Por Carolina Sánchez y Andrea Lagos // Foto: Mabel Maldonado Octubre 20, 2017

Enrique Correa 51,6%

Eugenio Tironi 16,5%

Cristina Bitar 16,1%

— ¿Así que le dicen el “cero positivo” porque se lleva bien con todo el mundo?

—Se ríe, pero no está relajado. No quiere dar entrevistas y menos hablar de política hasta después de la elección de noviembre. No lo explicita, pero tiene clientes que cuidar y ellos saben que no es un hombre de derecha. ¿Para qué revolver las aguas?

— Enrique Krauss (ex ministro de Patricio Aylwin) dijo que yo era como los dadores universales de sangre, cuenta algo avergonzado.

Va a responder sobre el lobby que realiza desde su empresa Imaginacción. Catorce personas trabajan de planta sólo en Asuntos Públicos (representación de intereses). En la firma, laboran un total de 50. Además, se ofrecen asesorías en comunicación estratégica, diseño de negocios y consultorías internacionales. Tienen más de 30 consultores asociados (externos).

A fines de los 60, Correa fue seminarista y hombre cercano al cardenal Raúl Silva Henríquez. Aún se viste como cura civil: siempre de suéter oscuro cuello en V.

En la universidad estudió Filosofía, después vino el MAPU, su exilio, la clandestinidad durante la lucha contra el régimen militar, ser ministro componedor  de Patricio Aylwin (1991-1994), y fundador de su poderosa empresa en 1996.

— ¿Qué características personales suyas son las que hacen que sea un buen lobista?

— Hay que tener un conocimiento profundo y consistente de las políticas públicas.  Es necesario comprender la lógica del quehacer público y del quehacer privado. Ambas son muy distintas y no  siempre dialogan de manera automática. Se requiere de facilitadores que sean buenos traductores de ambas lógicas. A veces existe el desconocimiento de cómo decide el aparato público y puede haber mucha guerra por error.

—¿Cómo se concilia al ex dirigente MAPU clandestino durante la dictadura con el lobista actual?

—Las personas normales siempre hacen lo que tienen que hacer. Es muy presuntuoso decir que uno siempre ha hecho lo correcto. Siempre hice un esfuerzo muy grande por cumplir con lo que he tenido: generar una corriente de izquierda vinculada al mundo cristiano, que después se independizó (MAPU), luchar contra la dictadura después del golpe, trabajar en el mundo académico y en las consultorías internacionales y, después,  construir esta empresa. Siempre hice lo que tenía que hacer sin ceder a la tentación de vivir de la propia leyenda. Levantarse oscuro, trabajar hasta la noche y muchísimo y,  en la mitad, preocuparse de la familia, de criar a los hijos y de cuidar a los viejos.

—Está la percepción de que usted es un hombre muy poderoso, no sólo en la política, sino también en  ámbitos como la cultura, los negocios y la Iglesia. ¿Cuánto le pesa esa imagen?

—Yo creo que es más una percepción que una realidad, y uno vive de  realidades y no de percepciones. Mi realidad cotidiana es mi trabajo. No vivo pensando en si estoy influyendo.

—¿No se siente poderoso?

—No vivo pensando en eso.

En esta empresa lo que hacemos es ser interlocutores. Estamos entrenados en el trabajo con nuestros representados. Ponernos en el lugar del otro, contribuir a que el interlocutor encuentre acogida.

Si uno no se pone en el lugar del otro, nunca llega a buen puerto. Creer que lo más positivo es lo que produce la propia inteligencia es muy cercano al delirio.

—¿Es pesado sentir que a uno lo llaman “poderoso” en la prensa o da lo mismo?

—No es tampoco toda la prensa.

 

Mala imagen

No acepta hablar de clientes con nombre. Se le han cargado  desde SQM a los ex controladores de Penta (Carlos Alberto Délano,_hasta el Arzobispado de Santiago durante el caso Karadima. Con todos sus representados tiene una cláusula de confidencialidad, salvo que ellos quieran develar la relación contractual.

“Siempre hice lo que tenía que hacer sin ceder a la tentación de vivir de la propia leyenda. No vivo pensando en si estoy influyendo”.

—Respecto a la regulación  sobre el lobby existen críticas de que puede ser muy laxa o genérica, ¿Qué opina?

—Siempre fui partidario de que se legislara sobre el lobby. La legislación actual me parece un gran avance porque genera condiciones de trasparencia para las conversaciones entre la autoridad y los lobistas, o los representantes de un interés particular.

Sin embargo, no vamos a tener una legislación completa hasta que no generemos un registro. Si no existe ese registro, no hay obligaciones. Para integrar ese registro de inscritos habría que cumplir determinados requisitos de probidad y de trayectoria. Hoy aún existe una frontera muy clara entre el lobby formal regulado y el informal.

—¿Y como se termina con esta frontera?

—Al haber un registro de lobistas, quien no esté registrado sería autor de lobby informal y ese  es el reino de la oscuridad, la noche oscura donde no se distinguen los gatos.

—¿Se refiere a presiones informales, no a reuniones registradas como ordena la ley?

—En un  lobby no regulado puede caber cualquier cosa. La frontera entre el  no regulado y el tráfico de influencias puede ser indefinida. El lobby regulado está sometido al examen de la autoridad y de todos los reguladores que puedan  intervenir. Aquí las  fronteras son claras.

—¿Qué hace que hoy día el lobby sea mal visto por la ciudadanía? ¿Eso ha cambiado en el último tiempo?

—Mientras más se regule y pase a ser una actividad normal de la sociedad, creo que esto va a ir pasando. La regulación del lobby sinceró una relación público-privada que ha existido desde siempre, desde que hay república o desde antes.

—¿Se echó a perder la imagen de los lobistas con los escándalos de la influencia del dinero (empresarios) en la política?

—Probablemente, la investigación sobre financiamiento de la política que lleva a cabo el Ministerio Público y su amplia cobertura noticiosa acentuó las desconfianzas en la relación entre la política y el dinero. Naturalmente, esta situación debe haber repercutido en la imagen del lobby, en la medida que la esencia del trabajo del lobista es buscar los puntos comunes entre los decisores públicos y privados.

—¿Cómo se distingue el lobby del tráfico de influencias?

— Soy partidario de un registro de lobistas: es la diferencia entre lobby y tráfico de influencias. El tráfico de influencias es un delito, y el lobby es una actividad legal, regulada. El tráfico de influencias tiene algo que ver con intercambio de favores. Tú me das, yo te doy. Tú me das, yo te daré. Y eso está completamente excluido de una relación honesta con la autoridad.

El tráfico de influencias también puede buscar privilegios ilegítimos que le ayuden al cliente a tener una posición de competencia desleal con su sector, con sus competidores. Todo eso está excluido de lo que podemos llamar “lobby legal”. La diferencia se logra mediante dos medidas: el registro, que sea el equivalente a una licencia,que se cancele si se incurre en prácticas incorrectas. Y también se debe perseguir el lobby informal.

El tráfico de influencias lo único que hace es desprestigiar esta función que es legítima.

—En el diario digital El Mostrador han publicado reportajes sobre usted. Uno de ellos habla de periodistas que cubren el Congreso para un medio y que además son  pagados por su empresa, Imaginacción.¿Es válido?

—Sí, en cualquier parte del mundo los lobistas están presentes en el Congreso, conversan, discuten, se informan, piden entrevistas...

Lo importante es que cada una de las entrevistas (que ellos sostengan) esté sujeta a las normas de transparencia de la ley,  y con eso cumplimos rigurosamente, esta tarea la realizan consultores. Y tenemos periodistas que reportean para realizar los informes legislativos.

—Respecto a la Ley de Pesca y cómo se gestó en el gobierno de Sebastián Piñera, ¿fue eso tráfico de influencias para usted? Recordar que existen mails al ministro de Economía de gremios de la pesca con párrafos redactados exactamente igual a la ley que se promulgó.

—Eso está sometido a una investigación judicial. Esperemos que termine la investigación. La justicia no sólo tiene el derecho sino el deber de investigar a fondo.

—¿Para usted ha existido mucho cambio, por ejemplo, desde los 90 en la percepción del lobby?

—Siempre ha habido lobby.

—Eran llamados telefónicos o presiones directas...

—El lobby existe desde la época de Portales, en el siglo XIX. La discusión del precio del trigo era objeto de presiones privadas. Es cosa de estudiar la historia.

El lobby profesional es un avance de una actividad que antes era silvestre.

—Pero cuando ustedes fundan Imaginacción en 1996, no existía la forma de hacer lobby actual.

—Lo primero que nosotros hicimos fue sincerar lo que íbamos a hacer.

—¿Fueron los primeros?

—Sí, lo dije en una entrevista muy larga que di a la revista Capital en 1997. Apenas lo sinceramos, de inmediato nos dedicamos a que juristas y expertos amigos nuestros  nos ayudaran a redactar normas de lo que podría ser una futura legislación sobre el lobby.

Hemos sido uno de los impulsores de la industria, un sector que va a ser cada vez más legítimo.

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