Por Jorge Navarrete P. Abogado. Noviembre 17, 2017

A días de la elección presidencial, ya no hay espacio para las especulaciones: el próximo Presidente de la República será Sebastián Piñera y, de esa manera, el empresario recibirá por segunda vez la banda presidencial de manos de Michelle Bachelet.

Sabemos también que Guillier y Sánchez ocuparán el segundo y tercer lugar, respectivamente, a una considerable distancia del candidato de la derecha; diferencia que obviamente se estrechará en el balotaje, pero irremontable para un oficialismo que nunca encontró el relato, el candidato y el tono para esta contienda presidencial. De igual manera, Navarro y Artés se ubicarán en los últimos lugares de esta carrera, donde el desempeño del senador será marginalmente menos ridículo que el de su pintoresco compañero en la parte baja de la tabla de posiciones. Quizás la única incógnita de cara a la elección presidencial, sea quiénes obtendrán la cuarta, quinta y sexta posición. Y aunque las diferencias de votos pudieran ser marginales, Goic, Enríquez-Ominami y Kast se juegan algo relevante en ese resultado.

“La necesidad de reconstruir una alternativa de centroizquierda extenderá el debate desde la DC hasta al PS y PPD. Nuevamente se enfrentarán las dos almas que hasta ahora habían convivido en la amplia familia progresista”.

Kast hizo una campaña inteligente. Le habló a su público sin temores o eufemismos, abandonando todo lo políticamente correcto. Apostó a la derecha más dura y conservadora, apelando a esos católicos que sienten que esta sociedad ha degradado sus convicciónes más fundamentales y que no valora el orden ni la disciplina; evocando además ese pinochetismo que tan bien les sienta a sus correligionarios que desconfían de Piñera. Y aunque en principio no parece tener mucho que perder, hay en Kast una apuesta por volver a la sana doctrina, esa que el gremialismo abandonó por las tentaciones de recuperar el poder con alguien que poco y nada tiene que ver con su historia. Para el blondo aspirante, y particularmente por lo que pueda hacer en los años que vienen, es relevante constituirse en una alternativa seria para su sector político –incluyo ahora a la UDI– el que en 4 años más deberá enfrentar este proceso electoral sin las facilidades y subsidios que hoy les da el empresario.

Algo similar, pero en el otro lado de la vereda, es lo que ocurre con Enríquez-Ominami. Después de un primer desempeño notable el año 2009, en las elecciones siguientes su adhesión y popularidad sólo decayó, tendencia que se mantendrá este domingo. El episodio SQM fue un golpe duro, del que probablemente aún no se recupera, pero nadie podría negar que ha mostrado voluntad y resiliencia –cuando no descaro para muchos– que le permitieron resucitar cuando todos los daban por acabado. Con todo, Marco sabe de la crisis de la Nueva Mayoría, especialmente en cuanto a su dificultad para proyectar liderazgos que puedan evitar que la derecha prolongue su estadía en La Moneda por un segundo período consecutivo. Al mismo tiempo, conoce del proceso que actualmente emprende el Frente Amplio, pudiendo observar como se repitieron los aciertos y errores en los que él mismo incurrió años atrás. En definitiva, Enríquez-Ominami no es sólo un político joven y con talento, sino que frente a la falta de mejores alternativas, podría erigirse como un futuro líder de todas esas expresiones de la izquierda, tendiendo puentes y sirviendo de bisagra entre facciones profundamente distanciadas.

El caso de Goic, o de la Democracia Cristiana si prefieren, es probablemente el más complejo de todos. Los pronósticos auguran un escenario que va desde lo malo a lo trágico. Incluso obteniendo un cuarto lugar, pero no alcanzando un porcentaje de dos dígitos, esta última incursión de la falange será leída como un rotundo fracaso. Una de las tantas razones que explican el paupérrimo desempeño electoral de la senadora, puede rastrearse en la profunda crisis y división que hoy existe en dicho partido. Mientras muchos, y especialmente los candidatos al Congreso, abandonaron la campaña presidencial y cuestionaron la estrategia adoptada, otros –aquellos que más la alentaron en este esfuerzo– fueron incapaces de comprometerse personalmente con esta decisión; y, como si fuera poco, tampoco estarán disponibles para apoyar a Guillier en una segunda vuelta electoral. Entonces, mientras los sectores más oficialistas intentarán rápidamente tomar el control del partido y propiciar una explícita declaración a favor de su pertenencia a la Nueva Mayoría y, por ende, dar su apoyo al senador radical; otros efectuarán un evidente repliegue –ordenado o individual–, que en los hechos marcará un quiebre en la falange. La pregunta entonces es ¿quién se queda con la campanilla?

Será una decisión difícil para muchos dirigentes, especialmente para aquellos que estén o hayan sido electos para el Congreso. Pero esta crisis no será sólo monopolio de la Democracia Cristiana. La necesidad de reconstruir una alternativa de centroizquierda extenderá este debate también al PS y el PPD, donde nuevamente –aunque esta vez quizás de manera definitiva– se enfrentarán las dos almas que hasta ahora habían convivido en la amplia familia progresista. Como sea, se viene una noche larga y fría para todos aquellos que fuimos parte de la Nueva Mayoría.

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