Por Max Colodro, analista político y columnista de La Tercera Octubre 30, 2015

Como pocos de su generación, encarna de manera casi perfecta el sinuoso tránsito entre la vieja Concertación y la Nueva Mayoría. Militante comunista en su juventud, terminó siendo el padre intelectual de la regla fiscal y el guardián de los equilibrios macroeconómicos durante su paso por el Ministerio de Hacienda. Llegó a ser el niño símbolo de una administración que todavía provoca nostalgias en sectores importantes del empresariado, aunque las organizaciones estudiantiles todavía lo acusan de ser autor material del CAE (Crédito con Aval del Estado), esa mochila financiera que miles fueron forzados a adquirir en su paso por la educación superior. Estuvo luego algunos años en Washington, en un encumbrado y envidiable cargo directivo en el Fondo Monetario Internacional. Y terminó siendo una pieza clave en el gabinete del segundo gobierno de Michelle Bachelet, el hombre encargado de llevar adelante la emblemática reforma educacional y, después, jugando un rol destacado en el equipo político de La Moneda.

Como lo confirma esta encuesta, en sectores importantes de la elite se intuye que el poder de Nicolás Eyzaguirre traspasa con mucho las esferas puramente formales. En rigor, en vastos sectores de la opinión pública es reconocido como el único ministro del gobierno que posee una relación de cercanía y complicidad personal con la mandataria, y se supone que en ello radica buena parte de su influencia e inmunidad política actuales. La naturaleza de su vínculo con Bachelet pasó a ser sin duda la base de su posicionamiento en esta administración; pero es muy probable también que el importante capital político acumulado durante su destacado paso por Hacienda en el gobierno de Ricardo Lagos siga siendo un factor que refuerza la impronta y el aura de poder que Eyzaguirre ostenta hoy.

Su aterrizaje en La Moneda supuso un claro desafío al engranaje de poder que recién empezaba a articularse en torno a la “dupla” conformada por los ministros Jorge Burgos y Rodrigo Valdés.

Su arribo al Ministerio de Educación lo instaló en el corazón del programa de reformas del actual gobierno. La apuesta obviamente no se explicaba por sus inexistentes competencias previas en dicha área, sino por los pergaminos que había adquirido en su notable carrera política. Se esforzó por iniciar el despliegue de un conjunto de iniciativas muy ambiciosas, pero con escaso diseño técnico previo; logró al final sacar adelante un polémico proyecto sobre inclusión social, pero no pudo evitar una transversal evaluación crítica a su gestión, que hizo de su salida de Educación y su traslado a la Segpres otra evidencia de la voluntad presidencial de protegerlo de las dificultades excesivas y de acercarlo a las esferas de influencia de Palacio. Sin ir más lejos, su aterrizaje en La Moneda supuso un claro desafío al engranaje de poder que recién empezaba a articularse en torno a la “dupla” conformada por los ministros Burgos y Valdés. Y no es descartable que su aterrizaje en el comité político del gobierno haya sido uno de los factores que terminaron por desactivar la posibilidad de que los titulares de Interior y Hacienda configuraran un eje autónomo de autoridad.

15OCTUBRE de 2015 /VALPARAISO Nicolas Eyzaguirre ministro de la Presidencia , durante la Comisión de Constitución donde se discute del proyecto, iniciado en mensaje, que fortalece el carácter público y democrático de los partidos políticos y facilita su modernización. FOTO: PABLO OVALLE ISASMENDI / AGENCIAUNO

En estos últimos meses, Nicolás Eyzaguirre ha jugado un papel más bien silencioso, replegado en una retaguardia misteriosa que ha abierto no pocas interrogantes sobre su real incidencia en la toma de decisiones del Ejecutivo. Pero hay señales estimables de que su poder sigue siendo relevante y que, como lo confirma también este estudio de opinión, no pocos actores consideran que su peso político es superior al que, en un escenario de crecientes restricciones económicas, ostenta nada menos que el ministro de Hacienda. Es cierto que su influencia no ha dejado rastros visibles en ninguna de las definiciones relevantes impulsadas por el gobierno en este período, pero quizás ello sea la mejor evidencia del vínculo privilegiado que lo protege y le evita verse expuesto a los riesgos del fragor público.

Resulta difícil imaginar que otro integrante del gabinete pudiera haber sobrevivido a la colección de deslices verbales proferidos por Nicolás Eyzaguirre. Aun antes de asumir en el ministerio de Educación, trató de “idiotas” a sus ex compañeros en el Colegio Verbo Divino. Ya instalado en el cargo, lanzó un misil a la clase media al acusarla de arribismo por pretender que sus hijos pudieran aspirar a la educación particular subvencionada. Luego sostuvo que, para emparejar la cancha con la educación pública, había que “quitarles los patines” a los niños de esa misma clase media dispuesta al copago. Y, finalmente, tuvo atribuciones para demoler el programa de gobierno al afirmar en una entrevista que “ni Superman” habría podido llevar adelante con éxito las actuales reformas. A lo que agregó sin ninguna dificultad que el Ejecutivo ha cometido errores y tenido importantes déficits de gestión.

Conociendo cómo Bachelet ejerce su autoridad, cualquier otro estaría sin duda fuera del gobierno, pero él pudo no sólo seguir en el gabinete, sino que consolidar su importante influencia. Así como antes no necesitó ser especialista en temas de educación para ser puesto a la cabeza de las reformas más emblemáticas de esta administración, hoy pudo darse el lujo de ver caer en el Senado al candidato a contralor del gobierno y no ser interpelado por nadie. En cierto sentido, porque el conjunto de los actores políticos ya asumió que él pertenece a “otra esfera”, sin riesgos ni amenazas, y completamente al margen de lo que tradicionalmente se entiende por responsabilidad política. Esa inmunidad es su gran activo, pero de algún modo es también una potencial amenaza que podría conducirlo, también en silencio, a algo demasiado parecido a la irrelevancia.

Hoy, sin embargo, esa posibilidad se ve lejana: Nicolás Eyzaguirre ostenta una impronta de poder y de influencia que le permite ser reconocido como la autoridad más gravitante del gobierno, consejero y hombre de confianza de una presidenta que por definición confía poco y en pocos.

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