Por Francisco Aravena F. Agosto 13, 2015

© M. Segura

"El clima maníaco se configuró por la presidenta idealizada, por un proyecto y un grupo político que plantean reformas refundadoras. Todo ese clima lleva a que, en el momento en que se producen situaciones muy serias, éstas sean minimizadas y vistas de una manera superficial".

A fines de la década de los 90, una década marcada por la transición a la democracia, la “justicia en la medida de lo posible” y los llamados a la reconciliación nacional, el psiquiatra chileno Ricardo Capponi publicó un ensayo provocador. En Chile: un duelo pendiente (1999), Capponi postuló que no se podía aspirar a ese reencuentro ideal. “Planteé que no era adecuado aspirar a la reconciliación; que ese tema en los grupos grandes, en las sociedades, es una extrapolación de las relaciones personales que no procede”, resume hoy. “Había que aspirar a una paz social pactada, donde ocupaban un rol fundamental los líderes”.

Hoy, el psiquiatra, psicoanalista y bachiller en Filosofía vuelve a diagnosticar el estado mental de Chile y sus autoridades. “No estamos en una crisis estructural, estamos en un país más estable y con una gran turbulencia”, aclara. Una gran turbulencia que en buena parte fue causada por la idealización desmedida que, a su juicio, el electorado hizo de la Nueva Mayoría y de la presidenta Michelle Bachelet, y el efecto que estas enormes expectativas tuvieron en aquellos idealizados. Así lo planteó inicialmente en un artículo publicado en la edición de julio en revista Mensaje, que tituló “Narcisismo político y desconfianza”.

Un diagnóstico que tendrá su complemento en el IV Congreso Empresa y Sociedad 2015 de Icare, el 26 de agosto, cuando Capponi se centre en la responsabilidad del sector privado en el momento actual. Su charla se titulará “El modelo en el diván: ¿saldremos de la adolescencia?”.

Antes de eso, profundiza su mirada en el rol y desempeño del gobierno a través del filtro de categorías psicoanalíticas.

Comienza por advertir un contexto distinto. Revolucionariamente distinto. Capponi advierte que el cambio en los paradigmas de comunicación provocado por internet es un fenómeno que aún no dimensionamos en toda su magnitud, y que tiene consecuencias profundas.

“Ahora todos se comunican con todos. Esto genera una situación grupal de características muy regresivas, donde el grupo social tiene un funcionamiento regresivo, una edad mental de no más de 7 a 9 años. Cuando le sumamos el fenómeno de las redes sociales en esta comunicación simultánea  y espontánea de todos con todos, la masa social adquiere casi una irracionalidad y un comportamiento, yo diría, análogo al funcionamiento inconsciente de la mente”, explica. “Es como que hoy las masas representan el inconsciente de la sociedad”. Eso, advierte, exige un liderazgo más capacitado, que no es precisamente el que tenemos hoy.

—Ese es el problema. De hecho, uno de los síntomas principales fue que la Nueva Mayoría leyó este síntoma de una manera concreta. Es como un sujeto que sueña que su vecino en la noche lo persigue, y al otro día, le abre la puerta de la casa y le pega un palo. Lo que dice la masa, los grupos sociales amplios, es importante: ellos siempre van en la dirección correcta, porque están manifestando un síntoma. Es como un sueño, como un acto fallido. Lo importante es cómo uno lo interpreta. Y cómo lo resuelve, cómo propone las medidas para resolver aquel malestar.

En eso, creo que de un tiempo a esta parte ha fallado profundamente el liderazgo, tanto de izquierda como de derecha. Unos, por hacerle caso concreto a la calle, como en el caso de la Nueva Mayoría, y otro como el gobierno de Piñera, que no consideró este síntoma, este inconsciente, y entonces  no hizo un constructo para incorporarlo a su gestión.

—Usted dice que el de hoy es un liderazgo narcisista...

—El narcisismo es una condición mental de todos los seres humanos, y que en una cierta dosis es muy sana. El liderazgo tiene inevitablemente una dosis de narcisismo, porque ser líder es una condición emocional tremendamente difícil, de mucha soledad, de mucha exigencia, estrés y riesgo de quiebre. El narcisismo protege de eso. Por otro lado, el narcisismo es parte consustancial en algunos oficios; entre esos, la política. La política es la dedicación a dirigir masas que de alguna manera me admiran y me siguen, y forman parte entonces de un reforzamiento de mis aspectos narcisistas. En el liderazgo abunda el narcisismo, lo cual no significa que sean necesariamente narcisistas. Las personalidades narcisistas son liderazgos nefastos, muy destructivos. Cuando hablo de narcisismo lo digo en un sentido general, desde rasgos narcisistas hasta la patología narcisista de personalidad.

—¿Cómo caracterizaría a la presidenta en ese sentido?

—Yo tengo la impresión de que la presidenta Bachelet, de partida, no es narcisista. Si lo fuera, en su primer gobierno se habría notado. Más bien creo que el poder genera condiciones y climas que hacen que uno quede muy proclive a que los rasgos narcisistas se expandan. ¿A qué me refiero? Yo creo que el planteamiento de la Nueva Mayoría, por ejemplo del grupo G90,  jóvenes ambiciosos con poca experiencia respecto de la complejidad de la realidad, la sedujeron a un proyecto bastante idealizado y que de un punto de vista de funcionamiento social podríamos llamar maníaco, por su sobreidealización, su superficialidad. A esto se suma una población que la idealiza, y que espera que ella sea una salvadora de su insatisfacción. Esto se conjuga para que la presidenta haya creído que esta era una alternativa, y no se hubiera dado cuenta de que detrás de esto había bastante superficialidad, improvisación, descuido y ambición.

—Escribió que en la manera en que el gobierno enfrentó los casos Penta, Caval y SQM se revela un liderazgo maníaco. ¿En qué sentido? 

—La manía es un término que se presta a confusión. Nosotros hablamos de manía como un estado de ánimo que es lo contrapuesto a lo depresivo. El depresivo es pesimista, hiperrealista, más bien inhibido y escéptico. El maníaco es todo lo contrario: dice que todo va a salir bien, descomplejiza la realidad, con voluntarismo, omnipotencia extrema. El clima maníaco se configuró por la presidenta idealizada, por un proyecto y un grupo político que plantean reformas refundadoras.

Todo ese clima lleva a que, en el momento en que se producen situaciones muy serias, estas sean minimizadas y vistas de una manera superficial. El caso Caval es nada menos que el hijo de la presidenta, junto con su señora, en una negociación que va contra todos los principios que plantea su madre, la mandataria: la no austeridad, el abuso de situaciones de poder, el lobby. Una situación grave para el gobierno. Sin embargo, se minimizó. La primera reacción es de minimización; luego, una sensación de poder: acá todo lo podemos tapar; y luego, la salida de "esto es una transacción entre privados", o sea, no se ve la connotación moral. En los estados mentales maníacos, de exaltación, la moral se relaja. En resumen, el enfrentamiento de este caso obedece a un estado maníaco con un enfrentamiento superficial. Y la reacción de la mandataria va en la misma línea, porque no es capaz de reaccionar rápidamente a la gravedad del asunto.

—¿Y en los casos Penta y SQM? 

–De parte del gobierno hay también una mirada en que  no se toma en cuenta que esta es una situación que afecta a toda la clase política en general. Y eso revela también una cierta superficialidad. Y en muchos otros aspectos.

–Usted postula que lo determinante en este clima es la confianza traicionada entre el liderazgo y la gente…

—Ese es el gran problema de instalar un liderazgo desde la idealización. La idealización en la mente siempre alberga un problema: que es frágil, y que cuando se viene abajo, el fenómeno siguiente es la devaluación. Y la sensación de traición. Desde esta idealización de la mandataria, con este proyecto refundacional, estaban las condiciones dadas para que al producirse cualquier problema se desencadenara la devaluación.

—¿La masa ya venía traicionada con la promesa del "mejor gobierno de la historia de Chile" de Piñera? 

—Sí. Podríamos pensar que el grupo social se sintió traicionado ya a fines del primer gobierno de Bachelet. Y pensaron que un gobierno que ofrecía una gestión muy ambiciosa del punto de vista de un pragmatismo hiperrealista en Piñera iba a solucionar una serie de problemas complejos. Se planteó con una ambición: “el mejor gobierno de la historia de Chile”. Eso nuevamente genera la frustración y la desidealización, pero de una manera distinta al fenómeno actual, porque es de un nivel mucho menor al que generó la Nueva Mayoría y Bachelet.

—¿Cómo observa en ese sentido las posibles correcciones de rumbo del gobierno, el “realismo sin renuncia”? 

—Lo importante en este momento es que el liderazgo no genere ambigüedades en la población. Y eso está por verse. Hasta ahora no ha habido una conducción con un liderazgo definitivo que les permita a las masas disminuir ese clima de ambigüedad que las va llevando a algo peligroso, porque empezamos a coquetear entre la reacción depresiva, que implica un cierto escepticismo, un pesimismo, un deseo de muchos de arrancar.

—¿Se puede superar la crisis con el mismo liderazgo? 

—Sí. Es difícil cuando ha habido una sensación de traición, algo que activa en las personas una angustia muy grande, una suspicacia y una desconfianza enorme hacia el traidor. En cuanto se produce la traición, la persona levanta las antenas para percibir todo el detalle sobre cómo se va a comportar el traidor, y ver si puede volver a confiar. Y empieza un escrutinio profundo. Esto se ve en las relaciones de pareja: cualquier persona que ha sido pillada en una infidelidad sabe que la víctima inmediatamente empieza a escrutar todo su comportamiento. Esto es tremendamente exigente. Este es un proceso dinámico donde se va produciendo un endeudamiento en la desconfianza cada vez mayor. La vida psíquica nunca se detiene: o avanzamos o retrocedemos. O se va produciendo un proceso de un círculo virtuoso de avance o se va produciendo un círculo vicioso de retroceso. Si uno mira lo que ha pasado desde que empezamos a descubrir todo esto, la verdad es que ha habido más bien retroceso.

—Usted usa el ejemplo del golpe eléctrico… 

—Claro. Después de que uno recibe un golpe eléctrico de un artefacto, uno se acerca con desconfianza hasta que por lo menos unas cinco veces no le dé una descarga. Esto está estudiado, es muy interesante. Cuando uno pierde, por ejemplo, cien mil pesos en el casino, la tristeza de la pérdida se recupera con una ganancia de 250 mil pesos. No basta con ganar cien mil. Esto es porque el ser humano está hecho para sobrevivir. Y por lo tanto se tiene que recordar más de los efectos negativos en la vida que de lo positivo, si no, nos dormiríamos en los laureles. Eso en el caso de la pérdida en el casino. Imagínese en una situación traumática. Por eso lo multiplico por dos.

En el clima del funcionamiento masivo hace que entonces los liderazgos tengan que hacer un esfuerzo muy grande por demostrarle a la población que están dispuestos a ser fuente de confianza otra vez. O sea, confesar el hecho con todo detalle, e incluso confesar hechos que aún no han sido descubiertos. El traicionado está esperando que el otro realmente lo convenza de que es una persona confiable, dispuesta a acatar muy rápidamente la justicia, a marginarse de los grupos de poder, porque la sospecha de la colusión está a la mano, y el traicionado se pone muy sensible sobre a quién le va a pedir ayuda, cómo me va a enredar la perdiz otra vez. Y que demuestre que es capaz de promulgar leyes que van a impedir que esto se repita a pesar de que afecten sus intereses. Por ejemplo, sacar adelante la propuesta de la Comisión Engel lo antes posible. Todas esas son medidas que podrían llevar a una recuperación de la confianza. Hasta ahora las cosas no van caminando muy bien.

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