Por Sebastián Rivas Marzo 19, 2015

“Soy más bien escéptico de que la solución para los problemas de Chile sea reescribir la Constitución. Hemos estado hablando de la situación de las élites, y eso no se cambia escribiendo una ley: de nuevo, es sobre redes en la sociedad, es sobre oportunidades”.

El diagnóstico estaba claro. Era agosto de 2013 y James Robinson, uno de los profesores más reconocidos de Ciencias Políticas de la Universidad de Harvard (aunque a partir de julio emigrará a la Universidad de Chicago) y coautor junto a Daron Acemoglu del libro Por qué fracasan los países, repetía un concepto en charlas, conversaciones y entrevistas durante su viaje a Chile: nuestro país era un caso único de éxito en América Latina, pero tenía una tarea urgente de crear mayor inclusión social. Su ejemplo era un dato concreto: “La mitad de los presidentes de las 100 empresas más grandes de Chile viene de cinco colegios privados”, aseguraba en una entrevista con revista Qué Pasa. Y su llamado era a que la propia élite se hiciera cargo de mejorar las reglas del juego.

Casi un año y medio después, los casos Caval y Penta han remecido a la misma élite de la que hablaba Robinson, de izquierda y derecha, política y empresarial. El próximo viernes 28, el académico será uno de los principales expositores en Boston del encuentro Políticas Públicas Chile, organizado por estudiantes de posgrado chilenos en Estados Unidos. Su interés por Chile no es desconocido: sabe muchísimo de la historia del país, es capaz de citar anécdotas de Balmaceda a Ibáñez y los saca como ejemplo en sus exposiciones. Aquí, adelanta alguno de los puntos que abordará en el foro. Y su análisis de la coyuntura es sorprendente: aunque recalca que los casos son muestra de las debilidades de la élite a las que él aludía, rescata la forma en que la sociedad chilena y el Estado han encarado los casos, lo que crea esperanza en una fortaleza institucional que permita transformaciones.

-En Chile estamos ahora con dos casos bajo investigación que están conectados con el poder económico y político. Uno es que el hijo de la presidenta, Sebastián Dávalos y, por otra parte Penta está siendo investigada por múltiples problemas vinculados con evasión de impuestos y financiamiento ilegal especialmente de un partido como la UDI. ¿Cómo una situación como esta afecta a las élites y a la percepción social?

-Bueno, cuando este tipo de redes en la sociedad, de a quién conoces, o con quién estás casado, son tan importantes, este es el tipo de cosas que tú esperarías que pasen. Hay contactos, favores y un montón de temas que van en paralelo al sistema legal, las instituciones y las reglas. Pero veámoslo desde otro punto de vista: ambos casos, Dávalos y Penta, son un buen signo sobre la sociedad chilena. Porque es un buen signo que estas personas estén siendo investigadas: habla bien que, si hicieron algo malo, el Estado chileno sea capaz de ejercer disciplina sobre ellos.

-¿Es algo bueno y malo al mismo tiempo?
-Sí. O sea, mira a Colombia, por ejemplo. Los hijos del ex presidente Álvaro Uribe hicieron dinero sin fin a partir de ese tipo de conexiones con el presidente. El propio ex presidente estuvo evitando a la Corte Suprema en una gran cantidad de temas. ¿Y qué pasó? Nada. Por eso pienso que el Estado chileno es más poderoso que el de Colombia; si puede disciplinar al hijo de la presidenta, esto es un buen signo acerca de cómo funcionan las reglas en el Estado. Lo dijiste bien: es un buen signo y un mal signo. Es inevitable que estas cosas pasen, pero esta es la paradoja interesante en Chile. Hay redes sociales muy poderosas, pero el Estado también es muy poderoso, y las reglas legales también lo son. Eso reduce los daños que las redes de la sociedad pueden hacer.

-Los partidos políticos chilenos han comenzado a hablar sobre un acuerdo amplio en temas como transparencia. ¿Una situación como esta puede llevar a cambios institucionales que apunten a temas como aumentar la inclusión en la élite?
-Es posible. Ha habido momentos de alto conflicto en la sociedad chilena, como a inicios de la década de 1970, pero también ha habido problemas en reconocer históricamente los problemas que tiene el sistema y tratar de superarlos. El tipo de cosas que estamos conversando son muy costosas para la sociedad chilena; si tuvieras algo así como un entendimiento colectivo sobre eso, entonces tal vez hay una posibilidad de reformar el sistema. En último caso, eso es algo que iría en beneficio de todos los chilenos.

-Entonces, es una buena cosa que la sociedad chilena aún tenga capacidad para reaccionar ante casos así.
-¡Por supuesto! Mira lo que ha pasado en Argentina: el fiscal (Alberto Nisman) que estaba buscando abrir un juicio contra la presidenta fue asesinado. Piensa en Venezuela, en lo que está pasando en México. Chile es muy diferente a esos casos: es algo para celebrar, y algo para preservar. El truco es solucionar el problema preservando todas las cosas que funcionan bien en Chile.

“HAY UNA OLIGARQUÍA QUE SE AUTOPERPETÚA”
-¿Por qué apunta a la inclusión como la gran deuda chilena?

-Lo que estaba tratando de mostrar con esa información era que, pese al hecho de que algunas instituciones funcionan muy bien en Chile, en una forma muy inclusiva, y que allí el Estado es muy efectivo para usar sus recursos, construir infraestructura e invertir en bienes públicos, todavía es una sociedad de una naturaleza muy oligárquica. Esa naturaleza oligárquica, me parece, impide enormemente la diversificación de la economía, impide enormemente crear una sociedad más inclusiva.

-¿Cómo se refleja eso en comparación con otros países?
-Cuando tú estás en Chile, tu sientes que todo el mundo se conoce. Tal vez históricamente esta fue la clave para el éxito, en el sentido de que ha sido mucho más fácil llegar a ciertos consensos de cómo organizar la sociedad, construir el Estado y desarrollar el país, opuesto, por ejemplo, al caso de Colombia, donde no hay tal consenso de la élite; es un país fragmentado. Puedes decir lo mismo de Argentina, donde tienes el interior y la capital. O Brasil, donde tienes a Río y Sao Paulo. Si miras alrededor, ves este tipo de divisiones en todas partes de Latinoamérica; pero de alguna forma en Chile, se las ingeniaron para que no existiera. Tal vez fue el genio político de Portales o algo así. Y esto es la fortaleza y la debilidad de Chile: la fortaleza, porque tienes este consenso, pero el consenso también crea una especie de trampa; una oligarquía que se autoperpetúa y a la que es muy difícil ingresar.

-La Nueva Mayoría tomó el concepto de mayor inclusión como una gran parte de su plataforma electoral en 2013. ¿Cómo se puede cambiar, desde una perspectiva institucional, un país para que sea más inclusivo? ¿Qué caminos existen para hacerlo?
-Hay un problema de falta de inclusión, y creo que es un problema difícil, porque mucho de eso tiene que ver con las redes que hay en la sociedad. Y tú no puedes cambiar esas redes redactando una ley para eso.

-Entonces, no hay una forma sencilla de hacerlo.
-No, pero yo creo que la educación está vinculada con eso. Tratar de cambiar las enormes desigualdades educacionales en el caso chileno, tratar de promover la movilidad social, hacer el sistema educacional más inclusivo. Mi impresión es que el gobierno actual está tratando de hacer eso en ciertas dimensiones, pero el foco de lo que ellos están tratando de hacer no me parece completamente acertado. En Chile las barreras sociales son más sutiles: el hecho de que la gente es excluida de las redes de la sociedad, como los colegios de élite, crea una falta de inclusión. No sé como está la ley hoy en Chile. No sé si tú puedes forzar a un colegio a admitir mujeres si no lo hacen, por ejemplo. O crear oportunidades para estudiantes de minorías para que puedan ir a estos colegios de élite. Mejorar el sistema de educación pública suena como una buena idea, pero a menos que logres hacer estas escuelas privadas más abiertas, es difícil.

-Uno de los temas que está sobre la mesa desde una buena parte de la izquierda chilena es hacer una nueva Constitución, con la idea de cambiar las reglas del juego. ¿Cuán poderosa puede ser una Constitución en la marcha de un país?
-Yo comprendo las razones para tratar de cambiar la Constitución en Chile, debido a sus vínculos con las Fuerzas Armadas. Tal vez esa es una buena razón para hacer reformas. Pero yo soy más bien escéptico de que la solución para los problemas de Chile sea reescribir la Constitución. Hemos estado hablando de la situación de las élites, y eso no se cambia escribiendo una ley: de nuevo, es sobre redes en la sociedad, es sobre oportunidades.

-Entonces, es más un problema de que la élite reaccione.
-Si tú ves lo que estamos discutiendo sobre cuál es el problema de Chile, tú te puedes dar cuenta de que ese problema no se resuelve reescribiendo la Constitución. Es un problema más sociológico, que debe ser enfrentado, por ejemplo, desde la educación. No es sobre un gran diseño institucional. Más bien, la élite tiene que reinventarse. La pregunta es: ¿por qué la gente protesta tanto, si es un país tan funcional y organizado? Y la respuesta es porque aún hay enormes patrones de exclusión y desigualdad, y eso tiene que ser enfrentado para llevar a Chile al próximo nivel.

-¿Y cuál es el riesgo si no se hace nada?
-Un riesgo que puede haber es el de un enorme malestar popular sobre la desigualdad, como pasó a inicios de los 70. Hoy hay una gran percepción de inequidad. Eso se podría acumular y pasar a un movimiento político mucho más radical que trate de cambiar las cosas. Mi impresión, eso sí, es que es altamente improbable que eso pase hoy en Chile, pero ha ocurrido en el pasado. Y el otro riesgo es que Chile nunca llegue a ser una sociedad totalmente exitosa, sino que se quede estancada donde está actualmente. Pero eso está en las manos de los chilenos: hoy tienen la oportunidad de crear un punto de quiebre.

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