Por Camilo Feres, director Área de Estudios Políticos y Sociales Azerta Noviembre 24, 2017

Contra casi todos los pronósticos, la segunda vuelta presidencial del 17 de diciembre será una competencia entre dos candidatos perdedores. Más allá de los números y sus infinitas combinaciones, lo cierto es que tanto el candidato de Chile Vamos, Sebastián Piñera, como el de Fuerza de la Mayoría, Alejandro Guillier, esperaban llegar a esta instancia con una votación mayor a la obtenida y con sus respectivos fantasmas más lejos y más moreteados.

De manera muy sucinta, la situación de los finalistas de la elección presidencial es la siguiente: Alejandro Guillier obtuvo una muy baja votación (22,7%), aunque su principal derrota fue la de quedar prácticamente empatado con los retadores a su izquierda: el Frente Amplio. Con todo, Guillier es un candidato que pasa a segunda vuelta con distintos bolsones de votación disponibles que, en teoría, suman más que los que pueden adherir a su adversario.

Son quienes aportarán no asistiendo, anulando, viajando el día de la elección, o apoyando desganadamente en público, mientras se restan en privado. Son aquellos actores camuflados dentro de los bolsones del voto potencial de Alejandro Guillier.

Sebastián Piñera, en tanto, pasa como primera minoría al balotaje (36,6%). Con una fuerza cohesionada tras de sí y con un retador interno (el diputado José Antonio Kast) que, a diferencia del crisol de sensibilidades y señales de apoyo condicionado que enfrenta Guillier en su barrio, no perdió tiempo en ponerse tras de él y su candidatura. El problema de Piñera, sin embargo, es que la suma de los votos que la primera vuelta dejó dentro del arco de la centroderecha es insuficiente para marcar una mayoría nítida.

Caduca ya la monserga de la convergencia del socialcristianismo o la imagen de una falange corriendo de vuelta en masa hacia su tronco conservador, y devaluados también los bonos del liberalismo progre de Ciudadanos et ál., como pocas veces en la historia, los números no le cuadran al piñerismo y han hecho recurrente la pregunta respecto de cómo pasar del 44% que suman su votación y la de Kast.

Todo parece indicar que la diferencia de votación que Piñera necesita para ganar se encuentra durmiendo con el enemigo. Es decir, los votos más valiosos no dependerían tanto del arte de conquistar corazones, como le gusta decir, sino más bien de la inactivación de dispersos y disímiles votantes que lo pueden hacer ganar por omisión, más o menos dolosa, dada la convergencia de sus propios intereses con los del candidato de Chile Vamos. En suma, parafraseando al propio ex presidente, su éxito en el balotaje dependerá, en una buena medida, de la actuación de ciertos cómplices pasivos.

Cabe señalar que se descuentan de este concepto todos quienes derechamente votarán por el ex presidente, que vienen masticando esa opción desde hace tiempo y se han puesto en un costado que, momentáneamente, limitó en la DC Carolina Goic, pero que hoy está liberado de lealtades obsoletas.

Con lo de pasivo nos referimos a quienes aportarán no asistiendo, anulando, viajando el día de la elección o apoyando desganadamente en público mientras se restan en privado. Actores disímiles y camuflados dentro de los bolsones de voto potencial de Guillier.

¿Dónde podrían estar?

Un lugar para buscar, por cierto, es entre algunos votantes de Beatriz Sánchez, ya que en su base de apoyo —el Frente Amplio— existe una dificultad objetiva para endosar votación a Guillier. Además de la diversidad de grupos que cohabitan ahí, una parte importante del discurso de legitimación de ese sector es antagónico con la idea de votar por la Nueva Mayoría. Entre ellos habrá también quienes no olvidan ni les pasa colado que los empresarios sólo han admitido amar al ex presidente Ricardo Lagos. Para estos, esa sola imagen justifica rechazar todo aquello que huela a Concertación.

Secretamente, además, en el corazón de algunos y en la cabeza de otros, la idea de poner un freno a un eventual gobierno de derecha choca con el deseo de desplazar a la actual coalición gobernante desde un rol opositor fortalecido, dado su buen rendimiento parlamentario, apostando a marcar las diferencias con los amarillos neomayoristas y sus tendencias consensuales.

Sin duda que en la lista de los posibles desmovilizados culposos estarán también los distintos heridos del proceso. Desde los hoy castigados impulsores del camino propio DC hasta algunos de quienes han sido marginados del comando guillierista para ajustarlo a la nueva correlación de fuerzas en los partidos y a las no tan secretas exigencias de pureza solicitadas por las cúpulas del frenteamplismo para permitirle al candidato apenas mirarlos desde lejos.

Finalmente, si las cosas se dan adecuadamente y su “círculo del afecto” no convierte la elección en un plebiscito sobre su persona, Piñera podría también llegar a contar con la omisión de un anónimo ciudadano de a pie, un tipo tranquilo, con deudas y movilidad socioeconómica estancada desde hace algún tiempo, que no tiene estómago para votar por la derecha, pero que recela del iluminismo del Frente Amplio. Un tipo que quiere tranquilidad y cambios, pero que duda que Guillier tenga las competencias, los equipos y la energía suficiente para conducir un Estado cada día más complejo por un escenario político en creciente división.

Relacionados