Por M. Eugenia Fernández G. // Fotos: Jorge Fuica / José Miguel Méndez Octubre 6, 2017

—¡Oiga, diputada, parece que el candidato viene en la Rompehuesos! —grita un hombre.

Denise Pascal (PS) lo mira y sólo le queda reírse. Un poco avergonzada explica que la Rompehuesos es una micro que caletea por varios sectores de la zona de Peñaflor y Talagante. Su recorrido es largo y nunca se sabe bien a qué hora termina.

Son las 18.00 del viernes 29 de septiembre y hace una hora que el senador Alejandro Guillier debería haber llegado a la esquina de Vicuña Mackenna y Avenida 21 de Mayo, en la comuna de Peñaflor. Unos treinta militantes —socialistas, comunistas y radicales— lo esperan ahí. Algunos tienen banderas con los nombres de sus candidatos a diputados y consejero regional, y las mismas caras que flamean al viento se ven entre el grupo. Es la oportunidad de ver y dejarse ver con el presidenciable. El plan es juntarse en el lugar para luego caminar hacia la Plaza de Armas del pueblo, donde también lo espera otro grupo de militantes —la mayoría adultos mayores—, entre vendedores ambulantes y niños que manejan autos eléctricos. Ya están instalados los equipos de sonido para el discurso del candidato, pero de él, ni la sombra.

Las selfies se multiplican. Varios de los asistentes son funcionarios públicos que vinieron directo de sus trabajos. Una hora después, todos se acercan a la calle y empiezan a agitar las banderas. Alguien dijo que venía el senador, así que rápidamente se preparan… Falsa alarma. Vuelven a sentarse.

“Lo nuevo genera desconfianza. Yo debería haber sido más tolerante, haber tenido más paciencia de entender que yo significaba un cambio de paradigma en la manera de hacer política”.

—¡Todo mal! —reclama a la pasada el diputado socialista Leo Soto, quien, minutos después, se va. Lo mismo hace Denise Pascal. Ya hace frío y el retraso va en más de dos horas. Es difícil entender que, a pesar de que muchos se han ido, gran parte del grupo siga ahí.

—No nos vamos porque tenemos un compromiso, que es con la Presidenta y con que no salga Sebastián Piñera —explica un concejal de la comuna.

Entonces, cuando ya se decía que también quienes esperaban en la plaza se habían ido, aparece un Kia Sorento negro. Adentro, Alejandro Guillier y su jefe de gabinete, Enrique Soler. Son las 19.37 de la tarde.

 

***

 

A sus 64 años, Alejandro René Eleodoro Guillier Álvarez es un hombre alto, robusto, de caminar suelto y pausado. De sonrisa fácil, bueno para conversar. Sus asesores comentan, entre risas, que es difícil sacarlo de los lugares a los que va porque se queda pegado. Por eso tiende a llegar tarde a las actividades. La versión oficial del retraso de este viernes es que estaba grabando la franja electoral televisiva en Talagante.

A él conversar lo “prende” y sabe que cuenta a su favor con 28 años de carrera periodística en radio y televisión. Casi tres décadas que lo llevaron, según estudios, a ser “el periodista más creíble” del país.

Guillier —de chaqueta azul, pantalón gris, camisa blanca, corbata azul y zapatos negros— camina por Avenida 21 de Mayo hacia la plaza de Peñaflor en un tumulto de gente. Tres carabineros vestidos de civil lo siguen a cierta distancia mientras uno se queda a su lado. En medio del despelote, el senador llega a la plaza, al estrado que lo espera hace ya tres horas.

—Estamos trabajando en forma muy entusiasta por continuar profundizando reformas que ustedes ya conocen. Vamos a asegurar la gratuidad para que niños y jóvenes puedan estudiar —parte diciendo. En todas sus intervenciones mencionará a Michelle Bachelet.

A diferencia de la prensa, con la que muchas veces dosifica las preguntas, Guillier acepta varias consultas de quienes lo escuchan. Explica pausada y pronunciadamente, y no pierde la calma cuando empiezan los alegatos contra los políticos, los bonos, la subcontratación en empresas públicas, el Sename.

Entonces empiezan a sonar las campanas de la iglesia. Son las 20.00 horas en punto.

—Dejemos que Dios nos mande el mensaje… —dice, y la gente aplaude y se ríe.

 

***

 

Un trueno interrumpe las conversaciones y desata la lluvia.

Es una de las primeras actividades con prensa en la casona de Arzobispo González —en la que hace dos semanas se instaló parte del equipo de campaña de Guillier— y el mal tiempo los tiene de cabeza. Aspiradora en mano, los asesores acomodan una salita del segundo piso donde se reunirá con representantes de colegios profesionales.

“A mi juicio, Lagos hace lo correcto. Quien ha sido presidente es patrimonio, primero, del país y después, de la coalición (…) Sí en segunda vuelta espero que ahí esté”.

10.56 del sábado 30 y Guillier se baja de su auto. Dice que viene con “resaca” porque anoche se acostó a las 3 a.m. tras una reunión con amigos. Sube al segundo piso y se sienta en la única silla roja de la mesa de reuniones.

—Es una silla pre-presidencial —bromea uno de los asistentes.

Guillier da un discurso de un par de minutos y luego contesta preguntas. Se le nota un aire de profesor cuando habla —lo fue, de hecho, durante varios años—.  Y ahora, ad portas de una elección en la que nunca pensó en participar, confiesa que le gustaría volver a serlo una vez terminado su periodo en La Moneda o en Valparaíso.

Cuando termina la reunión contesta algunas preguntas de la prensa. Frente a él, el coordinador general de su campaña, Osvaldo Correa, escucha atento sus respuestas. Media hora después, Guillier está listo para partir. “Adiós, líder”, se despide Correa. Otras veces le dice “maestro”.

 

***

 

El Kia Sorento, con un escolta manejando y otro en el asiento del copiloto, toma la Costanera Norte hacia el oriente. El senador va a una reunión de media hora en el departamento de su amigo Juan Enrique Forch, en un edificio francés ubicado en Andrés Bello.

—¿Por qué quiere ser presidente?

—Por un sentido de responsabilidad. Más que por vocación de poder, que es lo que define a un político, me di cuenta en un momento de que no había liderazgo en mi sector y que la gente buscaba algo nuevo. Yo andaba recorriendo el país por el tema de la descentralización, me fue bien, los radicales se dieron cuenta y me pidieron ayudar en la municipal. Ahí me fui metiendo y, claro, la gente me vio como un político, ya no era un periodista. Cambió la percepción ciudadana, se generó una buena expectación que al comienzo no fue bien recibida en los círculos tradicionales de mi sector.

—Quien aspira a La Moneda tiene que tener su buena dosis de ambición política y algo de mesianismo, ¿no?

—Sí, probablemente. Pero a mí, en eso, el poder… me doy cuenta de que lo necesito para hacer las cosas que quiero. Antes mi ambición era ser un senador influyente para obtener beneficios sobre todo para la zona norte. Me fui entusiasmando con las cosas de Estado, pero es lo mismo que cuando hice el servicio militar: no es que yo quisiera ser militar, pero quería vivir la experiencia de hacer el servicio que, además, era un deber, parte de mis obligaciones.

—¿Y asumir esta candidatura era un deber?

—Sí, más un deber de sentir que faltaba una renovación de volver la política a la ciudadanía.

—Y si no hubiera escuchado ese llamado del deber, ¿quién habría sido el candidato?

—Alguien probablemente más clásico.

—¿Lagos?

—No sabría decirte… Pero, en ese caso, creo que habría habido primarias.

El auto se estaciona. La lluvia cae fuerte.

—Esta es una campaña rara para usted. Por un lado tiene a una ex compañera de trabajo, Beatriz Sánchez, y por otro, a un ex jefe, Sebastián Piñera.

—Tenemos una amistad sincera muy profunda, admiración y respeto mutuo con la Bea. Ella es una mujer tremendamente talentosa, profundamente ética, y muy generosa. Imagínate para ella asumir esta responsabilidad: implica valentía, decisión. Ella es una persona muy meritoria.

—¿No le complica enfrentarse con ella?

—Tenemos tantas afinidades y puntos en común. En la izquierda, si sacas la paja molida y los casos de estatismo medio delirante, la verdad es que tenemos mucho acuerdo en los diagnósticos. Los matices tienen más que ver con la factibilidad de los proyectos, que otra cosa.

—¿Esa cercanía personal con ella puede ayudar para un acuerdo en segunda vuelta?

—Obvio. La amistad y la confianza ayudan mucho en política para evitar las peleas tontas y para hacer gestos voluntariosos de llegar a acuerdo.

—También está su ex jefe en la campaña, Piñera.

—A él le tengo mucho respeto en lo personal, sobre todo. Polemizo de su modo de moverse en el mundo de los negocios e incluso la política. Pero nunca tuvimos un incidente, y cuando hubo temas más tensos (en Chilevisión), siempre me respaldó, me apuntaló como periodista y respetó mi espacio de opinión, aunque él sabía que no adscribía a su candidatura. Yo hice público mi apoyo a Bachelet y él lo respetó. Creo que Piñera es un hombre muy tolerante.

 

***

 

Alejandro Guillier vuelve al auto bajo el paraguas que sostiene Juan Forch. Además de amigo es uno de sus asesores más cercanos y su rol en la campaña también ha sido cuestionado por la descoordinación que se produce con el comando formal.

Se sube y el conductor enfila hacia el Costanera Center. Necesita comprar un libro, un regalo para su suegro, Victorino Farga, que ese día cumple 99 años.

—¿Qué es lo que más le ha costado de la campaña?

—Aprender los códigos de la política, porque es un cambio de cabeza. Cambiar la óptica con que uno mira las cosas es difícil.

—¿Y cómo es la óptica de un político?

—El periodista problematiza y presenta la diversidad de opciones, y eres cuidadoso de que tu propia idea no contamine eso. En cambio el político toma una opción: él va a gobernar, tiene que resolver un problema, no presentarlo. Son funciones y lógicas distintas. Es lo que (Max) Weber nombraba la vocación del político y del científico. Entonces me dicen mucho: “Alejandro, pierdes mucho tiempo diagnosticando”, “Alejandro, explicas mucho los problemas”. Porque si tú explicas, abres un nuevo frente, ¿te fijas?

—¿Le ha costado más ese cambio de mentalidad que las críticas de sus propios partidos? Hace poco era Juan Forch objetivo de esas críticas.

—Sí, pero Juan Forch es un tipo brillante. Oye, ¿alguien ha tomado conciencia en Chile que con toda la adversidad seamos la primera opción para derrotar a Piñera? Sin partidos, sin recursos económicos, sin grandes equipos, con puros colaboradores gratis… Tenemos al frente a estos que han gastado cientos o miles de millones probablemente, y han ido cayendo… Algún mérito reconozcan a la gente que me rodea…

—¿De dónde vienen esas críticas?

—Yo creo que lo nuevo genera desconfianza. Yo debería haber sido más tolerante también, haber tenido más paciencia de entender que yo significaba un cambio de paradigma en la manera de hacer política y en los tipos de liderazgo. Mucha gente se siente injustamente desplazada, si ha hecho toda una vida y una historia… y aparece un señor que viene de la tele, del periodismo, y entra en ese terreno. El fuego amigo es más duro, pero ¿sabes?, te fortalece. Al asumir que es otro rol te empiezas a proteger sicológicamente para que no te afecte.

El Kia Sorento se estaciona afuera del Costanera Center. Guillier sube por las escaleras mecánicas junto con un escolta y entra a una librería. Después de un rato se decide por tres libros, todos de historia, para llevarle a su suegro. El mall hierve en gente, pero muy pocos se dan cuenta de su presencia. Sólo una persona le pide una foto. Es uno más entre todos y parece no incomodarle. Sale y se pierde en el mar de personas que corren por las promociones de ese sábado.

 

***

 

8.30 a.m. y el presidenciable aparece por la puerta de la radio La Clave. Viene con el tiempo justo para entrar a una entrevista con un ex compañero de TV, Fernando Paulsen.

Saca rápido un chocolate caliente de máquina y entra al estudio. “Tenís cara de cansado”, le dice Paulsen apenas lo ve.

La entrevista dura una hora y parte con preguntas sobre “la siesta”, la Nueva Mayoría, sus propuestas, La Araucanía y una mala noticia que recibió el día anterior, tras el reportaje emitido por Informe Especial sobre el vínculo del alcalde de San Ramón con narcotraficantes. Su asesor, el periodista Luis Conejeros, dice que habían preparado todas las respuestas, salvo las del primer tema. Pero Guillier contesta igual. No parece preocuparse de salir rápido de los temas que pudieran perjudicarlo. De hecho, profundizó durante varios minutos sobre “la siesta” sin mayor dramatismo. Él quiere ser un candidato más natural, mostrarse como alguien que puede equivocarse. En algunos aspectos, pareciera ser casi el negativo de Sebastián Piñera. Si al senador se le notan habilidades blandas, como la inteligencia emocional y cercanía —cosas que no son el fuerte del candidato de Chile Vamos—, le falta mostrar un mayor instinto estratégico. Al menos, públicamente, no es de romper huevos ni de plantear grandes definiciones.

—¿Siente que esta es una campaña fome?

—Es que la gente no siente que haya algo tan esencial en juego, pero eso tiene un pro y un contra, y es que hay grandes acuerdos —contesta parado en la vereda, una vez terminada la entrevista radial.

—¿Incluso con la derecha?

—Lo que pasa es que, por ejemplo, ya estamos todos conscientes de que con la pura matriz extractivista no llegamos a ninguna parte. Todos creemos que hay que ir a las energías renovables y medioambiente, a las cadenas de valor, a la integración con los vecinos, tienes que subir a Chile a las plataformas digitales. Y segundo, salvo Eduardo Artés, que tiene un discurso muy singular, los demás todos sabemos que esto es público/privado. Y más que menos o más Estado, es mejor Estado. El Estado es el que mira a largo plazo, no como una burocracia, sino un Estado convocante a todos los sectores del país, a un acuerdo de decir adónde puede estar Chile en 20 a 25 años más. En verdad, estamos todos mirando el mismo mundo y eso lo encuentro notable.

 

***

 

Es el fin de un día intenso. Porque después de La Clave, en Providencia, Guillier partió a Techo Chile, en Departamental. Durante la tarde grabó la franja televisiva del PS en Lampa y, siendo las 20.30 horas del lunes, lo esperan en la Plaza Londres, a unos cien metros del Partido Radical, en la calle del mismo nombre. A veces, se siente sobrepasado por la agenda, pero no le queda otra.

Es la figura central de una cena de adhesión —se puede elegir entre aportar 20, 50 o 100 mil pesos al entrar— y de un remate de casi 30 cuadros, cuya recaudación irá a la campaña.

Guillier ha tenido problemas para financiar su carrera a La Moneda, y también con su coalición. A la división con la DC se suma que el ex presidente Ricardo Lagos se ha negado a darle su apoyo públicamente. Al senador le gustaría que el gobierno flexibilizara la prescindencia que ordenó a los funcionarios públicos. Lo dice nuevamente sentado en su auto, mientras se dirige a Techo Chile.

—Es absurdo. La Moneda debería liberar a los ministros, a los funcionarios públicos e intendentes, para que, fuera de su horario de trabajo, pongan su experiencia e ideas al servicio de la campaña. Y que sea abierto para la Carola Goic y para mí. Tenemos a nuestra infantería guardada.

—¿Cree que el corazoncito de la presidenta está con usted?

—La presidenta ha sido muy prudente y cuidadosa con su corazoncito, pero espero que deje un huequito para mí.

—¿Le frustra que Lagos no lo haya apoyado directamente?

—A mi juicio, Lagos hace lo correcto. Quien ha sido presidente es patrimonio, primero, del país y después, de la coalición. Pero cómo se va a dividir entre dos candidatos, a mí no me habría gustado. Sí en segunda vuelta espero que ahí esté.

La música chill out suena fuerte en la Plaza Londres, cerrada con vallas papales. Entre las mesas con manteles blancos y centros de mesa con flores se mueve rápido Cristóbal Almeida, segundo hijo del senador. Es el organizador del evento y cabeza de Somos Guillier, un grupo de independientes que ayudan en la campaña.

Entre los asistentes corren las bandejas con vino tinto y champaña, anticuchos de tomate y queso, tapaditos y bocaditos de verduras. No se ven parlamentarios ni dirigentes de partidos, sí al alcalde de Cerro Navia, Mauro Tamayo (IC), algunos concejales y candidatos. Se repiten algunas caras de Peñaflor.

El lugar se va llenando y, media hora después, ingresa Guillier. Detrás de él, Soler, Correa, Arturo Barrios (encargado territorial, PS), Osvaldo Rosales (encargado programático, ex PPD). Su “guardia pretoriana”, como ellos mismos se nombran. Un grupo que el senador eligió uno a uno, en función de la lealtad.

La gente aplaude y suena fuerte el jingle de campaña mientras se proyectan imágenes de Guillier en un telón. Varios curiosos se acercan y otros tantos se asoman a los balcones del Hotel Londres, que da a la plaza. El senador saluda mesa por mesa mientras abundan las selfies, los besos y los aplausos. Unas cuantas cámaras de TV captan el momento.

El martillero, el actor Alejandro Goic, presenta al candidato y despotrica contra las encuestas. Minutos más tarde, todos se sientan para escuchar a Guillier, quien da un discurso alentador sobre el futuro, donde vuelve a resaltar la figura de Bachelet y aprovecha de atacar a Chile Vamos, citando la idea de Vargas Llosa de la derecha cavernaria.

Entre aplausos, baja y se sienta en una mesa, hasta donde llega su hijo, quien lo abraza cariñosamente. Goic sube al estrado y comienza el remate. Guillier toma un vaso de agua y picotea unos anticuchos durante 15 minutos, vuelve a pararse y se retira del lugar. Al día siguiente, temprano, será el debate con premios nacionales y candidatos presidenciales en la Universidad de Chile. Quiere descansar.

Mientras, en el micrófono, un ofuscado Alejandro Goic ha subido fuertemente el tono. El remate de cuadros no ha ido todo lo bien que se esperaba.

—¡Esta es la campaña del pueblo, no de los empresarios y la banca, que ha negado la sal y el agua a esta candidatura! —grita desaforadamente,  tratando de llamar la atención de los asistentes, quienes no se inmutan—. ¡Les pido que vean con otros ojos esta subasta!

A esa altura, Guillier está respondiendo unas preguntas a un móvil de CNN, aunque la periodista —en medio del ruido— apenas lo puede escuchar.

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