Por M. Eugenia Fernández y Diego Zúñiga // Fotos: Ari // Agradecimientos sanguchería Póker de Ases, Bandera 417 Abril 7, 2017

A la izquierda, Jaime, a la izquierda —le dice la diputada PC Camila Vallejo (28) al diputado UDI Jaime Bellolio (36) mientras se toman la foto que ilustra este artículo. A su lado, un imperturbable Gabriel Boric (31) —diputado del Movimiento Autonomista— mira fijo a la cámara, mientras Vallejo se ríe y sigue molestando a Bellolio para que no tenga miedo de ponerse a su izquierda.

—Tienes que estar más cerca de Camila —le dice el fotógrafo a Bellolio y él responde:

—Lo que pasa es que me pongo nervioso —y sonríe.

—No tanto compadrazgo —dice Boric.

—Gabriel tiene que aparecer como choro —responde Vallejo, quien sigue sonriendo. Parece que es la que mejor lo pasa, mientras el fotógrafo trata de acomodarlos para reunir en una imagen a estos diputados jóvenes, parte de una nueva generación de políticos cuya voz está tomando cada vez mayor peso en la discusión pública. Para muchos son figuras incómodas, incluso dentro de sus propias coaliciones: Bellolio disputó la presidencia de la UDI con un discurso de recambio generacional que a varios de su partido no les gustó; Vallejo dijo que no votaría por Bachelet, luego lo hizo y aún así es crítica del Gobierno; y Boric se erigió como parlamentario desde una postura de rebeldía frente al sistema.

—Necesitamos que uno sostenga el celular y tome una selfie —dice el fotógrafo. Ahora sí se reúnen. Bellolio toma el celular, pero luego se adueña de él Vallejo. Trata de que la imagen los capture a los tres.

—Sonríe, maldito —le dice Vallejo a Boric y ahora sí el diputado por Punta Arenas sonríe un poco, pero no lo suficiente, así que la diputada por La Florida contraataca—: ¡Ya, todos digamos Beatriz!

Esta vez sí se ríen los tres. Incluso Boric, que llegó corriendo al restaurante Póker de Ases, frente a la sede del Congreso en Santiago, luego de haber participado en la proclamación de Beatriz Sánchez como precandidata presidencial del Frente Amplio. Vallejo también tuvo que correr desde el Ministerio de Educación, donde participaba en una reunión. Ese día, sólo Bellolio tenía una agenda más relajada, a pesar de que en la noche debía asistir a la comida de aniversario de Libertad y Desarrollo. Porque la vida de estos tres diputados jóvenes se volvió muchísimo más intensa —y asediada y solicitada— desde aquel 11 de marzo de 2014, cuando asumieron en el Congreso.

“Lo del 2011 fue como un balde de agua fría  —recuerda Vallejo—. Decir ‘esto es más importante de lo que creía’, ser responsable de las demandas y hacerse cargo de eso”.

No tienen mucho en común. Vienen de ambientes distintos —La Florida, Las Condes y Punta Arenas—.  Pero sí los une el haberse hecho un nombre en el mundo de la política universitaria: Vallejo y Boric siendo protagonistas del Movimiento estudiantil de 2011 —“En ese tiempo, Camila era la persona más importante del mundo y yo era un pinche senador universitario”, dice él—, y Bellolio siendo presidente de la FEUC en 2003, en la que compartió directiva con Arturo Squella,  actual diputado de la UDI.

—Fuimos formados por una escuela distinta, la de la política universitaria. En esas asambleas la mayoría eran Gabriel y la Camila, no yo —dice Bellolio—. Yo era ultraminoría. Venir desde ahí hasta acá, acostumbrados a debatir  (y eso no significa que nos tengamos que odiar, sino que interesarse por qué pensamos distinto), sí se nota.

—Lo del 2011 fue como un balde de agua fría para nosotros  —recuerda Vallejo—. Decir “esto es más importante de lo que creía”, sentirme responsable de las demandas que estábamos planteando y hacerse cargo de eso hasta el final. Ahí sentí que teníamos que empujar una transformación histórica.

 —El movimiento estudiantil marca no sólo a mi generación, sino que a mucha gente que había visto cómo la política no era parte de sus vidas y cómo no tenían posibilidad de incidir en lo que es el rumbo del país. Ahí vimos que esas barreras se deterioraban, y el haber tenido un rol en ese movimiento fue muy importante —cuenta Boric.

Los tres se han convertido en adultos con cada vez mayores responsabilidades en estos años que llevan trabajando en el Congreso, aunque lo ven con cierta distancia.

—Ha sido más que pasar a la adultez… uno siempre escucha a los mayores “te toca madurar, dejar tus ideales y ponerte más pragmático”. Para mí no ha sido así. Todo mi aprendizaje y proceso de maduración no ha sido para abandonar lo que creo que es justo, sino que al revés. Se ha ido consolidando —afirma Vallejo.

Eso lo han demostrado los tres en cada discusión que han tenido que dar entre sesión y sesión. Porque luego de lograr votaciones importantes en sus distritos, tuvieron que demostrar que eran mucho más que un puñado de ex dirigentes estudiantiles. Querían cambiar, cada uno a su manera, el statu quo en que había caído, para muchos, la política chilena: sin nombres nuevos ni ideas que tuvieran alguna conexión más directa con la nueva generación de chilenos. Esos que nacieron en los 80, que vivieron su adolescencia en democracia y que fueron viendo cómo el mundo —y Chile— se transformaba en un lugar cada vez más complejo, donde las demandas de la sociedad eran mucho más exigentes. Una generación que es la misma de Vallejo, Bellolio y Boric —entre otros diputados jóvenes— y que ahora tiene representación en el Congreso. Pero a su manera, claro. Porque si algo une a los tres —a pesar de las diferencias políticas evidentes y con matices que hay entre ellos— es una rebeldía frente a muchas de las prácticas de sus antecesores, pero también ante ciertos gestos que se han vivido en sus propias coaliciones. Y no tienen problemas en opinar, en disentir, en dialogar. Dicen que buscan plantear ideas nuevas y no encerrarse en ellos mismos. Que no quieren asumir la posición de privilegio que significa ser diputados de la República como un fin en sí mismo.

Tienen diferencias políticas entre ellos, pero también una sintonía innegable. Porque no son amigos, pero se conocen bien. Debaten en radios, en foros estudiantiles, en lados opuestos del hemiciclo de la Cámara. Saben que la política no empezó con ellos, pero también sienten —aunque no lo dicen— que el futuro les pertenece.

Ritos vacíos

—Creo que nos hemos rebelado a asumir el carácter del Congreso como si fuera entrar a una suerte de club en el cual te van homogeneizando —explica Boric y sigue—: Por ejemplo, el tema de la corbata. En el Congreso entrabas y respetabas reglas no escritas. Nosotros veníamos de la movilización social, y estábamos haciendo política desde hace tiempo. Por tanto, es importante desmitificar la idea de que la política es patrimonio exclusivo de los políticos tradicionales. Durante mucho tiempo hubo un intento de caricaturizarnos un poco como la bancada estudiantil, como que ese iba a ser nuestro único tema. Y creo que no se esperaban el rol que hemos tomado en otros temas; por ejemplo, el debate de las 40 horas laborales, o lo que hemos planteado en temas de equidad de género. Hemos demostrado que estamos acá para hacer política en serio y no sólo para ser políticos en la idea de “jóvenes rebeldes que se van a dedicar a sólo un tema y cacarear”.

—Los jóvenes no estamos sólo para hablar de los temas estudiantiles, de los temas que nos debieran preocupar. Los estudiantes tienen opinión política y es importante que la sociedad lo entienda —agrega Vallejo.

“Me interesa por qué con Camila y Gabriel pensamos distinto. Algunos no lo entienden  y prefieren meterse en sus trincheras porque les da seguridad”, plantea Bellolio.

—La forma de ejercer política ha cambiado radicalmente en los últimos 10 años, y más aún los últimos cinco —explica Bellolio—. Si hay algo por lo que me critican, es porque tengo una relación que va más allá de estar en mi puesto y escuchar a los otros y decir que no. Eso no es hacer bien tu pega de parlamentario; parlamentar es escuchar y hablar. A mí sí me interesa por qué con Camila y con Gabriel pensamos distinto. Algunos no entienden esto y prefieren meterse en sus trincheras porque les da más seguridad.

—Y muchas veces se repiten argumentos sin reflexión
—dice Boric—. Me impresionaron mucho los argumentos, por ejemplo, en el reajuste del sector público o en el salario mínimo. Cuando lo hacía Piñera, los de derecha pensaban que era perfecto y los de la Nueva Mayoría que era lo peor. Y con este gobierno, la Nueva Mayoría, salvo el PC, pensaban que era lo mejor y la derecha pensaba que era lo peor. La política sólo tiene sentido cuando es colectiva y cuando puedes sostener la argumentación. Hay a quienes les pasan un papel y repiten como loros. Eso pasa mucho en el Parlamento, gente muy vacía de contenido.

—También ha cambiado en estos años una serie de formalidades que no tienen sentido. Yo venía los martes con corbata, los miércoles no y los jueves nunca. Y eso fue tema en mi bancada; me decían que me quería parecer a Boric —cuenta Bellolio y se ríe—. Pero ¿por qué para algunos venir sin corbata es algo tan importante que deducen que uno piensa distinto? Es absurdo. Estaban demasiado acostumbrados a que el poder se ejercía dentro del Parlamento y que el debate era acá dentro, pero hoy la política desborda las murallas del Congreso hace rato.

—La corbata es algo de forma, que se asume que hay que cumplir sin que esté escrito. Yo me enfrenté, como atea, a abrir una sesión de una comisión en nombre de Dios. ¿Por qué, en un Estado laico, te obligan a hacer eso? Y no tengo nada en contra de los creyentes. Pero por qué se me obligaba, sin yo creer, a legislar en nombre de Dios. Y eso fue un tema… me dijeron de todo por eso —recuerda Vallejo.

—El Parlamento está lleno de ritos vacíos —concluye Boric. Y plantea que uno de sus síntomas es la alta abstención en las últimas elecciones—: Es un indicador muy fuerte de cómo los partidos tradicionales no representan la diversidad de la sociedad chilena. Eso tiene mucho que ver con el abandono que muchos partidos, ahí excluyo al PC, han hecho de espacios y luchas sociales. A los partidos les ha costado asimilar eso y siguen actuando como si este fuera el único lugar donde se decidieran esas cosas.

Un modelo propio

El diagnóstico de los problemas que hoy tiene Chile y su modelo de desarrollo es uno de los puntos álgidos del debate.  Concuerdan, eso sí, en que no quieren importar una receta extranjera, sino que pretenden recorrer un camino propio.

—Es cierto que en postdictadura hubo una decisión subyacente de proseguir con el modelo y perfeccionarlo, cuestión que además la Concertación salió a vender al mundo —dice Bellolio—. Eso de que Chile había transitado a la democracia, creciendo, lo que en mi opinión ha significado un progreso inédito en la historia del país. Negar eso es taparse de ojos, ponerse anteojeras ideológicas para ver la realidad.

—Progreso sin igualdad —interrumpe Vallejo.

—No creo que haya nada más igualitario que bajar la pobreza de 48 % a 7 %… Chile ha tenido un proceso de modernización muy rápido, y a partir de eso ocurren problemas. Hay patologías, como dice Carlos Peña. Y lo que ocurre es que hoy hay quienes quieren tomar esas patologías como excusa para echar abajo el proceso de modernización del país, versus arreglar esas patologías. Yo quiero arreglarlas en vez de echar abajo el proceso modernizador… —le responde Bellolio y agrega—: La principal razón por la que este gobierno tiene tan baja evaluación es porque se equivocaron en el diagnóstico de que los chilenos querían apretar el botón de reset y partir de cero. En mi opinión, lo que quieren los chilenos es que no les hagan trampa, que la promesa de acceder a mejor educación y salud, no sea sólo privilegios por su apellido o contactos, sino fruto de su trabajo y su esfuerzo.

Boric escucha atento y le contesta que el Frente Amplio no quiere partir de cero:

—En política no se parte de cero. Lo que sí hay es una diferencia respecto de la tesis que subyace al malestar social. Una, es que queremos más y mejor capitalismo, que la riqueza llegue a todos y terminar con las patologías. Y habemos quienes creemos que hay un problema profundo, y que más que terminar con los excesos hay un problema en la esencia del modelo de desarrollo. Y que por tanto se necesitan cambios estructurales.

—Para mí es progreso, no riqueza —dice Bellolio.

—Hubo una trampa del modelo —explica Vallejo—. Chile tiene un sistema pseudocapitalista, pero profundamente neoliberal. Se vendió una promesa que no llegó: que todos seríamos parte de la riqueza producto de la apertura del modelo, pero eso no operó. El principal avance es la colusión, más que una distribución de la riqueza, hubo una concentración del poder económico que le permitió influenciar al poder político para mantener un nivel de utilidades tremendo. La sociedad es la que está demandando no partir de cero, pero sí hacer cambios profundos y no de maquillaje.

—Yo no estoy diciendo que nuestro modelo sea perfecto
—explica Bellolio—, pero creo que liderar es promover cambios. Y estas patologías que tienen que ver con desigualdad, injusticias, problemas en salud, vivienda, son cosas que quiero cambiar. No quiero mantener el statu quo. ¿Pero cuál es el sistema que proponen?

—Jaime está equivocado de coalición —interrumpe Boric y se ríe—.  Esta entrevista se desperfila un poco cuando ves que hablas con alguien que no corresponde con…

—¿Con la caricatura de la derecha? —pregunta Bellolio.

—No con la caricatura —responde Boric—. La presidenta de la UDI va a visitar Punta Peuco y dice que son inocentes. Jaime no representa eso, está equivocado de partido.

—¿Hay alguna otra instancia donde ustedes puedan dialogar sobre esto? ¿Almuerzan juntos, por ejemplo?

—Los comunistas comemos… comemos guaguas también —contesta Camila y se ríe.

—La respuesta es no —dice más serio Bellolio—. Hace falta un casino común, un lugar que no sea protegido, donde se pueda compartir con otros diputados para saber por qué de verdad piensan como lo hacen.

Y Boric, tajante, termina:

—No, a mí me gusta comer solo.

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