Por Javier Rodríguez y Víctor Hugo Moreno // Foto: Cristóbal Olivares Febrero 24, 2017

Gabriel Salazar levanta la pesada barrera amarilla que impide entrar a su casa en el pueblo de El Yeco, entre Algarrobo y Tunquén. Viste un pantalón de buzo Adidas y un polerón de la Universidad de Hull, Inglaterra, donde hizo su doctorado en los años posteriores a haber sido torturado por los agentes de la dictadura de Pinochet.

"Los gobiernos de la Concertación han sido todos neoliberales, ninguno quiere destruir las AFP. No hay izquierda. Y ni ellos mismos se denominan de izquierda, sino de centro izquierda"

El Yeco es su lugar de escape. Una casa que le compró hace más de veinte años a un ex carabinero y en la que hoy descansa por prescripción médica. Allí dedica sus mañanas a escribir su próximo libro, donde contará la historia de los gobiernos locales de nuestro país. Su gata naranja, parecida a Garfield, se pasea mientras Salazar se prepara para hablar de uno de sus temas de estudio predilectos.

—Partamos por lo primero, ¿qué significa ser de izquierda hoy?

—En primer lugar es preciso preguntarse por el significado histórico de ser de izquierda. La palabra izquierda en este caso tiene que ver con la distribución de corrientes de opinión dentro del Estado liberal capitalista. Porque allá las corrientes de opinión se expresan y se clasifican. Entonces aparece una derecha, aparece un centro y una izquierda. Entonces la izquierda surge como concepto en la historia del Estado liberal cuando los partidos y los movimientos críticos aceptan trabajar su proyecto político bajo su alero.

Ser de izquierda en Chile no significa ser revolucionario. Porque estás aceptando las leyes del enemigo .

—Entonces, ¿el pensamiento de izquierda en Chile se acomoda a la institucionalidad?

—Sí, esa es la izquierda chilena. La que le dice a la clase trabajadora: “confíen en nosotros, haremos los cambios desde el Estado”. Por eso que el pueblo fue convertido en un movimiento de masas, que no es lo que querían ni Luis Emilio Recabarren ni Clotario Blest. La masa apoya desde la calle, vota por sus líderes y es obediente. O sea, le quitaron a la clase trabajadora la condición propia de la ciudadanía, ser soberano. Porque ser masa no es ser soberano. Por eso, si hablamos de izquierda, tendríamos que hablar de esa izquierda.

—Pero igual hay un elemento en común entre la izquierda que describe con la revolucionaria: la defensa de los derechos sociales.

—Exactamente, pero desde distintas trincheras. El ser revolucionario no arranca de un problema parlamentario, que implica negociar y tomar posiciones, estamos fuera de las reglas del Estado liberal. Si hablamos de revolucionario, hay que hablar de las personas, de los sujetos sociales, cómo se construye la rebeldía, el sentido crítico, cómo se busca la alternativa, con quiénes se buscan solidariamente los pasos a dar para establecer el cambio.

—En ese sentido, ¿Allende fue un revolucionario?

—Muchos de estos políticos comenzaron siendo revolucionarios, pero cuando ya después son electos, entran en el juego de la clase política y se convierten en un miembro más de ella. Eso le pasó a Allende. Él, como sujeto social personal, solo, joven, en esa situación, se hace rebelde revolucionario. Pero luego tiene una rápida trayectoria política. Y no leía. Desarrolló su rebeldía en base  a la reflexión, la discusión. Muy pronto entra en el juego legal, se destaca y se convence. Por eso resistió en La Moneda. Y se suicida en honor a eso.

—Y la UP, ¿fue un proyecto revolucionario?

—Yo diría que la Unidad Popular fue la exacerbación de la confianza que tenían de que el sistema liberal permitía hacer reformas profundas, estructurales, equivalentes a una revolución. Que era cuestión de ganar las elecciones, de negociar con la derecha y el centro, y hacer las reformas.

Entregarlo todo

—Ahora, si hablamos de identidad, ¿cuál tendría la izquierda post golpe militar?

—Para la izquierda parlamentaria, el golpe militar significó la muerte de la alternativa populista.

—Populista en el sentido de poner a la gente como centro, no la demagogia.

—Claro. Por algo ellos reniegan del populismo. Como si fuera una traición a sus principios. Ahora, renegar del populismo, significa renegar de intentar hacer los cambios estructurales que se requieren en pos del desarrollo popular, en cualquier conducción legal. Por eso para mí no son de izquierda, porque no están ni siquiera planteando cambiar la Constitución. Porque plantearlo en serio significa cambiar el modelo neoliberal de raíz.

—Ahora, el modelo neoliberal nace  en plena dictadura.

—Ese es el problema. Los gobiernos de la Concertación han sido todos neoliberales, ninguno quiere destruir las AFP. No hay izquierda. Y ni ellos mismos se denominan, sino de centroizquierda.  Han fortalecido la permanencia de la clase política como clase política. Y a la derecha le conviene ser clase político y por eso en ciertas cosas transa también con este bloque. Entonces la derecha, el centro, la izquierda, en el estado liberal, coinciden en que deben mantenerse como clase política que controla al Estado.

—Usted habla de que “la clase política es una fábrica de oligarquía que coopta a los líderes sociales”. ¿Pasó eso con Vallejo, Boric y Jackson?

—Totalmente. Jackson y Boric aún son jóvenes, están llenos de idealismo y uno los quiere, y dan ganas de votar por ellos al tiro. Pero los historiadores no sólo miramos el presente, miramos un periodo de larga duración. Los jóvenes revolucionarios ácratas de la historia de Chile han terminado siendo diputados, senadores, embajadores, ministros, miembros de la clase política. Hoy Camila Vallejo es una de las diputadas con más alto rechazo ciudadano. Pensemos en Guillier. Puede tener el programa que quiera, pero si gana tendrá que transar con la Nueva Mayoría. Es decir, va a tener que transar con la misma vieja clase política.

—Como Allende.

—Lo mismo. Ser clase política es ser burguesía en este país, pero por eso yo dudo.

—Lo que pasó con el MAPU.

—Es lo mismo. Yo viví personalmente en la Católica el momento en que los MAPU se desprenden, se desprenden del tronco de la DC por ideales, pero quiénes son ahora. Tenemos grandes empresarios. Pero la realidad es muy dura, porque tienes que casarte, tener hijos, tienes que educar a tus hijos, triunfar como profesional. Transas con el sistema. Es jodido ser rebelde hasta viejo.

—¿Se puede?

—A mí me tocó vivir dos generaciones rebeldes, la del 60 que terminamos jugándonos la época de Allende, y la del 80 contra Pinochet. Dos generaciones rebeldes con una disposición de entregarse por completo a la causa.

—Pero en ese momento el contexto era otro. No había una apología al individualismo como hoy.

—Al contrario, había un rechazo al consumismo a un nivel que no te imaginas. Era un fenómeno de calle, que los viejos recordamos y que hay que comparar con la juventud de hoy. Nosotros éramos rebeldes mirando a América Latina. Pero hoy día ser rebelde no tiene esa dimensión, no tiene ese eco ni esa proyección, por eso los rebeldes hoy día operan al interior de colectivos, de grupos chicos por causas locales y con mucha interacción entre ellos mismos. La rebeldía hoy tiene un continente espacialmente menor, teóricamente no es universal sino que mucho más restringida, más local, más identitaria.

—Pero en 2011 fue distinto, el movimiento estudiantil trascendió más allá de los grupos chicos y además puso las condiciones para un programa de gobierno. El programa de Michelle Bachelet recoge en cierto modo la reforma educacional.

—Ojo, que la identidad del movimiento estudiantil aún debe ser estudiada. No está clara. Y sólo impuso un aspecto, que es la gratuidad. Es cierto, pero tener presente que el movimiento estudiantil fue uno de los movimientos sociales del 2011 en adelante, uno. Nosotros estamos acostumbrados a que ser revolucionario es ser joven. Lo que quiero decir es que no han sido solo los jóvenes los que se movilizaron, fue la asamblea territorial de Magallanes, de Aysén, de Freirina y ahí tenemos otros actores sociales rebeldes, y efectivamente rebeldes, porque ya han triunfado en todo lo que se han propuesto.

La cultura de la basura

—¿Es Chile un país de derecha?

—Yo diría que las élites chilenas siempre han sido intrínsecamente de centroderecha, pero la clase popular ha tenido una larguísima trayectoria de lucha que la hace ser contestataria por lo menos. La pregunta es si hoy día la clase popular está siendo integralmente contestataria, y ahí está la cuestión del consumismo, que yo veo el consumismo, no tanto el consumismo en sí, tratándose de la clase popular yo lo veo por el lado de la deuda, porque hoy el hiperconsumo que hay en Chile tiene que ver con el desarrollo de una enorme deuda familiar.

—¿Eso es porque el modelo nos obliga a sostener un estilo de vida?

—El sistema está basado en eso, en la deuda, por eso te llena con tarjetas de crédito. Incluso siendo estudiante ya te llega la tarjeta de crédito. Te incentivan el consumo porque si no consumes bienes importados, todo el sistema se viene abajo, porque Chile no produce lo que consume.

—Dentro de las distintas ofertas, usted ha dicho que se queda con Guillier. Pero tampoco hay un candidato que represente la visión de mundo sobre la que hemos estado conversando.

—No, porque un verdadero cambio profundo, si no viene de los ciudadanos en un movimiento social autónomo, va a ser muy difícil, porque la clase política, en 200 años en Chile, nunca ha hecho cambios profundos ni ha cambiado jamás la Constitución que la rige.

—¿Podremos salvarnos del capitalismo salvaje?

—Todo depende de la conciencia ciudadana en tanto se asuma como conciencia soberana, y es un proceso que estamos descubriendo lentamente. Aprender a ser soberanos, después de 200 años donde hemos sido desplazados, no es fácil. Pero hay esperanza: lo vimos en este proceso constituyente. Los famosos cabildos ciudadanos sacaron conclusiones terribles: la gente quiere plebiscitos, quiere que las decisiones de la asamblea ciudadana sean vinculantes. Y eso significaría el fin de una clase política que no está dispuesta a suicidarse.

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