Por Juan Andrés Quezada // Fotos: Marcelo Segura Julio 8, 2016

Mirando desde afuera la campaña de su hijo Marco Enríquez-Ominami, en el último tiempo Carlos Ominami Pascual (66) se ha vuelto a acercar a Ricardo Lagos y a la llamada “vieja Concertación”. Su diagnóstico de este segundo gobierno de Michelle Bachelet es categórico. “Está marcado por la improvisación y por la falta de convicción”, señala con un tono de resignación.

Sobre la Nueva Mayoría, “el japonés” —como lo llamaban sus correligionarios del PS— también es drástico: “Es una coalición que utilizó unas brochas gordas para pintar grandes titulares en la campaña, pero que tuvo cero pincel para hacer el trabajo fino, para diseñar e implementar con la precisión que se requería las reformas”.

Tras ser sobreseído –por prescripción–de los delitos por financiamiento irregular de su campaña parlamentaria en 2009, Ominami critica también la judicialización de la política y cree que —al igual que él— Pablo Longueira y Jaime Orpis, entre otros, cometieron un “grave error” político, pero que, a su juicio, no se dejaron influenciar por nadie.

Por todo esto, concluye que una de las soluciones a la actual crisis política, que a su juicio, enfrenta hoy Chile, es el liderazgo de Ricardo Lagos Escobar.

"Los liderazgos tampoco se improvisan, y entre un outsider completo, con cero experiencia, que tenga sólo el mérito de la juventud, a un estadista, a un político experimentado, con los valores republicanos sólidos, prefiero claramente lo segundo antes que lo primero".

—Yo creo que Lagos está llamado a jugar un papel importante, creo que él es la principal reserva republicana de este país. Creo que su gobierno —como todos los gobiernos— puede ser objeto de una revisión crítica, yo mismo la hice en su momento, pero hay algo que, en el caso de Lagos, es inobjetable, que son sus fortalezas republicanas. Y creo que en un momento de crisis de las instituciones, en un momento de un tremendo desprestigio de la política, alguien que tiene esa respetabilidad nacional e internacional —que creo que es el único que la tiene hoy en Chile—, tiene que poner esa respetabilidad y sus activos para solucionar la crisis política. ¿En qué condiciones? Él tendrá que ver, y habrá una deliberación respecto a eso.

 

—Usted fue un pilar en las dos campañas presidenciales de Lagos (1993 y 1999) . ¿Estaría dispuesto a trabajar con él, si es que decide ser candidato?

—El tema presidencial todavía no está resuelto, creo que tiene que resolverse ya, muy rápidamente. Hay que acelerar los tiempos, porque, entre otras cosas, a mí me parece que uno de los problemas que tuvo el gobierno de la presidenta Bachelet fue la improvisación. Entonces, quien quiera ser el próximo presidente de Chile tiene que estar pensando bien cómo lo va a hacer. Yo estoy dispuesto a colaborar, a cooperar con quienes sean, estoy dispuesto a aportar en la medida de mis posibilidades, pero no soy candidato a nada.

—Si a mí me preguntaran o si tuviera la posibilidad de elegir —hoy no existe esa posibilidad—, pero haciendo el ejercicio, yo creo que Lagos está pintado para ser el gran presidente de una asamblea constituyente, ya que le daría garantías a todo el mundo y le daría gran respetabilidad nacional e internacional. Quedaría claro que no es una constituyente que va a ser una locura, al contrario, haría algo que es fundamental, que es una cierta refundación del sistema político chileno, sobre la base de una legitimidad que este nunca tuvo.

—¿En ese escenario no podría ser candidato presidencial?

—Desgraciadamente, las cosas no se han orientado de manera que estuviésemos ad portas de elegir una asamblea constituyente, porque creo que sería lejos la persona idónea para encabezar un proceso de refundación institucional de Chile. Esto es política ficción, porque lo que está planteado hoy día es una elección presidencial. Y, en ese plano, él tendrá que ver. El tema presidencial tiene un inconveniente: que, en el momento en que tú entras en campaña, pierdes una parte importante de la transversalidad que podrías tener para jugar el otro papel.

—Mariana Aylwin decía que no habla bien del país que los dos candidatos con más posibilidades sean ex presidentes: Lagos y Sebastián Piñera.

—Estoy de acuerdo, muestra que somos un país que ha tenido dificultades para renovarse, han pasado cosas interesantes, yo creo que Marco rompió en ese esquema, pero hay un problema con la renovación de la política y de los liderazgos. Ahora, los liderazgos tampoco se improvisan, y en eso, entre un outsider completo, con cero experiencia, que tenga sólo el mérito de la juventud, a un estadista, a un político experimentado, con los valores republicanos sólidos, prefiero claramente lo segundo antes que lo primero.

—¿Qué le parece que algunos dirigentes jóvenes cuestionen a Lagos y la transición?

—A mí me parece preocupante esta ruptura generacional que hay entre la generación con la que condujimos la transición y la generación joven. Yo siento que mientras esa ruptura no se repare, esos jóvenes no van a tener destino. Creo que son jóvenes que tienen energía, pero que también tienen un tremendo desconocimiento de la historia.

—¿Se refiere a Giorgio Jackson y a Gabriel Boric?

—Les tengo mucho aprecio, por Marco, por Boric, por Jackson. Pero creo también que hay un diálogo que construir con ellos, porque ellos no pueden pretender que la historia comienza con ellos. Y de repente uno tiene la sensación de que no saben por qué las cosas pasaron de una determinada manera, atacan la transición de una manera que no se corresponde con las condiciones objetivas en que la transición ocurrió.

—¿Ve a Marco en competencia, tras el impacto que tuvo el caso SQM en su figura?

—Creo que el tema del impacto es un tema que habrá que verlo, esta es una situación que está en desarrollo. Yo creo que Marco ha sido víctima de un tratamiento injusto, ha estado bajo las amenazas de que le puede pasar esto o lo otro. Y no ha ocurrido nada, entonces espero que esta situación pueda clarificarse y, en ese momento, Marco pueda tomar sus decisiones.

“La izquierda se está acabando”

Carlos Ominami es uno de los políticos chilenos que más conocen la izquierda latinoamericana. En los últimos años mantuvo nexos con los gobiernos de los Kirchner (Néstor y Cristina), con el Partido de los Trabajadores, de Lula, con el Frente Amplio uruguayo, además de la izquierda mexicana.

También viaja constantemente a reunirse con los líderes de los partidos de izquierda de Francia –donde vivió muchos años exiliado—, de Italia, España…

A raíz de los últimos acontecimientos, Ominami se formó una polémica convicción: “En la forma en que están pasando las cosas, la izquierda se está acabando en el mundo”.

Sus argumentos para sustentar esta tesis los busca plasmar en un libro que ya tiene listo. “Estoy en conversación con algunos editores para que salga una edición en español y en francés”, señala desde su nuevo departamento que remodeló en el último piso de un antiguo edificio en Avenida Carlos Antúnez, en Providencia, donde vive solo.

—La izquierda se está acabando en el mundo, básicamente por dos razones: no fue capaz de imponerle reglas a la globalización, y esta globalización sin reglas se la está comiendo. Donde entra a gobernar la izquierda, gana las elecciones con promesas y termina dando puras explicaciones. Ese es un punto. El otro, es que la izquierda se quedó pegada, sin resolver el gran problema del siglo XX, que eran las desigualdades. Y ahora no logra comprender el mundo del siglo XXI, no logra insertarse bien en los nuevos conflictos –en los temas de género, la profundización de la democracia, la innovación y el desarrollo científico—, que son temas en los cuales las izquierdas hoy no están dando el ancho y están en un acelerado proceso de deterioro. Eso yo lo veo hoy con particular dramatismo en el país que es la cuna del socialismo, Francia, que tiene un presidente con una aprobación que no supera el 12% y que si hoy fueran las elecciones, no pasaría a la segunda vuelta. El presidente François Hollande gobernó sobre la base del compromiso de que iba a modificar el tratado europeo, y tuvo que plegarse a las definiciones alemanas y, por tanto, generó una tremenda frustración.

"Este gobierno ha tenido un altísimo nivel de improvisación, que tiene que ver con la forma cómo se construyó esta opción, con una presidenta que estaba en Estados Unidos, con una Concertación que se congeló y no preparó las grandes reformas que se prometieron".

—¿Y el caso de Jeremy Corbyn (líder del Partido Laborista) en Inglaterra?

—Hay dos experiencias importantes que han ocurrido en la izquierda en el último tiempo. (Bernie) Sanders en Estados Unidos y Corbyn en Inglaterra, y hay una tercera que hay que mirarla con un poco más de detalle, que son los griegos, que apareció en un momento con cierta novedad y que, finalmente, también se desinfló muy rápidamente, porque no tuvo las capacidades para doblarle la mano a la Unión Europea, y terminó subordinada.

Más que interesantes yo tengo la sensación de que son, más bien, los últimos cantos del cisne de la vieja izquierda del siglo XX, con el inicio de una nueva era, lo que yo creo que hay que mirar con interés.

—¿Y el caso de Podemos en España?

—Le hizo un boquete fuerte al bipartidismo español junto con Ciudadanos. Ambos representan el 34% del electorado español. Pero hay que decir que el bipartidismo en España, herido y todo, resiste. Fue lo que ocurrió en las elecciones del domingo 26 de junio, en donde, además, Podemos terminó intoxicado por las encuestas. Convencidos todos que iban a dar lo que llamaron el sorpasso, que iban a salir segundos, desplazando al PSOE de la hegemonía de la izquierda y finalmente eso no ocurrió.

—¿Y cómo ve a la izquierda chilena?

—Yo creo que es parte de esto, es una izquierda que ha tenido una infinita capacidad para dividirse, que está atomizada, que no se logró reunificar nunca desde el inicio de la transición. Yo creo que una de las limitaciones de la transición chilena es que la izquierda chilena ha sido débil. Esto lo vengo diciendo desde hace mucho tiempo: el proyecto de haber hecho del Partido Socialista la casa común de la izquierda fue un proyecto que no cuajó.

—Bachelet logró aglutinar a la centroizquierda en dos momentos importantes: 2006 y 2014.

—El último fue un acuerdo más electoral que de confluencia política.

—¿Cuál es su evaluación del gobierno de Bachelet?

—Yo de Bachelet rescato el mérito de atreverse. Fue una presidenta que leyó las nuevas señales del país, leyó que había habido un cambio, tomó nota de la amplitud de las movilizaciones —particularmente las del 2011—, y creo que en eso ella tiene un mérito. Y que, cuando se escriba la historia larga, probablemente este gobierno va a tener una valoración que hoy día lamentablemente no tiene.

—¿Sólo por atreverse?

—Uno no puede simplemente contentarse con eso. Uno tiene que decir que este es un gobierno que, desgraciadamente, ha tenido un altísimo nivel de improvisación, que tiene que ver con la forma cómo se construyó esta opción, con una presidenta que estaba en Estados Unidos, con una Concertación que se congeló y no preparó las grandes reformas que se prometieron. Y por eso las dificultades que tuvo la reforma tributaria y las dificultades enormes que está teniendo la reforma educacional, no sólo por la improvisación, sino por una cierta falta de convicción.

—¿Qué le parece el proyecto de reforma a la educación superior anunciado esta semana por la presidenta?

—Me sorprende cómo un proyecto de esta magnitud no genera ningún tipo de afecto y genera toda clase de críticas. ¿Por qué? Porque no existe convicción. El gobierno tendría que haberse atrevido a decir claramente que las universidades del Estado son del Estado, quien debe ser un buen dueño de sus universidades, y que no es lo mismo una universidad estatal que una privada. Este es un gobierno que ha tenido una gran dificultad para constituir elencos políticos y técnicos. Acá se ha producido— y creo que no es un problema sólo de este gobierno, es más general de Chile— una fuerte caída en la calidad de la gestión pública, entre otras cosas, porque mucha gente talentosa, frente al deterioro y desprestigio de la política, prefiere el mundo privado. Creo también que este gobierno tiene un déficit de conducción política.

— ¿Y cómo ve este último tramo con Mario Fernández en Interior?

— La sensación que uno tiene de lo que ve hasta aquí es que le está costando subirse al caballo. Jorge Burgos es una persona que tiene puntos de vista más conservadores que los míos, pero a mí me parecía que en un gobierno con problemas de conducción, a estas alturas ya no era tan importante si la conducción se hacía un poco más a la derecha o un poco más a la izquierda. Lo importante es que hubiera una conducción sólida.

—¿Cree que la izquierda chilena se quedó en el siglo pasado?

—Sí, siento, para poner un caso, que el debate sobre reforma laboral en Chile es patético. No estamos discutiendo sobre el mundo del trabajo del siglo XXI que ya no es ciencia ficción, está siendo completamente distinto. Las condiciones de producción son distintas, las condiciones de cómo se generan los servicios también, las ventas por internet aumentan del 15% al 20% por año... En cambio, esa discusión sobre reforma laboral es prisionera de los traumas de Chile del siglo pasado.

RéGIMEN SEMIPRESIDENCIAL

Otra de las inquietudes de Ominami, que ha estado compartiendo con políticos de varios sectores, entre ellos Gutenberg Martínez de la DC, es el cambio del actual régimen presidencialista a uno semipresidencialista con un primer ministro.

—Me gusta mucho más un régimen semipresidencial, donde el presidente tiene una preocupación especial por los temas de la defensa, por las relaciones internacionales, pero la gestión corriente la hace un primer ministro, que es jefe de la mayoría parlamentaria, que cuenta con la confianza de los legisladores y, por tanto, no tiene que estar en este ejercicio tortuoso que hemos vivido durante este gobierno, de saber o no si tu coalición va a apoyarte o no. La coalición, por definición, tiene que apoyarte.

—¿Cree que este cambio concite apoyo?

—Creo que hoy día existe conciencia en las elites chilenas que el futuro del país no puede depender de las condiciones de una sola persona. Que así como las empresas han entendido que lo que funciona es la horizontalidad, los colectivos de trabajo, los equipos; los países también. Está bien instalado en Chile que un gabinete que funcionó bien fue el gabinete de Aylwin. Y ese era un gabinete con mucha gente con agenda propia, con gente que tenía peso político, con autonomía. Estaba Ricardo Lagos, Enrique Correa, Edgardo Boeninger… A mí me parece que lo que no funciona son los gabinetes en donde los ministros son empleados.

—¿El cambio del régimen tendría que estar incluido en la nueva Constitución?

—Este puede ser quizás el principal capítulo de la discusión constitucional, por lo demás, la gente que ha mirado lo que viene en las consultas me cuenta que el semipresidencialismo genera apoyos muy transversales. El presidente Lagos ha tenido también convicción en este sentido, y creo que sería muy interesante conocer la opinión de Piñera.

SQM: “un error político, no moral”

Ominami fue formalizado como facilitador de boletas ideológicamente falsas por su presunta participación en la entrega de ocho facturas que la empresa Alerce Talleres Gráficos extendió a SQM, por $ 150 millones. Sin embargo, la justicia determinó que los delitos cometidos por el ex senador estaban prescritos.

—¿Cuando en 2009 recurrió a SQM para financiar su campaña, sabía que estaba haciendo algo cuestionable?

—No, porque se estaba pidiendo plata a una empresa. Me he hecho una autocrítica política bien profunda. Si alguien me dijera “¿volvería a hacerlo”, no. Probablemente, lo que haría es que no volvería a ser candidato. Fue un error político y no moral.

"No creo que Pablo Longueira sea una persona que se compra. Tampoco Jaime Orpis. Yo parto de la base de la buena fe, y parto de la base de que la gente buena es inocente mientras no se demuestre lo contrario, cosa que desgraciadamente, en este país se ha perdido"

—¿No es un error moral haber recibido dineros de la empresa que encabezaba el yerno del general Pinochet?

—SQM no es la única empresa que se privatizó durante el gobierno militar, tampoco la más grande. Ponce Lerou no fue un actor del golpe de Estado ni tuvo protagonismo en la dictadura. Hay otros que fueron actores, instigadores del golpe de Estado, y están involucrados a fondo en toda la conspiración para derrocar a Allende, y algunos corren todavía a sacarse fotos con ellos. No quiero dar nombres.

—Está de acuerdo con lo que dijo Francisco Vidal: que si la derecha le estaba pidiendo a SQM, por qué no la izquierda.

—Nosotros jugamos con las reglas que jugamos, entonces lo que no acepto es que me hagan a mí un reproche ético. Si es un reproche político, lo acepto, y es una discusión que he tenido con muchos amigos míos. He reconocido que fue un grave error político.

—¿Solidariza con la gente de derecha involucrada en casos judiciales de dinero y política?

—Mire, yo tengo una buena opinión de la clase política chilena, creo que más que solidarizar espero que ellos tengan la fortaleza para poder enfrentar bien a la justicia y demostrar que actuaron correctamente. No creo que Pablo Longueira sea una persona que se compra. Tampoco Jaime Orpis. Yo parto de la base de la buena fe, y parto de la base de que la gente buena es inocente mientras no se demuestre lo contrario, cosa que desgraciadamente, en este país se ha perdido, porque aquí bastaba con que alguien fuera llamado a declarar para que fuese considerado culpable. Y creo, con eso, que también hay un problema con el funcionamiento de las instituciones en Chile, dentro de las cuales está la justicia.

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