Por David Muñoz Agosto 6, 2015

"Los días previos al cónclave tuvimos una discusión que a ratos era sin sentido: o gobernamos con las ideas de la derecha o gobernamos con las ideas de los demócratas progresistas, y la presidenta no dejó ningún margen de dudas que vamos a gobernar con las ideas de los demócratas progresistas", dijo el presidente del PPD, Jaime Quintana.

TodosxChile! El eslogan estrenado por el gobierno el 1o de julio pasado, el mismo día en que se hizo famoso el “realismo sin renuncia” que la presidenta Michelle Bachelet les exigió a sus ministros, estaba por todos lados. Había tres de ellos en una gigantografía en el escenario, y estaba impreso sobre un cuaderno rojo, una chapita y un lápiz que esperaba a cada uno de los asistentes al llamado “cónclave” del gobierno y la Nueva Mayoría. Un papel adherido al respaldo de cada silla anunciaba el nombre y posición que ocuparía cada uno de los ministros, dirigentes, senadores y diputados, en el amplio salón del estadio El Llano de San Miguel. No había nada al azar. Ni siquiera un detalle que resultó revelador para los presentes: al entrar al lugar, la mandataria saludó uno por uno a todos los presentes. Buscaba distender el ambiente, bajar la presión y el nerviosismo oficialista instalado en los días previos.

Antes de eso, la presidenta había accedido en la entrada del recinto deportivo a tomarse una selfie con un grupo de personas apostadas detrás de una reja. Uno de los pocos episodios fuera de libreto del cónclave oficialista, que estuvo marcado por el apego irrestricto a un guión establecido por la mandataria y su equipo de asesores más cercanos. Estos últimos fueron los encargados de conducir la especial reunión: su jefa de gabinete, Ana Lya Uriarte, y el encargado de contenidos, Pedro Güell, fueron protagonistas. Mientras Uriarte se encargaba de los detalles de forma, se preocupaba de orientar a los parlamentarios, medía los tiempos de las intervenciones, pedía silencio, orden, e incluso, monitoreaba posibles filtraciones; Güell no se despegaba de la mandataria.

No había espacio para la improvisación. Algo de lo que se dieron cuenta varios cuando leyeron el programa de la jornada que venía junto al cuaderno rojo.

El discurso inaugural de Bachelet era lo más esperado, pero había en algunos la secreta esperanza de que se tratara sólo del punto de partida. La realidad era distinta y el orden del programa lo ratificaba: “Los presidentes de partido comentan la política definida por la presidenta”, figuraba escrito en el documento apuntando al segmento que le correspondía a los jefes partidarios. Como preámbulo, un vídeo motivacional que recordaba sus discursos de candidata, sus promesas de campaña. El mensaje estaba claro. Había que escuchar a la presidenta.

REGRESO AL ORIGEN

Mientras algunos parlamentarios celebraron las palabras de Bachelet, otros, en medio de los aplausos, arrugaban la frente, o anotaban y repasaban algunas frases en silencio. La mayoría compartía opiniones, fotos o audios por WhatsApp. Algunos ministros conversaban en privado y coincidían: la presidenta y su discurso eran muy diferentes al que habían conocido en el consejo de gabinete del 10 de julio, donde el “realismo sin renuncia” indicaba el camino a seguir. “Muy poco de realismo, de renuncia, nada”, comentaba un dirigente oficialista. El ministro de Hacienda, Rodrigo Valdés, tampoco estaba conforme. Así lo transmitió a sus cercanos en privado en las horas posteriores, y lo dejó entrever en algunas conversaciones en el mismo estadio El Llano. En el ambiente había dos interpretaciones inmediatas: la presidenta volvía a su diseño original, ratificando en líneas gruesas el tranco reformista, y de paso situaba de nuevo a la política em la primera línea, por sobre los vaivenes de la economía.

En 25 minutos la mandataria había hecho un grueso recuento de las políticas y proyectos pendientes del programa en un discurso donde varios extrañaron la “jerarquización” de la que se había hablado el 10 de julio, o la “priorización” de la que venía predicando desde que asumió el ministro de Hacienda. En el mismo día en que la encuesta Adimark marcaba su aprobación más baja (26%) y su rechazo más alto (70%) histórico, la presidenta buscaba dar señales de que no daría pie atrás.

Al final del día, para la mayoría, la única modificación del programa de gobierno fue la cobertura de gratuidad para la educación superior que bajaba de un 60% a un 50% de los estudiantes más vulnerables, pero ampliando este beneficio a universidades privadas bajo una serie de condiciones. Incluso la especificación del itinerario del “proceso constituyente”, adelantando un  debate entre partidos y una campaña de educación cívica sobre lo que significa la Constitución, fue la señal  de que la mandataria no renunciaría a sus promesas de campaña. Aunque hubo menciones a la desaceleración económica y el crecimiento, el protagonismo de estas ideas fue menor que en el mensaje a sus ministros el 10 de julio.

Tras su intervención, hablaron los presidentes de partido, cada uno en su tono. Luego, durante un receso, el gobierno a través del ministro vocero, Marcelo Díaz, pidió a los parlamentarios prescindir del espacio de intervenciones, donde hablarían dos representantes por bancada. Extrañamente, los diputados y senadores accedieron, pese a que se habían preparado intensamente los últimos días. No había mucho más que agregar, comentaron después, en privado.

EL DESIERTO DE VALDÉS

La defensa del programa y el regreso al esquema original iban en una dirección opuesta a la que venía marcando el ministro de Hacienda, en complicidad con el ministro del Interior, Jorge Burgos.

Según altas fuentes de Palacio, si bien en los días previos los ministros del comité político se habían reunido varias veces con la mandataria para afinar los términos en que se plantearía el cónclave, el discurso final lo definió la presidenta, de nuevo, con su núcleo más cercano.

El resultado fue como un portazo en la cara para el ministro Valdés, quien hasta último momento mantuvo su diagnóstico: que la política había contaminado a la economía y que se debía actuar con realismo. Así lo había ratificado en cada reunión a la que asistió en la previa del cónclave y lo hizo evidente en un seminario organizado por Moneda Asset el jueves 30 de julio.

“Mi compromiso es trabajar para fortalecer el crecimiento. Esto implica adoptar buenas políticas y estar abierto al diálogo para el perfeccionamiento de ellas. No soy de la línea de buscar atajos raros en la política fiscal”, advirtió.

Para varios, sus palabras quedaron en el vacío tras el cónclave. Llamó la atención que pese a la destreza  que había mostrado para instalar su mensaje, este no consiguiera permear en las definiciones presidenciales.

Además, el marcado protagonismo del ministro de Hacienda en las últimas semanas lo  sindicaban como un elemento clave en el nuevo eje de poder del gabinete junto al ministro Segpres, Nicolás Eyzaguirre —a quien se le atribuye una cercanía especial con la mandataria— y al propio Burgos.

Escenario que a varios hacía recordar el estilo del ex ministro de Hacienda del primer gobierno de Bachelet, Andrés Velasco, a quien acusan de haber frenado reformas sociales, como la reforma laboral que, precisamente, hoy se discute.

Imagen que se nubló el día del cónclave, donde se vio a un Valdés silente y desencajado.

Algunos parlamentarios hablaban de la “ausencia” del ministro de Hacienda, quien no intervino, pues, según el diseño ideado por Presidencia, sólo cerrarían el debate el ministro del Interior y la mandataria. Éste último, precisamente, también se vio incómodo, según quienes lo conocen. Aunque esperaban de él un discurso con autoridad, fue comentario obligado que Burgos no quiso utilizar el podio y leyó su intervención sentado, desde su lugar en la testera. Aunque fue enfático en pedir el respaldo de los parlamentarios a la labor de gobierno, su intervención estuvo marcada por un llamado a retomar el diálogo como método de construcción de acuerdos y la necesidad de avanzar en “tiempos largos”.

“No sé si el ministro de Hacienda estaba en un segundo plano, pero no habló; no sé si eso fue deliberado o no, pero no tuvimos la visión de la economía, aquí sólo tuvimos la visión de la política”, dijo el senador Ignacio Walker a Qué Pasa, tras la cita.

Con todo, Valdés se demoró casi dos días en masticar el cónclave. El miércoles, tras una actividad en La Moneda con la presidenta, salió junto a Burgos a retomar su discurso de gradualidad. “El crecimiento no está garantizado, tenemos que trabajar todos por ese crecimiento y eso incluye, por ejemplo, tener una reforma laboral equilibrada”, dijo apuntando a una de sus mayores preocupaciones. Si bien valoró el gesto de la mandataria de asegurar un impulso a las Pymes advirtió que “veo muchos actores muy dispuestos a mirar con lentes distintos esta materia y otros temas”.

Con todo, dicen sus cercanos, Valdés no modificará su discurso, e insistirá en su misión de poner límites durante la tramitación de los proyectos y en la Ley de Presupuestos 2016 que comenzará a trabajar en las próximas semanas. “Tenemos un marco de mayores restricciones de lo que se había previsto, lo que significa que no se pueden hacer todas las cosas al mismo tiempo. Hay que priorizar, gradualizar”, insistió el miércoles antes de asistir a la comisión mixta de Presupuesto donde adelantó otra definición que deberá resolver con la presidenta.

El ministro de Hacienda anunció que la próxima semana el gobierno decidirá si modifica la reforma tributaria mediante un proyecto de ley para “simplificarla”, tal como Bachelet señaló en el cónclave. Aunque, la presidenta expresó que recién iniciaría un “diálogo técnico” para estudiar si dichas correcciones se hacen desde la vía  “administrativa o legal”, Valdés optó por dar señales más claras sobre la necesidad de echar mano a una de las reformas emblemáticas del primer año de gobierno.

EL TRIUNFO DEL PROGRESISMO

“La historia de los demócratas progresistas de Chile tiene un pasado fecundo, pero tiene por sobre todo un futuro de desafíos. Estamos obligados a asumir nuestra responsabilidad con el futuro, porque no serán los defensores de los privilegios y de las desigualdades del pasado los que van a conducir los cambios que Chile necesita”. La frase de la presidenta Bachelet en su discurso inaugural de la cita oficialista del lunes recordó a varios el tono de sus primeros meses de gobierno.

Precisamente la definición que quedó grabada ahora entre los dirigentes fue la de “demócratas progresistas”, que Bachelet repitió cuatro veces durante su alocución y fue interpretado como un claro gesto hacia los sectores de izquierda de la Nueva Mayoría. Una especie de respuesta a la amenaza latente de que si el programa no se cumple, el PC se va del gobierno, o la necesidad de reconstruir una compleja relación con su propio partido, el PS. Si bien transversalmente los siete presidentes de los partidos oficialistas salieron del encuentro con un discurso de unidad y satisfacción, hubo opiniones disonantes entre los parlamentarios que se asomaron con cautela los días siguientes.

En el PS, el PPD y el PC quedaron particularmente conformes, pues dicen que la presidenta se convenció de que la moderación del programa o el incumplimiento de los compromisos ponían en riesgo el futuro electoral del conglomerado. “Ni hoy ni mañana, en la tarea de gobierno o en los eventos electorales por venir, el éxito de nuestra vocación histórica como demócratas progresistas podrá ser obra de esfuerzos individuales o de unos pocos”, afirmó la mandataria en esa línea.

“Los días previos al cónclave tuvimos una discusión que a ratos era sin sentido: o gobernamos con las ideas de la derecha, o gobernamos con las ideas de los demócratas progresistas, y la presidenta no dejó ningún margen de dudas que vamos a gobernar con las ideas de los demócratas progresistas”, dijo el presidente del PPD, Jaime Quintana, en tono victorioso tras la cita. La voz disonante tras el cónclave la marcó el ex presidente DC, Ignacio Walker.

“Quedó claro que este es un conglomerado de izquierda-centro más que de centroizquierda. Quedó claro que aquí sigue primando la política sobre la economía, entonces uno se pregunta de dónde vienen las restricciones. Uno tendía a pensar que venían de la economía, pero parece que hay un amplio espacio  para la voluntad política. En fin, yo prefiero que se hayan sincerado las cosas en el sentido que hay elementos de continuidad con lo que había sido el primer año de gobierno. La DC va a tener que cumplir con el rol de obrero, vamos a tener que hacer el trabajo de ver las leyes y de tratar de que la política y la economía no se desalineen”, concluyó.

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