representan la “nostalgia de la comunidad”, como pensó el rector, sino la promesa de seguridades en forma de derechos.

Esto nos debe llevar a la conclusión de que lo que se está discutiendo realmente en esta elección es el diseño y el carácter de los nuevos arreglos institucionales que Chile deberá implementar para redistribuir los riesgos dentro de la sociedad. Ya estamos embutidos en la “trampa del ingreso medio”.

Mauricio Rojas, de entre todos los asesores de Piñera, es, entonces, el más acertado. La derecha debe proponer algo así como un “Estado de bienestar” que sea más sustentable y menos asfixiante que el que proponga la izquierda. Debe ser un Estado más eficiente, profesional y flexible que el actual. Capaz de expandirse y contraerse según sea necesario, y de forjar alianzas con la sociedad civil. Y debe operar como un soporte habilitante para los ciudadanos y sus libertades, y no como una camisa de fuerza. Un verdadero Estado subsidiario. Consecuentemente, la reforma al Estado debe ser, siguiendo el último informe del CEP, uno de los ejes del programa. Debe comunicarse con claridad que sin renovar el aparato burocrático es imposible avanzar. Y que Guillier es incapaz de realizar dicha reforma, porque está capturado por grupos de interés vinculados al Estado.

Pero avanzar en esta dirección no sólo toca intereses en el mundo de los operadores políticos, sino también del mundo privado. Se requiere de una negociación y un nuevo pacto entre el empresariado, el Estado y la sociedad civil. Piñera debe convencer al electorado de que utilizará sus nexos para liderar esta negociación sobre la peladura del chancho. Y que podrá obtener, sin mayores conflictos, mejores resultados que Guillier. Debe convencer de que puede ser el Aylwin de esta nueva transición. Y debe estar dispuesto, por ejemplo, a aplicar cirugía mayor al sistema de salud, incluyendo a las isapres.

Esto, y sólo esto significa “apuntar hacia el centro” y “apropiarse del legado de la Concertación”. Ofrecer libertades individuales y expandir la “agenda valórica” con la esperanza de que distraigan el problema de la distribución social de riesgos, como proponen algunos liberales, es simplemente perder el tiempo. No son temas prioritarios más que para sectores minoritarios. Quedó clarísimo con la derrota de todo el “liberalismo valórico” en las elecciones (desde Luis Larraín hasta Andrés Velasco, pasando por Lily Pérez) y la disolución de sus partidos (Ciudadanos y Amplitud).

Piñera debe aclarar, primero, que su gobierno convocará principalmente jóvenes y operará bajo un estricto estándar ético, al que él será el primero en someterse. Debe reconocer que la desigual distribución de riesgos es un problema a corregir. Y debe convencer de que un Estado con compromiso de centroderecha es más posible y más sustentable que uno de izquierda. Que, aunque suene menos ambicioso, no pondrá en riesgo el acceso al consumo, al trabajo y a la educación de los ciudadanos. Que no estará controlado por operadores políticos. Que no dejará atrás a los pobres. Y que él tiene mejores capacidades para llevar adelante la negociación de un nuevo pacto social. Todo lo demás es regaetón.

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