Por Juan Pablo Sallaberry Mayo 14, 2015

A Valdés le marcaron las clases que tuvo en el MIT con el intelectual de izquierda Noam Chomsky, quien explicaba que cuando los empresarios se muestran preocupados por “jobs, jobs, jobs” (trabajo, trabajo, trabajo), en realidad están más interesados en “profits, profits, profits” (utilidades, utilidades, utilidades). 

Un día pensó que si las cosas seguían igual se iba a morir. Tenía 30 kilos de sobrepeso, una vida sedentaria y estrés. Fue entonces cuando el promisorio economista Rodrigo Valdés Pulido, decidió dar un giro radical a su vida, comenzó una exigente dieta y salió a correr. Y no paró de correr. En la última década ha participado en las principales maratones, como la de Washington, la de Nueva York y en abril pasado, en la de Santiago, donde completó los 42 kilómetros en 3 horas y 49 minutos.

Visiblemente delgado, el lunes a las 9 a.m. comenzó su carrera más difícil: asumió el ministerio de Hacienda, en un periodo de desconfianza, una economía estancada y lejos de las proyecciones esperadas. La presidenta Michelle Bachelet lo había llamado la noche anterior y sólo le preguntó una cosa: si adhería a su programa de gobierno. Él respondió que sí.

Obstinado, pragmático y tal como en el running, Valdés se propone una meta, y no descansa hasta alcanzarla. El ingeniero Comercial de la Universidad de Chile, doctorado en Economía del MIT es, sobre todo, definido por sus pares como un macroeconomista innato: todo lo mira desde un prisma donde la prioridad es que no se afecte ni el crecimiento ni el empleo, los dos pilares de una economía sana. Pero si bien es un técnico, sabe que en este cargo -el más político de su carrera- deberá dialogar y muchas veces ceder a sus convicciones, en pos de la agenda de gobierno y de las demandas de los distintos actores.

Proveniente de una familia DC y militante PPD sin vida partidaria, Valdés también deberá hacer el aprendizaje por el que han pasado varios ministros de Hacienda: ir más allá de las cifras, saber lidiar con las presiones políticas y conseguir empoderarse en la Moneda. El contraste con su antecesor es evidente: Alberto Arenas era un hombre de vida partidaria en el PS, con muchas redes políticas y un capital basado en la confianza y cercanía con la presidenta Bachelet. Pero fuera del establishment.

Conocido por ser un microeconomista, Arenas, si bien tenía pergaminos en el área presupuestaria, estaba más centrado en sacar adelante, a como diera lugar, el programa de gobierno que él mismo diseñó, más que en velar por mantener los buenos índices económicos y la senda de crecimiento y generación de empleo.

De ahí las expectativas y ansiedad que el inédito cambio al interior de Hacienda generaron, sobre todo en el empresariado que vio en este nombre una “carta de salvación” para recomponer los lazos entre el ejecutivo y el sector privado. Por eso sus primeras señales son escrutadas en detalle. La pregunta que muchos se hacen es si llegó para cambiar el curso de las reformas.

En conversaciones privadas, esta semana, el nuevo ministro de Hacienda ha confidenciado a sus más cercanos cuáles son sus planes para imprimir su sello en cada una de los proyectos de gobierno. Respecto a la reforma tributaria él no está de acuerdo en cómo quedó formulada la nueva ley, pero considera que es muy tarde para reabrir el debate en esta materia. En relación a la reforma laboral pidió paralizar el trabajo legislativo para estudiarla en profundidad y ver cómo perfeccionarla. Y respecto a la educacional va a realizar la intervención más radical. Reestudiar todo el presupuesto contemplado para ver hasta dónde llega la gratuidad y cómo se puede financiar.

Un economista de su círculo, de hecho, afirma que “el nuevo ministro ha pedido realismo frente a las altas expectativas de que él llegará a concretar cambios. Él sabe que puede perfeccionar las reformas, sin embargo, tiene limitaciones por su mandato para sacar adelante el programa”. Una de las frases que más ha citado el ministro por estos días es la que aprendió del ex ministro Edgardo Boeninger, artífice de la política de los acuerdos: “nadie está obligado a lo imposible”.

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Michelle Bachelet no lo conoce. Sin embargo, ella lo nombró en 2014 presidente del directorio del BancoEstado, por recomendación de algunos de sus asesores. Durante su gestión, apenas coincidieron en algunas oportunidades y se saludaron cordialmente, pero nunca estuvieron en un tête-à-tête. Por eso, Valdés sabe que llega con la misión de ganarse su confianza y poder ingresar al hermético círculo de la mandataria.

Ya tiene un punto a favor: ella evaluó positivamente la gestión del economista en el BancoEstado. En La Moneda fue comentada la eficiente y veloz reacción que tuvo Valdés frente a las catástrofes en Iquique, Valparaíso y recientemente con el aluvión de Atacama. De manera inédita para el rol de un ejecutivo bancario, el director se trasladó a las zonas afectadas para supervisar en terreno la situación de las sucursales y la ayuda a los damnificados.

También generó los aplausos del gobierno su coordinación con el subsecretario del Interior, Mahmud Aleuy, para instalar cajeros automáticos en las comisarías, para así evitar robos. Aunque se trató de 60 dispensadores a lo largo del país, la sencilla medida generó impacto mediático y aprobación popular.

Su carácter también lo exhibió cuando dio la batalla contra los parlamentarios UDI que pedían la gratuidad de la cuenta RUT y terminar con los cobros en el uso de las tarjetas. Valdés dijo que era una medida populista, que no era rentable, y mostró su molestia por el daño que se le hizo a la marca de la institución estatal, al caricaturizar el pato -símbolo del banco- con un antifaz de ladrón.

En su rol en BancoEstado le tocó negociar con el mundo político. Era habitual verlo en el Congreso. Sus redes, si bien son escasas, apuntan al sector girardista del PPD. Tiene una buena relación con el senador Guido Guirardi y con el diputado Daniel Farcas. Pero también ha estrechado lazos con Ricardo Lagos Weber. Asimismo, conoce al DC Ignacio Walker desde los tiempos de Cieplan y respeta la labor del senador PS Carlos Montes.

En el mapa de los economistas es cercano a Pablo García, José de Gregorio y Luis Oscar Herrera, quien fue su sucesor en BTG Pactual, como economista jefe para la Región Andina. Al interior del gabinete está su amigo Nicolás Eyzaguirre y tiene buena relación con Máximo Pacheco. Estos dos últimos tenían una visión crítica de la gestión de Alberto Arenas, por eso celebraron el nombramiento de uno de sus cercanos. En el mercado esperan que el poder de este trío se afiance al interior del gobierno, y que Valdés sea capaz de forjar un pacto con el nuevo ministro del Interior, Jorge Burgos, con quien ya hizo buenas migas.
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Rodrigo Valdés es un personaje enigmático. Si bien, tiene credenciales sobresalientes como economista, y ha ocupado cargos de relevancia, siempre ha mantenido un perfil público discreto. Suele bromear con que no tiene el ego de otros economistas que también se han doctorado en las mejores universidades de Estados Unidos, aunque igual reconoce que es más vanidoso que una persona normal.

Su debut en las grandes ligas fue en el 2000 cuando, en el gobierno de Ricardo Lagos, asumió como brazo derecho del entonces ministro de Hacienda, Nicolás Eyzaguirre. En calidad de coordinador de asesores y jefe de política macroeconómica de la cartera, aprendió de memoria el manejo del ministerio y a relacionarse con los parlamentarios. Dos años después, con la convicción de querer dedicarle más tiempo a su familia -su mujer Ilana Meller Rosenblut y sus tres hijos- asumió como economista jefe del Banco Central. A sus 34 años accedió a uno de los puestos más codiciados entre los economistas de su edad.

Fue en esos altos cargos desde donde Valdés, partidario de crear instituciones que perduren en el tiempo, participó en el diseño y puesta en marcha de instrumentos económicos que se mantienen hasta hoy: la Ley de OPAS, los Multifondos y APVs, el Índice de Políticas Monetarias (Ipom), la Cuenta Financiera del Banco Central y tal vez la medida estructural más decisiva en la economía: creó junto a Eyzaguirre y Mario Marcel la regla del superávit estructural.

Es en 2008 cuando decide partir a Nueva York, donde vivirá la mayor frustración de su carrera tras asumir como economista jefe para América Latina del Banco Barclays Capital. En medio de la crisis subprime y bajo fuerte exigencia, se dedicó a hacer reportes económicos diarios, necesarios pero muchas veces irrelevantes, y a enfrentar la fusión del banco con el Lehman Brothers, lo que generó un incómodo ambiente laboral. Sin embargo, lo que finalmente lo llevó a renunciar -le comentó entonces a sus amigos economistas-, fue “que estaba aburrido de que su propósito en la vida fuera hacer que gente rica se enriqueciera aún más”.

Fue en ese momento cuando Nicolás Eyzaguirre le tiró un salvavidas y se lo llevó como su segundo en el Fondo Monetario Internacional. No tardó en brillar en el organismo: las autoridades del FMI lo trasladaron, en 2011, desde el Departamento de las América al Departamento Europeo, entonces el más complejo por la profunda crisis que atravesaba ese continente. Como único latino en el equipo, Valdés tuvo la titánica misión de enfrentar el descalabro de España, Chipre y Eslovenia. Desde el sector privado dicen que si él pudo ayudar a recomponer las confianzas en Europa, su desafío es replicar ese éxito en Chile y ayudar a recuperar las expectativas.

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Rodrigo Valdés ha comentado en su entorno que él perdió una importante batalla cuando participaba en los equipos técnicos que asesoraron al comando de Michelle Bachelet: él propuso una fórmula alternativa de recaudación de impuestos para la futura reforma tributaria, que consistía en un solo sistema de cobro más que un mecanismo dual, que fue el que finalmente impuso el ex ministro Arenas.

Valdés insistió en su propuesta en la Sofofa, tres meses antes de asumir la cabeza del BancoEstado, y logró convencer a varios de los economistas de que este modelo era mejor para el país. Pero perdió la discusión. Por eso, desde el sector privado miran con entusiasmo la posibilidad de que el actual ministro de Hacienda haga cambios sustantivos antes de implementar la reforma tributaria. No obstante, Valdés, esta semana, ha sociabilizado el tema con algunos economistas y ha sido claro en bajar las expectativas, señalando que “ya se cruzó el río”, que hubo acuerdo de todo el espectro político para la actual ley, y que si bien es posible realizar algunos ajustes, no es conveniente reabrir la discusión de fondo. Para ejemplificar el dilema, ha dicho en su oficina de Teatinos 120: “Si en la construcción de una casa, una ventana quedó muy chica, es fácil agrandarla. Pero es demasiado costoso si es que quedó grande y hay que achicarla”.

La presión del empresariado es incluso más alta respecto a la muñeca política que el ministro dará en su manejo de la reforma laboral. En su debut, esta semana, dio señales contradictorias: por una parte ordenó paralizar la discusión del proyecto ya presentado en el Congreso por el Ministerio de Trabajo para revisarlo en detalle; y por otra, tranquilizó a la dirigente de la CUT, Bárbara Figueroa, al reunirse con ella, y darle muestras de que los acuerdos serán respetados. Aunque varios economistas evalúan que Valdés, ante la necesidad de hacer crecer el empleo, frenará las medidas más controvertidas de la reforma, en el círculo más estrecho del ministro dicen que tiene una mirada abierta respecto a aumentar el poder de los sindicatos, siempre y cuando sea con responsabilidad y permitiendo la flexibilidad laboral. Valdés le ha comentado a varios economistas que esta discusión genera muchas pasiones, y que es necesario evitar la visión simplista y estereotipada para analizar cada punto en su complejidad. A él le marcaron las clases que tuvo en el MIT con el célebre intelectual de izquierda Noam Chomsky, quien insistía siempre a sus alumnos que cuando los empresarios se muestran preocupados por “jobs, jobs, jobs” (trabajo, trabajo, trabajo), en realidad están más interesados en “profits, profits, profits” (utilidades, utilidades, utilidades).

Pero probablemente el mayor desafío que tendrá Valdés al mando de las finanzas públicas será destrabar la reforma educacional. Para esta labor fue que el propio ministro de esa cartera lo recomendó a Michelle Bachelet. Esto, porque en Educación existe la sospecha de que los números de la Reforma Tributaria no dan para cubrir la prometida gratuidad. Por eso, Valdés sabe que su primera tarea será una completa revisión de las partidas presupuestarias para esta materia. Y más allá: Eyzaguirre espera que con su nuevo aliado en Hacienda podrá intentar convencer a la mandataria de la necesidad imperiosa de acotar el concepto de gratuidad a un modelo realista. El año pasado, cada vez que el Mineduc propuso limitar la gratuidad a cierta cantidad de años estudios, ciertos planteles y para ciertos alumnos, siempre fue frenado por la dupla de Rodrigo Peñailillo y Alberto Arenas. Una fórmula que tanto Eyzaguirre como Valdés comparten es el tributo a los egresados para que estos contribuyan a pagar la educación. Un “gallito” de resultados inciertos, porque Bachelet ha buscado evitar que sus reformas prometidas en campaña parezcan tener “letra chica”.

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