Por Nicolás Alonso // Fotos: Cristóbal Olivares Octubre 6, 2017

—Dígame, de qué quiere hablar.

—De cómo es para usted hacer campaña, de por qué quiere ser presidente nuevamente, de algunas lecciones que…

—Pero esto va a ser cortito, así que no me haga demasiadas preguntas.

Llevo una semana siguiendo al candidato Sebastián Piñera, lo he observado en cada una de sus actividades de campaña y por fin he logrado que conversemos. De pronto, estoy sentado en su auto, el Lexus azul oscuro en el que lo he visto escapar al terminar cada reunión, cada debate, cada acto. Sobre los asientos color beige hay algunas revistas, papeles, un cepillo de pelo. Es lunes, son las dos y veinte de la tarde, y del otro lado de la puerta han quedado el grupo de periodistas políticos que lo siguen a diario, y que han esperado toda la mañana —aguantando el tedio— a que saliera de un debate frente a dos centenares de empresarios agrícolas en CasaPiedra.

Yo también lo he esperado, y sus asesores me han dicho que podré acompañarlo a grabar una entrevista para un programa televisivo. Conversar de ida y, tal vez, de vuelta. El ex presidente, me han advertido, no tiene tiempo en su apretada agenda, y esta es la única oportunidad que tendré.

—Bueno, le voy preguntando. Para partir: ¿Usted…

—Un segundo, ¿qué más quiere hablar? Por qué quiero ser presidente, cómo es hacer campaña… —dice Piñera, y comienza a anotar en un bloc todo lo que digo.

—Si prefiere, le voy haciendo las preguntas…

—No, no, no. Quiero saber de qué me va a preguntar antes.

—De algunos temas de estos días, de…

—Pero no me diga “de algunos de los temas de estos días”. Dígame qué me va a preguntar.

En el asiento del conductor, un policía llamado Pablo, que cuida al ex presidente desde 2009 y que tiene tanto aspecto de guardaespaldas que parece sacado de un casting, escucha en silencio cómo empiezo a ponerme nervioso. Quince minutos antes, su mano enorme me ha agarrado por la espalda y me ha dicho al oído que, por seguridad, no se me ocurra filmar adentro del auto. A su lado, el asesor que me ha ayudado a conseguir la entrevista interviene:

—Una conversa más humana, del tema de la campaña, del ánimo…

—Si quiere, empezamos…

—No, pero dígame qué.

—De las lecciones de su gobierno anterior… —digo, y empiezo a revisar mis apuntes— y  también algunas preguntas más personales… cómo siente que es percibido…

—¿Cuáles son esas preguntas personales?

—Bueno, qué piensa del sector de la población que lo rechaza, si considera justo el juicio que se hace de usted. Una conversación un poco más abierta.

—Ya, pero oiga, esto va a ser una cosa corta. Vamos a tener no más de cinco minutos.

—¿No más de cinco minutos?

—Sí señor, desgraciadamente la vida es muy dura.

 

***

 

El salón es una biblioteca oscura, en la Casa Central de la Universidad Católica, y tiene un aspecto algo ficticio: sus anaqueles de madera suben tres pisos hasta los vitrales amarillos del techo, y guardan libros que parecen llevar siglos en sus estantes. En el escenario está el candidato Sebastián Piñera, y a su lado Mario Vargas Llosa, quien ha viajado a entregarle el Premio por la Defensa de la Democracia y la Libertad. El acto, frente a un grupo de académicos y autoridades que no aplauden al Premio Nobel cuando es presentado, pero sí al candidato, sucede en una jornada difícil: en la mañana la prensa ha publicado el testimonio de María Inés Alliende, una productora que prestó servicios para su campaña anterior y que lo ha vinculado a una factura pagada por SQM.

El ex presidente se ha enterado temprano: todos los días se levanta a las siete de la mañana, y lo primero que hace es leer la prensa. Luego se va en su auto al comando, y utiliza el kit que siempre lleva en el bolsillo —una regla plástica, un lápiz rojo y otro negro—, para destacar lo más relevante del documento de contingencia que le prepara la Fundación Avanza Chile. El rojo para subrayar, el negro para comentarios. Ensaya, se adelanta a posibles preguntas, practica sus respuestas. En este momento, dicen sus asesores, la campaña se trata de eso: plantear sus ideas. La última vez que fue a una feria a hablar con la gente sucedió hace un mes y medio, en Valdivia.

En general, la campaña es más distendida en regiones que en Santiago, pero ahora que Mario Vargas Llosa le agradece por sus “múltiples aportes a la libertad”, el candidato sonríe. Entonces el Nobel le entrega un galvano y una asesora reta a los presentes para que aplaudan más fuerte. Luego le toca hablar a Piñera, que hace un repaso sobre la historia de la libertad, y teoriza sobre la gran amenaza que hoy en día significa el populismo. Al final, todos aplauden de pie.

—Esto no va a dar muchos votos, pero ayuda… —comenta un exministro en el público.

Pablo y los demás guardaespaldas esperan al Lexus por la calle Portugal, bloqueando una salida lateral de la universidad hasta que el ex presidente sube al auto. Algunos de sus cercanos se quedan conversando unos minutos, y especulan con el hecho de que la filtración de la boleta para SQM llegue a dos días del debate en el Congreso. Lo comparan con lo que le pasó a Hillary Clinton con el FBI en las elecciones estadounidenses. De todas maneras, dicen, es uno más entre los ataques que reciben hace meses por liderar las encuestas.

—Hay que surfear la ola, hay que surfear la ola —dice un asesor.

Al día siguiente, a la una y media de la tarde, van entrando al salón Ballroom II del hotel Ritz los más de doscientos empresarios invitados por Picton, un family office. Bajo enormes lámparas de lágrimas y desfilando sobre alfombras amarillas con flores moradas, gran parte de los hombres más poderosos de Chile bromean entre ellos. Sebastián Piñera espera a Mario Vargas Llosa para ingresar al salón. Entran juntos, saludan, se sientan. Por un momento parecen sincronizados.

La ceremonia arranca con una fervorosa presentación de José Miguel Ureta, socio fundador de Picton, que dice que Piñera tiene el triunfo casi asegurado y augura el regreso de la sensatez. Todos aplauden. Luego, Vargas Llosa da un discurso sobre la libertad, y habla de Chile como el país más exitoso en la batalla contra el subdesarrollo. Dice que su deseo, para que eso siga siendo así, es que Piñera reciba el apoyo de la inmensa mayoría en estas elecciones.

Entonces todos aplauden de nuevo y Sebastián Piñera sube al escenario.

—Quiero agradecer a mi amigo Mario Vargas Llosa por este gran apoyo, que aprecio, valoro, y que probablemente voy a tener que declarar como aporte voluntario en la cuenta de nuestra campaña —dice, y los empresarios ríen en sus mesas. El candidato parece disfrutar del éxito de su chiste.

Cuando termina su exposición, un discurso muy similar al del día anterior, el presentador dice: “Es increíble que pueda haber alguien que esté en desacuerdo, pero bueno, ¡ocurre!”. Los empresarios vuelven a aplaudir, mientras los mozos sirven el postre. Luego de una ronda de preguntas con Vargas Llosa y de las fotografías de rigor, el candidato camina a la sala de prensa. Parece tenso, otra vez. Se detiene para arreglarse el pelo frente a un espejo y sus asesores le recuerdan que le van a preguntar por lo de SQM. El candidato lo sabe y entra a la sala repleta de periodistas. Una vez que sale, un hombre lo persigue por las escaleras y pasillos durante un minuto, preguntándole por la presencia del “Choclo” Délano en el salón.

Sebastián Piñera no le contesta y apura el paso, hasta llegar al Lexus y desaparecer.

 

***

 

—Ha sido el candidato más atacado durante los debates, por adversarios de izquierda y derecha. En el último, se mencionó a su hermano para atacarlo. ¿Qué siente en un momento como ese?

—Bueno, sin duda que las campañas son duras y se han puesto cada día más duras… —dice, mientras el auto avanza, y de golpe su tono de voz es otro. Comienza a mover las manos en el aire como lo hace en cada discurso, se gira y fija su vista en el respaldo del asiento delantero del auto—, porque hay poco respeto por la verdad, y todos disparan contra el que va liderando la carrera. Pero eso a mí no me afecta, porque yo tengo claro por qué quiero volver a ser presidente. No vuelvo por la nostalgia, ni por el pasado, vuelvo porque estoy convencido de que en Chile tenemos un mal gobierno y un gran país. Y nuestra misión es simple: reemplazar democráticamente ese mal gobierno y recuperar todos juntos ese gran país.

Esas mismas palabras dirá, casi exactas, en el programa televisivo.

—¿Cuál ataque le ha dolido más?

—Mire, en esta campaña me han atacado mucho, pero al final del día quedan dos constantes. Cada vez que esto se ha investigado por parte de la fiscalía o de la justicia, quedan dos constantes: uno, que los ataques están basados en falsedades y no tienen ningún fundamento, y dos, que se comprueba nuestra total inocencia.

—¿Pero hay alguno que le moleste especialmente?

—Al final, oiga, al final… todos duelen. No tanto por mí, sino porque afectan también a mi círculo más cercano, a mi familia, a mi mujer…

—Usted podría hacer lo que quisiera con su vida. Tiene reconocimiento, tiene muchísimo dinero, ya fue presidente. ¿Por qué quiere volver a serlo?

—Bueno, es verdad que si uno quiere una vida más cómoda, más tranquila, no debí haber vuelto al mundo de la política. Porque yo recuerdo lo que nos decía nuestro padre: “En el sector privado van a tener una vida más cómoda, más tranquila, pero sólo en el sector público se van a realizar en plenitud”. Y si bien es verdad que el servicio público significa sacrificios, ataques injustos, también genera una enorme alegría y satisfacción, poder contribuir con lo mejor de uno mismo a mejorar…

—¿Usted fue…

—A mejorar… a mejorar la calidad de vida de todos los chilenos, y muy especialmente de los que más los necesitan: los sectores más vulnerables y la clase media.

—¿Fue feliz cuando fue presidente?

—Sí… fui feliz, tuve el apoyo muy cercano y muy leal de mi mujer, y trabajamos juntos en un proyecto compartido, y por lo tanto nunca sentí ni la soledad del poder, ni lo que algunos sostienen, la angustia del poder. Obviamente que enfrentamos muchas dificultades, partiendo por el tremendo terremoto del 27 de febrero, pero nunca eso nos quebró nuestra voluntad, nuestro optimismo, nuestra confianza de que Chile se iba a poner de pie.

Las preguntas llegan a él y da la impresión de que no se toma ni un segundo para pensar antes de responderlas. Parece escogerlas de un archivo enorme en algún lugar entre sus ojos y el asiento delantero.

 

***

 

Es jueves, son las once de la noche, y Sebastián Piñera no lo está pasando bien. Está parado en un ascensor del Senado, y frente a él, un tumulto de periodistas impide que las puertas del ascensor se cierren. Un notero de CQC le pregunta una y otra vez por las boletas de SQM. Él no responde. Sólo espera a que pase el momento.

Una hora antes, en el Salón de Honor del Congreso, participó en el primer debate junto a todos los candidatos. Permaneció la mayor parte del tiempo muy serio, revisando sus apuntes, y casi no interactuó con los demás. En cada corte comercial, sus asesores lo rodearon, como si fuera un boxeador, para seguir discutiendo su estrategia frente a las preguntas.

José Antonio Kast y Marco Enríquez–Ominami lo interpelaron agresivamente, pero él apenas los miró. Casi siempre dirigió sus ojos a un punto fijo del auditorio. Luego le tocó el último turno para enfrentar el punto de prensa. Estuvo sólo unos minutos, y en vez de salir por donde entró, como los demás candidatos, intentó evadir sin éxito al notero de CQC metiéndose con sus asesores en este ascensor. Ahora espera, con el rostro agobiado, que las puertas se cierren de una vez.

Pero no se da cuenta de que un camarógrafo mantiene el botón apretado.

 

***

 

El Lexus dobla por Providencia, camino al programa televisivo, donde lo espera Milton Millas para hablar de temas agrarios.

—¿Cuáles diría que fueron sus mayores errores, qué hubiera hecho distinto si…

—Bueno, por supuesto que hay muchas cosas que haría distintas, primero porque aprendimos con los errores de nuestro gobierno…

—¿Cuáles en particular?    

—…y segundo, porque Chile hoy es muy distinto a ocho años atrás. Tenemos una clase media mucho mejor informada, más empoderada, más exigente, más impaciente, más consciente de sus derechos. Y errores del gobierno pasado, por ejemplo, tener una mejor relación con los partidos de la propia coalición. En esta oportunidad queremos ser un gobierno de unidad nacional, un gobierno que restablezca la amistad cívica, que busque los acuerdos para hacer avanzar las políticas públicas. Eso es algo que lo vamos a perseguir con mucha fuerza y con mucha voluntad.

—¿Qué significaría para usted una derrota?

—Bueno, uno en la vida… uno tiene que estar preparado para el triunfo y para la derrota. Tener humildad en el triunfo y dignidad en la derrota.

—¿Cuándo fue la última vez que se sintió derrotado?

—No, obviamente que uno en la vida… es una combinación de éxitos y fracasos, triunfos y derrotas, penas y alegrías, y yo no soy una excepción.

—¿Puede mencionar un momento?

—Muchos, muchos. Tal vez los momentos más duros de mi vida han sido la muerte de seres queridos, como mis padres.

—Durante estos días ha sido cuestionado por las boletas que colaboradores suyos hicieron para SQM. Usted ha repetido una y otra vez que ha sido atacado constantemente y que las causas no han llegado a nada. ¿Se siente perseguido judicialmente?

—Bueno, obviamente que hay una mala utilización, por parte de algunos, de la Fiscalía y el sistema judicial, para atacar a sus enemigos políticos. Por ejemplo, el diputado Gutiérrez no lo ha hecho sólo conmigo: lo ha hecho con decenas de adversarios políticos y creo que todos los juicios los ha perdido. Y en el caso nuestro, se probó la total falsedad de sus acusaciones.

—En su entorno dicen que el hecho de que haya salido esto a tan poco tiempo de las elecciones no fue casual. ¿Usted cree eso?

—Mire, prefiero no asumir ni suponer intenciones…

—Pero lo piensa.

—Lo pienso, a veces… ¡Ya, estamos terminando! Tengo que hacer otra cosa antes de llegar a la entrevista. ¡Una pregunta más! Tengo muchas otras cosas que hacer.

—En su anterior gobierno participaron varias personas hoy procesadas por casos de corrupción. ¿Esta vez tendría un estándar distinto para elegir a su equipo?

—No, la primera vez tuvimos un estándar muy exigente y nos preocupamos de verificar no solamente la vocación de servicio público y la capacidad técnica, sino que también sus antecedentes. Obviamente que eso nunca es infalible, siempre se pueden cometer errores.

—Hace unas semanas, usted se sacó una foto con el candidato a core Rodrigo Pérez. ¿Usted sabía entonces que tenía un pasado neonazi?

—Mire, yo me he sacado fotos con cientos, ¡miles de candidatos!, y en muchos casos ni siquiera sé quiénes son. No tengo noción. No, no podría reconocer al señor Rodrigo Pérez, pero me he sacado fotos con todos los candidatos, y no es que yo conozca o avale las conductas de cada uno. Terminamos, ya. ¡Era la última pregunta!

—¿Le puedo hacer un par de preguntas más mientras…

—No. ¡Una más! ¡Pero hágame caso, pues!

Una pregunta más, me advierte el asesor desde el asiento delantero.

 

***

 

La convocatoria es en el frontis de un Centro de Salud Familiar en avenida Grecia, y es la primera actividad de campaña al aire libre que ha hecho Sebastián Piñera en más de una semana. Es martes, son las once de la mañana, y un par de asesores ordenan a una decena de abuelos que sostienen carteles coloridos con las medidas de salud que en minutos propondrá el candidato. Una mujer, en primera fila, sostiene a un bebé con un enterito rosado.

—Más cerca, como si fueran un equipo de fútbol —dice una asesora.

Hay autoridades, un par de candidatos a diputado, tres doctores con batas blanquísimas sentados en primera fila, algunas adherentes con banderas, unos cuantos curiosos. Los periodistas quieren saber por qué no asistió al debate presidencial que se está realizando en este momento en la Universidad de Chile. Los asesores responden que no hay tiempo en la agenda.

Entonces aparece el Lexus, flamean las banderas, comienza la música: “Agárrense de las manos, ya vienen tiempos mejores. Agárrense de las manos, arriba los corazones”. Las señoras de las banderas bailan y se nota el ensayo. Habla el coordinador de Salud de la campaña. Luego habla el candidato, que lleva, como siempre, la camisa arremangada, el reloj rojo brillante. Mueve las manos, aprieta el puño cada vez que menciona algo que logrará su gobierno, es didáctico, simple y claro. Dice que va a hacer una cirugía a la salud en Chile y propone varias medidas para lograrlo.

Un par de personas, que pasan en buses del Transantiago, le gritan ofensas por las ventanas. Pablo, entre la multitud, gira la cabeza y los mira. Tiene que estar atento: está convencido de que hoy las cosas ya no son como en 2009, que no se puede saber qué es capaz de hacer una persona en la calle. Le pasó en abril, cuando recorrieron el país entero y un joven ariqueño escupió agua sobre el ex presidente. En ese episodio, Piñera ni siquiera se inmutó, como tampoco lo hace ahora, mientras sigue su discurso concentrado en decir correctamente lo que ha ensayado.

En diez días volverá a recorrer el país, partiendo por las regiones de Aysén y Magallanes. Serán veinte días intensos, en que tendrá mucho contacto con la gente. Esta vez, se saca algunas fotos, aparece su Lexus y se va. La gente se dispersa, y dos de las abuelas de los carteles, que pertenecen a un club de vecinos de la comuna, se lamentan de que no alcanzaron a darle la mano al candidato. La más triste dice que, más encima, ella ni siquiera vota por la derecha.

 

***

 

—Hay un sector de la población en que genera mucho rechazo, que lo considera un representante tanto de los abusos empresariales como políticos. ¿Qué siente frente a ese juicio?

—Mire, en la vida el hombre propone y Dios dispone. En la política, los candidatos proponen y la gente dispone. Y yo estoy muy contento de someterme al juicio de mis compatriotas, que se va a dar el 19 de noviembre, cuando los chilenos vayan y voten para elegir a su futuro presidente.

—¿Aspira a que, con los años, esa imagen que muchos tienen de usted cambie? ¿Es algo que le importa?

—Bueno, sin duda que a uno le importa. La realidad y la imagen. Y muchas veces hay personas que en forma organizada, sistemática y profesional tratan de tergiversar las cosas y engañar a la ciudadanía. Por ejemplo, toda esta campaña de ataques y acusaciones. Yo estoy perfectamente consciente de que tiene un objetivo y tiene una… ¡pero en fin! No me quejo, como decía un amigo mío: la política es sin llorar. Aunque la vida es con llorar.

—¿Le puedo hacer una pregunta más, por curiosidad personal?

—Mmm…

—¿Alguna vez se cuestionó el hecho de tener tanto dinero en un país en donde la mitad de la población gana 350 mil pesos? ¿Qué piensa de eso?

—Bueno, en primer lugar, yo no heredé nada material de mis padres, y por lo tanto no me arrepiento de haber trabajado desde muy temprano, con mucha dedicación y mucho esfuerzo. Pero además, y no me gusta hablar de esto, yo trato de hacer el mejor uso posible de los recursos que tengo. Mire, el dinero es como el poder, si usted lo toma como un objetivo en sí mismo, se transforma en un elemento de esclavitud: vive pensando solamente en acumular más poder y más dinero. Si lo toma como un medio para hacer cosas buenas en las que cree, se transforma en un instrumento de libertad. Yo siempre he considerado el dinero y el poder como un medio para hacer cosas que yo creo que son buenas. Y por eso con mi familia trabajamos en muchas fundaciones. En torno a mi familia hay cuatro o cinco fundaciones.

—Sí, las conozco.

—Esa es una manera de devolverle a la sociedad chilena lo mucho que he recibido de ella, porque yo soy un agradecido de Dios, de mi familia y mi país por las enormes oportunidades que me dio en esta vida. ¡Ya! ¡Terminamos! —dice, y esta vez no sigo insistiendo.

El ex presidente se gira hacia mí. Pienso que me va a pedir que me baje del auto, pero, sin embargo, su voz cambia, se relaja, y empieza a contarme lo abrumadores que son estos días de campaña.

 

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