Por Víctor Hugo Moreno // Fotos: Marcelo Segura Abril 28, 2017

Le tiene miedo a los temblores. Este lunes vivió el fuerte sismo en medio de una tensa reunión con dirigentes universitarios. Quiso salir arrancando del Adriana del Piano 08.JPGséptimo piso del Ministerio de Educación, pero la tranquilidad de los estudiantes reunidos la hizo desistir. Tenía que mantenerse digna.

 Y el martes pasado, cuando subía por el ascensor luego de regresar de la cuenta pública del ministerio, el elevador se detuvo llegando al piso 2. Parecía una nueva réplica, pero no. Sólo era un leve desperfecto. Pero Delpiano se bajó sin vacilar. Prefirió subir por las escaleras los cinco pisos que le faltaban para llegar a su oficina y  concedernos esta entrevista. Ya en su despacho descansa un poco, para luego explicar que la misión encomendada a mediados del 2015 por la presidenta  Bachelet de liderar el proceso de reforma a la educación rinde frutos contra viento y marea y contra todas las críticas. La reforma está en marcha, repite y quienes quedaron fuera, como dijo en su discurso en la Biblioteca  de Santiago, simplemente “se lo perdieron”.

Cada vez que hay una marcha por el centro de Santiago, se da un tiempo para salir a su ventana que da hacia la Alameda y ver el correr de carabineros y estudiantes. Hay algo que siempre le llama la atención: en medio de los zorrillos que expelen gas lacrimógeno, y de las piedras,  los perros callejeros son los únicos que, abstraídos, disfrutan el momento mojándose con el agua que lanza el guanaco. Luego de eso, vuelve a su escritorio para revisar cada detalle de los complejos proyectos de ley que lidera su cartera. Una tarea que le agrada, pero que confiesa le ha quitado tiempo para poder compartir en terreno con las comunidades educativas. Es una de las cosas que ha extrañado en estos dos años y medio. El intenso trabajo legislativo la mantiene encerrada estudiando y negociando con los partidos políticos. Negociaciones que, hace unas semanas, le hicieron pasar un gran susto y también una gran decepción. La ministra recuerda aquel embrollo.

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Adriana del Piano 46.JPG—¿Pensó en algún momento que el proyecto estrella del gobierno  se podía derrumbar, luego de que fuera rechazado en la comisión de Educación con el voto disidente de la diputada PC Camila Vallejo?

—Ese día estaba con la certeza de que sacaríamos el apoyo al proyecto en la comisión. A las 3:20 de la tarde teníamos los votos. A las 3:30 comenzaba la reunión y estaba todo Ok. Cuando se nos cayó en la comisión, hay unas fotos mías donde puede verse: ¡Se me cayó la cara!.(Sonríe). Nunca me lo esperé. Esa es la verdad de las cosas. Después vino un trabajo en equipo para hablar con los partidos y cuando se fue dando el ordenamiento, vi como pocas veces se había votado tan ordenado en la sala. Allí sentí emoción de ver ese grado de alineamiento porque la gente (los parlamentarios) tomó conciencia de que o se votaba este proyecto o no iba a salir.

—El susto que pasó fue por un hecho bien específico: la diputada Vallejo, de su coalición, se abstuvo, sabiendo que con eso el proyecto no pasaba y si se rechazaba en sala no podía ser vuelto a poner en tabla en un plazo de un año. ¿Cómo evalúa ese hecho?

 —Lo único que le puedo decir es que a mí me sorprendió, pero entiendo —o quiero entender — el peso de la presión a una diputada joven que viene del movimiento estudiantil y a la que le gritan: “¡No Camila, no votes!”, pero ya pasó. Nunca pensé que fue una actitud del Partido Comunista, sino que fue una circunstancia que preveía, incluso, en términos de por qué el PC no cambiaba a la diputada Vallejo por otro sólo para esa votación. Se lo planteé directamente al presidente del partido (Guillermo Teillier), pero ella es la miembro de la comisión y era la dueña. Si a ella no le acomodaba, el proyecto no iba a pasar. Previne que esto podía suceder y que ella misma (Vallejo) lo pasaría mal. Para ella fue difícil porque hasta aquí siempre ha sido una persona que cumple lo que dice. Esta fue una presión que fue más allá.

“Ha sido tal el impacto social de la gratuidad. Me impresiona. El propio  diputado Bellolio (UDI) habla de ella. Antes decían que era una política pública regresiva”

—Ahora el PC, finalmente, flanqueó a la diputada.

 —Sí, finalmente la terminaron igual apoyando, pero eso ya pasó.

 — ¿Cómo fueron las horas posteriores antes a que el proyecto terminara aprobándose en la idea de legislar?

 —Sentí un alivio infinito cuando terminó la votación. Es una reforma muy emblemática. Finalmente, salió y me pesaban los hombros cuando terminamos la sesión. Había una gran tensión. Llegó un minuto en que todos los integrantes de la coalición sabían la importancia del proyecto. Somos todos adultos, y llegó el momento de votar. Hacía tiempo que no me sentía tan orgullosa de la coalición. Votaron los 67 ordenaditos.

 

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Martes por la mañana.

Es un día especial. En el hall central del edificio ministerial, un grupo de jóvenes, apoderados y profesores esperan con paciencia la indicación para subir al gabinete de la ministra. Delpiano llega con algo de retraso, pero con semblante siempre sonriente, saludando a cada uno de los invitados  a un desayuno organizado para los “rostros de la reforma”. Ella es como la tía buena onda, cariñosa, que siempre trae algún regalo. Los comensales, uno a uno, se presentan ya instalados y junto a un sándwich, un pedazo de torta y un jugo de naranja.

Eugenia Duarte es la primera. Una madre de 4 niños de La Serena, todos ellos suscritos a la gratuidad. Con emoción repasa las carreras que entraron a estudiar sus hijos en la universidad. Le tiritan los labios. Y al fin lanza un último suspiro cargado de orgullo.

“Mirado en perspectiva, se requería de la voluntad política para aprobar la ley de inclusión que tocaba demasiados intereses. Ésta no habría prosperado sin el apoyo y el prestigio de la presidenta durante su primer año”.

En la mesa habían estudiantes beneficiados con el programa PACE: un alumno de la nueva Universidad de O’Higgins, una apoderada de Magallanes que inscribió a su hijo mediante el nuevo proceso de selección instaurado en la ley de inclusión. Todos se han visto directamente beneficiados con las reformas.

Llegó la hora de mostrar logros. Cada uno contó sus experiencias, hasta que Delpiano, ya apremiada por la hora, les entregó un regalo, un beso y una fotografía de despedida. Debía partir a la cuenta pública del Mineduc.

El salón de la biblioteca, colmado de funcionarios del ministerio, escuchó la hora que duró el discurso de la jefa. Ayudada de unos apuntes, era una cuenta que requería datos, enfatizó  que la labor de cada uno de los trabajadores estaba dando frutos pese a las críticas. Los aplausos y las ovaciones se repetían. Ambiente de fiesta y cierto orgullo entre los asistentes. Tras las selfies de rigor y los saludos vuelve a su despachoy  se da tiempo para reflexionar sobre la reforma, sus nudos y sus anhelos para que antes de octubre esté oleada y sacramentada.

 

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— ¿Estará la Nueva Mayoría alineada para   aprobar la reforma de gratuidad antes de fin de año?

 —Ha sido tal el impacto social de la gratuidad. Me impresiona, no sólo dentro de la Nueva Mayoría. El propio  diputado Bellolio (UDI) habla de la gratuidad y dice que favorezca hasta el quinto decil (socioeconómico) está bien, más arriba no tanto.  Antes no querían nada, decían que era una política pública regresiva. Y cuando ves que se van incorporando personas a la gratuidad,uno se pregunta: ¿quién se atreve contra 240 mil familias que lograron esto? Es imposible.

 — ¿Podrá otro gobierno acabar con la gratuidad?

 — Cuando ya estén todos en la cancha (en campaña), me van a interesar mucho las propuestas. Tengo la impresión, por las declaraciones anteriores, que hay cierta resignación: fijaron su punto, dieron la pelea; pero perdieron. Es complejo tirarse contra una política popular.

 — ¿Qué pasa cuando desde diferentes mundos dicen: “estamos de acuerdo con la reforma, pero se ve que está mal hecha”?

 “Me sorprendió, pero entiendo —o quiero entender— el peso de la presión a una diputada joven (Camila Vallejo) que viene del movimiento estudiantil y a la que le gritan: ¡No Camila, no votes!”.

—La educación siempre es un tema opinable. Todo el mundo se siente un poco experto porque la vive de alguna manera. No es un tema lejano. Al ser el proyecto principal del gobierno y que cambia mucho las cosas, incomoda. Nunca satisface la expectativa tal como uno pudo haber imaginado. Una parte de la crítica es al voleo. Pueden haber existido cosas mal hechas, imprecisas, pero creo que este chaqueteo permanente tiene que ver con algo más político. A la ley de inclusión le dieron muy duro comunicacional y políticamente. De alguna manera tocaba intereses muy fuertes. Mucha gente valoraba esta cosa “segregadora”. Y tocó a sectores medios cuando se preguntaba por qué se les iba a quitar el derecho de financiar el colegio de sus hijos. Esto marcó la idea de que en educación la gente dijera: no me haga más reformas. Quédense hasta ahí no más.

—Una de las críticas fue por el orden en que se presentó la reforma, que partió al revés.

—Voy a decirle algo que me parece importante. Parecía lo más lógico partir por la educación pública. Mirado en perspectiva, se requería la voluntad política para aprobar la ley de inclusión, que tocaba muchos intereses. Ésta no habría prosperado sin el apoyo y el prestigio de la presidenta durante el primer año. Si hubiese sido puesta después, a lo mejor no sale nunca.

— ¿Por qué llevar dos proyectos y uno específico para las universidades estatales?

—En el espíritu del gobierno siempre estuvo el reparar la situación que había con las universidades estatales. Siempre se pensó que habían tres tipos de universidades, las del CRUCh y dentro dos tipos: las estatales y las privadas con vocación pública. El tema es que no hay una definición objetiva de lo que es lo público. Se complejiza con las universidades creadas después del 81. Se separa a las estatales y haremos una ley aparte porque mientras las estatales estuvieran sólo en el CRUCh era muy difícil fortalecerlas. Las estatales, además, han tenido más exigencias que las otras. La presidenta lo resolvió así. Y ahora todos los rectores llamaron a votar a favor.

— ¿Qué pasará con las universidades privadas que han puesto en duda su permanencia en la gratuidad debido a la merma en su financiamiento producto de la baja del arancel?

 —Mirando a la cara al rector de la Alberto Hurtado, lo dije hoy. Creo que efectivamente hasta acá han tenido una pérdida, pero no mayor. Vamos a conversar sobre cómo se le pone un piso mayor al diferencial. Estamos estudiando si va por otro tipo de arancel o por una compensación. Tenemos conciencia de que a algunas universidades, como la UDP o la Universidad Católica, se les generan problemas, pero hay que decirlo también: tenían aranceles muy altos.

 

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La ex “primera dama” del gobierno de Michelle Bachelet, cuando fue directora sociocultural en 2006, está convencida de que en octubre, a más tardar, debe salir la ley de educación superior y con ello la gratuidad sea imposible de borrar. La también militante PPD y declarada viuda de Lagos cuando se bajó de la carrera presidencial, tendrá que seguir lidiando con las dificultades. El 9 de mayo los estudiantes convocaron a la primera marcha. Les intentó explicar que el actual Crédito con Aval del Estado (CAE) no se puede reemplazar sin tener otro sistema y que no se puede condonar la deuda. Los estudiantes no entendieron. La “Nana” Delpiano deberá seguir dando explicaciones y largas tandas en el Congreso, donde se tramita también el proyecto de la nueva educación pública.

No para. Con fuerte viento en contra, mientras la reforma siga en marcha, le echa para adelante.

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