Por Víctor Hugo Moreno Junio 1, 2017

¡Michelle, Michelle!, entonaron a coro en varias ocasiones los representantes de la Nueva Mayoría presentes en el Salón de Honor del Congreso Nacional. Ovación de pie cuando anunció que en  el 2018 el 60% de los estudiantes tendrá acceso a la gratuidad; aplauso cerrado al compromiso de enviar durante este año una ley de matrimonio igualitario. Pero los vítores y cánticos más fuertes se escucharon ya al final del discurso cuando la presidenta Michelle Bachelet hizo un llamado a la unidad a la Nueva Mayoría; ese mundo que ella misma fundó al amparo de una coalición que, por ese entonces (2013), la apoyaba sin matices de ningún tipo. Ese mismo conglomerado que, a poco andar el gobierno,  y el derrumbe en los niveles de aprobación la fueron dejando cada día más sola. A ese mundo le pidió una última muestra de apoyo, aunque sea ya demasiado tarde

—Quiero pedirles especialmente a los demócratas progresistas de Chile, a quienes me acompañan en el Gobierno, unidad en la acción y lealtad a los principios que nos convocan. Lo que ha dado gobernabilidad al progreso es nuestra unidad y es lo que debe asegurar la consolidación de nuestras reformas y los avances en el futuro. Hemos puesto en marcha una historia y somos responsables ante el país de llevarla a cabo —dijo en medio de los aplausos cerrados de todo su gabinete y también de los parlamentarios de la coalición. Nadie podía callar y todos se cuadraron en un solo coro: ¡Michelle, Michelle!

Este llamado lleno de contenido político —de queja también por las dificultades que ha tenido su gobierno en la aprobación de sus reformas producto de las propias definiciones oficialistas— contenía un mensaje entre líneas: la Nueva Mayoría debe unirse para estas elecciones y hacer el esfuerzo para ir en una lista parlamentaria común, y comprometerse a apoyar al ganador en primera vuelta, para así no dar espacio al freno del proceso reformista que podría implicar la vuelta de la derecha a La Moneda.

En Palacio preocupa la prolongación del legado de las reformas. Dentro del gobierno hay conciencia de que el éxito del ambicioso programa —que incluía cambios sustanciales en educación, impuestos, relaciones laborales, nueva Constitución—, dependía de la continuidad que se le podía dar. Y eso también avalaba una tesis que, desde el primer minuto, se instauró en el gobierno y en la propia presidenta: había que asumir los costos del debate de las reformas, pero una vez que estas se concretaran en beneficios reales a la gente, la ciudadanía se las iba a reconocer. Toda esa estrategia se derrumba con la entrega de la banda presidencial a una alianza que ya evalúa revisar cada una de las reformas, e incluso acabarlas.

Y ante ese escenario, Bachelet defendió acérrimamente, quizás la más emblemática de todas las reformas: la gratuidad en educación superior.

—Queridos compatriotas, no nos engañemos: quien quiera echar pie atrás en una política seria, inclusiva y responsable, como es la gratuidad en la educación superior, le estará dando la espalda a Chile y a las familias chilenas. Defender esta conquista es una tarea de todos— expresó.

Bachelet dio inicio, con este discurso, al cierre de su gobierno y no tan sólo de estos cuatro años, sino también de sus 8 años como máxima autoridad del país. La presidenta se mostró llena de convicción de que con sus reformas Chile está mucho mejor. En sus palabras demostró la plena certeza de aquello. Inicia de esta forma una última etapa donde se espera que la esquiva aprobación ciudadana la acompañe algo más estos últimos meses. Hoy ya recibió una buena noticia, pues logró su mejor cifra de aprobación de los últimos 2 años con un 31%, según la encuesta Adimark. Si bien es normal que los presidentes aumenten sus cifras al ocaso de sus mandatos, para Bachelet cualquier aumento, por modesto que sea, es un logro y un espaldarazo.

Pero para que esta última etapa tenga algo de frutos, Bachelet necesita de la unidad de su propia coalición. Y allí estuvo la señal política que brindó en su última cuenta pública. Habrá que ver, ahora, si esas ovaciones y aplausos se transforman en actos concretos de unidad en los restos que quedan de la Nueva Mayoría. Bachelet hizo el último esfuerzo, hizo su última arenga.

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