Por Ana María Sanhueza Abril 22, 2016

En abril de1990, el abogado José Zalaquett fue uno de los ocho integrantes de la Comisión de Verdad y Reconciliación, conocida como Comisión Rettig, convocada por el presidente Patricio Aylwin para esclarecer las violaciones a los derechos humanos durante el régimen militar de Augusto Pinochet entre 1973 y 1990. El trabajo derivó en un informe, que este mes cumple 25 años desde que fuera entregado, y que hoy no sólo es materia de estudio en muchas universidades del mundo, sino que también un modelo para países que han vivido situaciones dolorosas.

Comisión RettigZalaquett, quien en los años 80 trabajó en la Vicaría de Solidaridad y después fue parte de la Mesa de Diálogo, recuerda perfectamente cómo se sucedieron las reuniones previas a la formación de la Comisión y de lo encima que estaba Aylwin de todos los detalles. Se acuerda, por ejemplo, de las varias reuniones que sostuvo con el entonces presidente y su ministro de Justicia, Francisco Cumplido, en la casa de calle Arturo Medina, en Providencia, y en las que Aylwin “con su letra de abogado” solía entregarles apuntes con sus ideas.

Un detalle que no olvida Zalaquett es que Aylwin, aun siendo Presidente, hacía sus propios llamados telefónicos; que no utilizaba intermediarios. Y que cuando lo convocó para que fuera parte de la Comisión Rettig, llamada así porque la presidió el jurista Raúl Rettig, ya había nombrado a seis de los ochos integrantes, a los que se sumaría como secretario Jorge Correa Sutil. “Hasta ese momento, eran todos varones, un club de Toby, con una mayoría contundente de hombres”, recuerda el abogado. Y añade: “Entonces, con todo respeto, le hice ver eso al Presidente. Él no pertenecía a una generación a la que esas cosas se le ocurrieran naturalmente, pero las sabía ver. Y nombró a dos mujeres: Mónica Jiménez y Laura Novoa”.

De los integrantes de la comisión, la mitad era partidaria de Pinochet. Zalaquett, quien representaba a la izquierda, estaba del lado de la oposición: “Ocho no es un número cabalístico ni mucho menos, pero usted está apuntando a que va a haber un acuerdo. Y eso le dio mucha credibilidad”.

—Y los acuerdos eran muy de Aylwin.
—Muy de él. Siempre he pensado que el presidente Aylwin fue, usando la frase de la película A man for all a seasons, un hombre para todas las estaciones. No sólo para primavera, verano y otoño, sino también para el invierno. En ese sentido, yo creo que el Presidente Frei Montalva no fue así. O bien era para primavera, verano y otoño. Pero no para invierno, porque en invierno se retacada y vacilaba. Por ejemplo, cuando vino el Tacnazo el presidente no sabía qué hacer y fue Claudio Orrego padre el que llamó a defender La Moneda y llegaron los camiones basureros. Tampoco sabía qué hacer cuando fue elegido Allende. Inicialmente, defendió mucho el golpe y a los dos años sacó la voz. Una voz muy poderosa e importante.

—¿Cómo definiría el camino que tomó Aylwin en derechos humanos?
—Aylwin asumió la posición de la ética de la responsabilidad en la distinción que hizo Max Weber en 1919 entre ética de la responsabilidad y ética de la convicción. La idea es que el político que asume la ética de la responsabilidad no es que carezca de principios, sino que está mirando las estrellas, pero también el suelo para no tropezarse. En cambio, el político que asume la ética de la convicción, si las cosas no salen bien, culpa al pueblo porque no supo seguirlo a él, a Dios, al destino o la historia, pero nunca se culpa no a sí mismo.

—Aylwin tomó una decisión política.
—Una decisión política y moral, de moral política. En América Latina había dos casos anteriores que observar: Argentina y Uruguay. En Argentina el presidente Alfonsín, yo creo que de buena fe, creyó que podía llevar las cosas mucho más lejos de lo que le permitía la situación. Y cuando se rebelaron los militares, se negaban a obedecer y se mantenían a puertas cerradas, el reloj hacía tictac y tenían a mucha gente en la Plaza de Mayo manifestándose, y en cada tictac él perdía más legitimidad. Finalmente,él creyó verse obligado a aprobar una ley de obediencia de vida y de punto final, lo que ahora es fácil juzgar, pero hay que ponerse en sus pantalones también. Y, al año siguiente, en Uruguay el presidente Sanguinetti llegó a un acuerdo con los militares en un pacto en el Club Naval e hizo muy poco. Entonces, el presidente Aylwin tomó estos dos ejemplos, uno al que se le había pasado la mano, por decirlo así,y otro que se había retrasado mucho. Entonces, él decidió esto de la idea de “en la medida de lo posible”. Pero en la medida de lo posible no significa con cucharadas de té o pisándose los huevos, sino todo lo posible.

“Acá hay 300 personas que están en la cárcel. Hay mucha gente que no calibra eso y que dice que aquí se transó la verdad por la justicia. Pero eso no es cierto. Pinochet no terminó con un traje a rayas, pero los últimos años los pasó hablando más con sus abogados que con su familia”.

—Cuando Aylwin habla de “justicia en la medida de los posible”. ¿Se entendió bien el concepto?
—En ese entonces se entendió bien, pero posteriormente las nuevas generaciones pasaron a mirar críticamente esto, como diciendo “se podría haber hecho mucho más”. Pero había que haber vivido ese momento, donde existía un temor real de que el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas podría cumplir con aquello y enviar algunas señales, como fue el “ejercicio de enlace” y el “boinazo”. Ahora bien, Pinochet finalmente fue un bluf, pero un bluf con el que uno no podía correr riesgos, porque conocía la determinación de las Fuerzas Armadas de llegar a cualquier extremo.

—Como profesor de Derecho, usted siempre está en contacto con nuevas generaciones. ¿Qué percepción tienen los jóvenes del gobierno de Aylwin?
—Primero, debo hacer una reflexión mayor: no vivimos una época de cambio, sino un cambio de época. Esto significa que una época que viene de la Revolución francesa hasta el fin de la Guerra Fría y que abarcó dos siglos, llegó a su fin. Y cuando se producen estos cambios de época, la primera generación que los vive no tiene los parámetros de la anterior, pero tampoco divisa los nuevos elementos. Entonces, es una generación que no está ni ahí, que es la de los años 90. En cambio, la generación de Camila Vallejo, Giorgio Jackson y Gabriel Boric está ahí. Y son ellos los que empiezan a ver la oportunidad de un mundo nuevo. Pero en la generación actual, y yo lo veo en la Escuela de Derecho, tienden a pensar que se pudo hacer mucho más, porque no vivieron aquello.

—¿Y cómo les explica usted el contexto a quienes hablan de democracia a medias o democracia protegida?
—Se lo explico haciendo la metáfora con lo que Max Weber dijo en 1919. Él tenía más de 50 años y fue a hablar a una asamblea de estudiantes a la Universidad de Múnich, en un contexto en que Mayo del 68 era un pícnic comparado con eso. Muchos alumnos en ese tiempo pensaban que acabada la guerra, terminaba el sistema monárquico y que iba a venir la revolución en Alemania o en Inglaterra. Entonces, Weber se paró en el auditorio y les habló de responsabilidad y ahí estableció la diferencia entre la ética de la responsabilidad, y la ética de la convicción. Les dijo que muchos piensan que quizás podríamos haber tenido unos años más de guerra para haber tenido una salida más pura, pero que esa es una apuesta muy arriesgada porque no se sabe en unos años más cuántos millones de personas habrían muerto. Entonces, Weber nos habla de que la política es impura y contaminada, pero la vida real es así.

—¿Cuándo cree que se va a entender totalmente la tesis de justicia en la medida de lo posible?
—No sé si llegará ese momento, pero creo que la historia al final pone las cosas más en su lugar. Y la distancia la darán las generaciones.

“Aylwin asumió la posición de la ética de la responsabilidad en la distinción que hizo Max Weber en 1919. El político que asume la ética de la responsabilidad no es que carezca de principios, sino que está mirando las estrellas, pero también el suelo para no tropezarse”.

—¿Ha hecho el ejercicio de pensar qué hubiese pasado en Chile sin la Comisión Rettig?
—Eso es lo providencial de la intuición del presidente Aylwin, que sintió que debía hacerlo y que esto iba a actuar por lo menos como un buque rompehielos. Porque si usted trataba de derogar la Ley de Amnistía, como mucha gente pensaba, se iba a pasar meses de discusión en el Parlamento y se iba a acabar la luna de miel del momento inicial de los 100 primeros días. Y, al final, se iba a perder, porque no iba a tener los votos de los senadores designados. En cambio, irse por la verdad, que es una verdad espeluznante y que conmociona, abrió el camino para que después ese buque rompehielos embistiera contra la capa de hielo en el océano, abriera una grieta y navegara mar adentro, abriendo otra grieta y así. Fue un camino, una medida que permitió y facilitó la adopción de otras medidas más adelante. Pero con el tiempo, eso se ha interpretado como algo más bien pusilánime, lo que me parece que es un error.

—¿Qué valor histórico tiene el Informe Rettig?
—Cuando se produjo el Informe Rettig, se dio a conocer el 4 de marzo de 1991 y el presidente AyLwin pidió perdón, inicialmente todo el mundo aceptó ese informe, salvo las Fuerzas Armadas. Los partidos de oposición lo aceptaron a regañadientes, pero no negaron que habían sucedido esas cosas. Y con el tiempo, ha sido cada vez más mayor la aceptación. Al punto que hoy nadie niega lo ocurrido. Incluso, hoy la televisión ya no habla de presuntos detenidos desaparecidos, como ocurría antes. Entonces, el jugarse por esa medida significó que realmente era una medida realista en lugar de tener un objetivo políticamente imposible en esa época dadas las circunstancias de alcanzar una derogación de la Ley de Amnistía. En definitiva , Argentina en 1984 y Chile en 1990 son las transiciones a la democracia en las que se ha logrado más. El objetivo de una medida de transición es prevenir que esto se vuelva a repetir y reparar en la medida de lo posible los males causados, porque no se puede devolver la vida a los muertos, naturalmente, y tratar de repararar los traumas en la medida que sea necesario. Para ese objetivo se cuenta con la verdad, el reconocimiento de esa verdad, que se logró en Chile con posterioridad a la Mesa de Diálogo. Y reparación, porque en el Congreso hubo prácticamente acuerdo unánime y justicia penal.

—Cuando forman la Comisión Rettig, ¿qué experiencias observaron para crearla?
—La Comisión Rettig es una de las 40 que se han realizado en el mundo, muchas de las cuales conozco personalmente. Hoy la Comisión de Verdad y Reconciliación chilena es considerada una de las siete u ocho que son serias en cuanto a la verdad. El resto, siguen siendo un ejercicio de maquillaje y de toma de posturas de “hacer la parada”, como se dice. Lo que demuestra que las obras humanas, particularmente en el campo de la política, rara vez son sinceras y exitosas. Pero hoy incluso se ha transformado en una industria académica y política. Por ejemplo, Canadá tiene una comisión porque hace 100 años tenía una escuela de adoctrinamiento de niños esquimales para incorporarlos a la cultura occidental. Y luego se sintieron responsables por eso e hicieron una comisión. También ha habido otras que se han intentado formar en países donde aún no termina el conflicto, como en Colombia, donde están las conversaciones de paz y ya está hablando de comisiones de verdad.

—¿En qué sentido considera exitosa internacionalmente la Comisión de Verdad y Reconciliación?
—Las comisiones exitosas como verdad, no como el ejercicio completo de verdad y reparación y justicia penal, son Chile, Argentina, Sudáfrica, Guatemala, El Salvador y Perú. Pero sólo como verdad. Porque Chile avanzó y hay 300 personas que están en la cárcel. Mucha gente no calibra eso y dice que aquí se transó la verdad por la justicia. Pero eso no es cierto. Pinochet no terminó sus días con un número en el pecho y un traje a rayas, pero sí terminó con el auto bien rayado y hablando, en los últimos años, más con sus abogados que con su familia. Lo que no deja de ser un ejemplo, porque que aparte del castigo de hacer justicia sobre los crímenes, esto sienta un precedente de manera que si de aquí a 30 años hay un coronel que intenta dar un golpe, se va a acordar de que Pinochet nunca descansó y lo persiguieron hasta los últimos días.

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