Por Daniel Matamala Octubre 30, 2015

Son sólo 20 minutos. Cada viernes, a eso de las 10 de la noche, Carlos Peña —56 años, abogado, doctor en Filosofía, rector de la Universidad Diego Portales— se enfrenta a la pantalla en blanco del computador.

20 minutos después, ya estará redactada la columna más influyente del periodismo chileno. La misma que será lectura obligada de la élite en la mañana del domingo siguiente en El Mercurio. La misma que le valió ser elegido por abrumadora mayoría como el líder de opinión más poderoso de Chile.

Aunque para Peña, tamaña influencia sea fugaz. “A mí lo que me parece más atractivo del periodismo es la premura con que se ejerce y la premura con que desaparece. Escribo con plena conciencia que, diga lo que diga, al lunes siguiente va a ser tema de conversación a alguna hora, pero el martes ya va a haber desaparecido hasta el siguiente domingo. Eso es muy atractivo”.

—¿Qué es el poder?
—La mejor definición es la de Weber. El poder es la capacidad de imponer la propia voluntad a otros.

—¿Quién tiene esa capacidad en Chile?
—Bueno, mucha gente. El más clásico desde luego es la coacción estatal, y el más débil, el más gaseoso, más atmosférico, es el prestigio que puede tener origen religioso, ideológico o meramente intelectual. Pero la forma más brutal de imponer la propia voluntad sobre otro es mediante la coacción, es decir, la amenaza del uso actual o eventual de la fuerza.

—Y ese monopolio lo tiene el Estado.
—Sí. Y los políticos aspiran a tener ese monopolio y por eso disputan el control del Estado.

—Con esa lógica, uno se imagina El príncipe de Maquiavelo. Controlo el Estado y lo uso para mis propios fines. ¿Qué pasa en una democracia?
—La definición más realista de democracia, no la más deseable, es una que formula Schumpeter: la democracia es un mecanismo por el cual escogemos qué élite nos va a gobernar. La más idealista, en el otro extremo, es la de Lincoln: la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. En una sociedad de masas, no cabe ninguna duda que la democracia se parece más a la definición de Schumpeter.

El poder del dinero

—¿Cómo juega el poder económico en esa definición? ¿Qué tanta importancia tiene en Chile, donde está tan concentrado?
—Tiene gran importancia. No se requiere ser marxista para saber que en todas las sociedades el factor económico, es decir el dinero, acaba siempre transformándose o haciendo esfuerzos por transformarse en un capital cultural, o en capital político o de otra índole. Quien tiene el capital económico dispone de todos los otros capitales que circulan en el ámbito de las relaciones sociales, y el dinero muy rápidamente se transforma en prestigio, en capital cultural, en capital político, etc.

“La prensa tiene el poder más corrosivo de todos, que es una cierta ironía en el sentido clásico de la palabra. O sea, permite a las audiencias poder mirar al poder con distancia, sospechar del poder, descreer del poder, relativizar el poder”.

—¿Poder económico significa poder político?
—Es cuestión de ver las reuniones del CEP para darse cuenta de qué manera el poder económico tiene relaciones muy cercanas con el poder político. Y el poder político sabe que quienes tienen el poder económico tienen una gran capacidad de imponer su propia voluntad y, por eso, en vez de enfrentarlo, procura contemporizar con él, llegar a acuerdos tácitos o explícitos, tener buenas relaciones. Qué explica, pensemos un momento, que la Presidenta de la República y prácticamente la mitad de su gabinete concurran al CEP, a sabiendas de que ahí se reúne el capital económico. Y la presidenta va y se somete a un rito de publicidad representativa donde se personifica el aura del poder, pero lo paradójico es que no es el poder de la presidenta, sino el poder de los empresarios que ahí están. Esto ocurre en muchas partes del mundo, nunca sin embargo con la intensidad que ocurre en Chile, que es una sociedad tan pequeña, tan endogámica. Lo del CEP escenifica con la máxima elocuencia lo que es el poder económico.

—A la semana siguiente, la presidenta Bachelet no fue a la cena de la industria, y, en cambio, les dijo a los industriales que fueran a verla a ella al lugar que representa su poder simbólico, el Palacio de La Moneda.
—A mí me parece que es una medida acertada, porque comprendieron los asesores de la presidenta que lo del CEP había sido un gigantesco error. Por supuesto la presidenta tiene, y puede y debe recibir a aquellos que dominan en el ámbito de las relaciones sociales, casi por una cuestión de prudencia, incluso de cálculo, pero debe evitar, al hacerlo, destacar el poder de ellos y no el suyo. Esto a mí me parece evidente.

El poder de la pluma

Carlos Peña—Volvamos al tema de este poder gaseoso: la influencia, que es el tipo de poder que tiene un columnista.
—Supongo, sí.

—Gran parte de su trabajo tiene que ver con la crítica del poder. Un crítico gastronómico prueba un plato de comida y evalúa qué tan bien ejecutado está ese oficio. ¿Por qué hace esa crítica de cómo se ejerce el poder?
—No es una crítica moralista necesariamente, aunque a veces lo parece. Más bien quiere mostrar los pliegues del poder, la forma en que se ejerce, porque esa es una manera de contribuir a que los ciudadanos hagan el escrutinio de la manera en que se ejerce el poder. Yo creo que la sociedad no puede eludir la cuestión del poder. Sin poder no hay sociedad, sin ninguna duda. El problema de una sociedad abierta y democrática es tener formas razonables y agudas, inquisitivas, de hacer el escrutinio del poder para evitar que se desborde, se exceda, como es su tendencia natural, y abogar porque las élites circulen y se renueven, porque esto es lo propio de una sociedad abierta. El papel de la prensa es hacer el escrutinio respecto del poder. Por eso la prensa molesta, irrita. Los periodistas muy inquisitivos son muy irritantes. La prensa tiene el poder más corrosivo de todos, que es una cierta ironía en el sentido clásico de la palabra. O sea, permite a las audiencias poder mirar al poder con distancia, sospechar del poder, descreer del poder, relativizar el poder.

—Sus columnas más irritantes son las que analizan con categorías psicológicas a ciertas personas poderosas. ¿Por qué toca esa tecla?
—No quiero con eso invadir la intimidad de nadie. No tengo animosidad personal con nadie, a pesar de que las columnas a veces aparentan otra cosa, pero también uno está preso de cierto personaje que se construye mediante la escritura. ¿Por qué hago esta lectura simbólica de ciertos personajes? Bueno, porque yo creo que no hay que olvidar que quien ejerce el poder tiene una personalidad que también importa a la hora de ejercerlo.
Hay líderes políticos, el caso de Piñera es un caso clásico, cuya subjetividad pesa muchísimo a la hora de explicar su conducta. Cómo explicar que Piñera, un hombre inteligente, no me cabe duda de eso, actúe como lo hace, con tanto tropiezo, que se comporte como se comporta, no interactuando con la gente con quien está, sino mirando a través de ella, como si siempre su punto de interés estuviera más allá del interlocutor. Estas características, que son muy significativas en la manera en que Piñera ejerce el poder, sólo se explican por la personalidad de Piñera. No es un afán de invadir su privacidad, la que desconozco del todo, y no tengo ningún interés en conocerla tampoco, ni lesionarla. Y frente a la pregunta de qué derecho tiene usted para hacer eso, la respuesta es muy obvia: lo hago respecto del sujeto que monopoliza el poder, la máxima expresión del poder estatal. Y lo mismo hice con el presidente Lagos, lo mismo he hecho con la presidenta Bachelet, en esto espero haber tenido nada más que una línea.

—¿Cómo se manejan los conflictos de interés? Por ejemplo, el hecho de ser rector de una universidad.
—Ese es un problema, sin ninguna duda. Yo he tratado de eludir ese problema, ese conflicto de interés, por la vía de no usar la columna dominical en ese tema y, en cambio, cada vez que he debido opinar respecto de cuestiones educacionales lo he hecho en una página distinta y firmando como rector de la universidad, de manera que a nadie le quepa duda en qué carácter escribo eso que escribo. Confío haber salvado, dentro de lo que es posible hacerlo, ese conflicto de interés.

El poder solitario

No sólo las columnas de Peña pueden ser irritantes. También su forma de relacionarse (o, mejor dicho, no hacerlo) con el mundo del poder. A Bachelet le rechazó una invitación a una gira a Francia, y a Piñera, un viaje al Parque Tantauco. “En esas invitaciones opera un cierto automatismo, más que una mala intención deliberada, una cierta regla de comportamiento, una cierta forma de contagio que está socialmente legitimada, consistente en tender lazos hacia quienes podrían rozar o herir o irritar la propia posición de poder”, justifica Peña.

—El poder tiene un magnetismo, que usa para cooptar a personas. Para abrazar a quienes son críticos y mostrarles que hay un lugar cómodo más cerca del poder. ¿Le ha pasado eso?
—Cada vez menos. Siempre los políticos tratan de cooptar de las maneras más diversas, pero yo nunca acepto esas cosas.

—¿Cómo lo maneja?
—No las acepto, simplemente. No mantengo relaciones sociales con las personas a las cuales me refiero.

—¿Y eso es una decisión?
—Sí, por supuesto.

—¿Separar completamente lo social de lo profesional?
—Sí. Es algo en lo cual me esmero, espero conseguirlo.

“No tengo animosidad personal con nadie, a pesar de que las columnas a veces aparentan otra cosa, pero también uno está preso de cierto personaje que se construye mediante la escritura”.

—Y en general, ¿cómo se maneja el poder en Chile en esas relaciones? Estoy pensando en la última elección del fiscal nacional, con reuniones privadas, en casas de senadores, con abogados…
—Chile es una sociedad endogámica. Es decir, una sociedad donde quienes tienen poder económico también tienen capital cultural, capital social, etcétera. Y comparten los mismos lugares de sociabilidad. La sociología llama a esto comensalidad: que quienes ejercen poder son al mismo tiempo comensales, comen, que es la forma más básica de sociabilidad, juntos. Esto ocurre en Chile evidentemente. En el caso del fiscal, ha habido este intercambio de información, de juegos de toma y daca relativamente tácitos, que escapan a los ojos de la ciudadanía. El circuito institucional arriesga entonces el peligro de transformarse en un mero rito, en un gesto puramente performativo que no tiene, sin embargo, contenido. Este fetichismo del procedimiento está amenazando las instituciones en Chile.

—Me llamó la atención cuando se conocieron las gestiones de Enrique Correa a petición de la jerarquía católica, y el ministro del Interior dice: “Enrique Correa es amigo del gobierno”. ¿Un gobierno puede tener amigos?
—Eso habla muy mal de quien emite esa opinión. Porque claro, alguien dirá “el ministro Burgos fue extremadamente honesto”. Pero en el acto de decir la verdad mostró una absoluta falta de conciencia de lo que está en juego. Esto es lo dramático. Una sociedad que se comporta mal, pero sabe que se comporta mal, y, en consecuencia, tiene frente a sí misma un cierto pudor, es mejor que una sociedad que ni siquiera tiene esa conciencia de ilicitud. Y, en este caso, lo que parece faltar es esa conciencia de ilicitud. Confesar un hecho así, decirlo con cierto desparpajo, habla muy mal de la autoridad. El ministro Burgos tiene una actitud un tanto desdeñosa, se relaciona consigo mismo, con su cargo, con cierto desdén, con un aparente desapego, que hace que ese tipo de opiniones parezcan muestras de personalidad cuando en verdad son transgresiones a los deberes más básicos del cargo.

El poder político

—¿Quién es la persona más poderosa de Chile hoy?
—La presidenta sigue siendo muy poderosa. Eliodoro Matte es un hombre muy poderoso, tiene no sólo dinero, tiene influencia, tiene una institución cultural estupenda que ha sabido manejar con gran sagacidad, con apertura (el CEP).

—¿Y Andrónico Luksic?
—Es una figura distinta. Porque Eliodoro Matte ha logrado hacerse de una institución productora de cultura, que no es poco. Algo que Luksic no ha hecho.

—Lo ha intentado.
—Lo ha intentado, pero no lo ha hecho.

—¿Por qué? ¿Cuál es la diferencia?
—Hay temas de talento, de sagacidad, de astucia, de habitus mantenidos por generaciones. A las fortunas más nuevas les cuesta más. Siempre el capital económico acaba transformándose o haciendo el esfuerzo por transformarse en capital cultural. Esto forma parte de la dinámica del poder.

—¿Y alguien como Piñera, que suma el poder político y el poder económico en la misma persona?
—No necesariamente funciona así porque el poder requiere cierta capacidad persuasiva, cierto carisma, cierta capacidad de ganar las lealtades de los demás. El poder es una mezcla de apego de las personas, y también de temor.

—¿Bachelet sabe usar su poder?
—Parece que sí: ha sido dos veces presidenta, no es poco.

—¿No será que sabe acceder al poder más que saber usarlo?
—Sí, es una buena distinción esa. Sabe acceder al poder. Y luego, ella una vez que tiene el poder parece desesperar, parece no sentirse del todo cómoda. Como si el poder fuera un objeto que se anhela, sólo para cuando se le alcanza.

—Su opuesto parece ser Lagos, que se siente muy cómodo mientras más poder maneja.
—Sí, es muy sagaz esa distinción, efectivamente. Lagos tiene cierta delectación con el ejercicio del poder.

—¿Y cómo se explica el caso de Enrique Correa? Él no tiene un cargo, no tiene una fortuna, tampoco un carisma excepcional, pero todos coinciden en que tiene un extraordinario poder.
—Sí, el caso de Enrique Correa es muy extraordinario. Es un tipo sagaz, inteligente, agudo, sobre eso no cabe ninguna duda. Se suma a ello que acumula gran capital social, gran cantidad de redes a las que accede porque ha hecho una larga vida política, un intercambio muy fuerte, con juegos de toma y daca. Él sabe usar bien eso que Marcel Mauss en su famoso ensayo sobre el don explicita: la idea del intercambio, de portarse generoso, de hacer regalos.

—Por ejemplo, hacer una gestión sin cobrar por ella.
—Claro, o amparar en un momento de desamparo, cuando alguien está a la intemperie, ese tipo de cosas van construyendo y solidificando relaciones sociales, que acumuladas dan gran poder.

—¿Cuál es el tipo de poder que más perdura?
—En esto habría que ser marxista: es el poder económico, sin duda. Sobre él se erige el resto del poder.

—¿Y la influencia es el más fugaz?
—La influencia de la gente se gasta, se acaba, porque las audiencias se aburren, porque el sujeto se repite, su imaginación escasea, en fin.

—¿Y qué pasará con Carlos Peña el día en que ya no sea el columnista más influyente de Chile? ¿Habrá una pérdida de poder dolorosa?
—No es algo tan relevante, pero tampoco me es indiferente, no voy a engañar. Pero no tengo quejas respecto de eso. Yo no escribo columnas pensando en dejar un rastro para la eternidad. Esas son leseras.

Relacionados