Por Octubre 24, 2013

Viejas amistades que han estado con Michelle Bachelet en las últimas semanas coinciden en que, en el trato personal, no ha cambiado. Se muestra atenta y relajada, saluda de beso en la mejilla y no es raro que pregunte por los seres queridos. A diferencia del estilo formal de Lagos o el trato imperioso de Piñera, Bachelet sigue tomándose su tiempo para las relaciones cara a cara.

Pocos dirigentes opositores, sin embargo, han disfrutado de este trato afable en el comando de Avenida Italia. En la entrada, carabineros chequean la identidad de cada visitante y es muy difícil ingresar sin tener una audiencia programada. “Hay un grado de secretismo sin precedentes; el comando es prácticamente impenetrable”, resume un colaborador.

Este hermetismo tiene de cabeza a los partidos que la apoyan. Incluso entre dirigentes que dicen conocerla existen dudas sobre qué piensa, qué errores no quiere repetir, de qué nuevas ideas se empapó en Nueva York y cómo pretende armar su eventual gobierno. Todas inquietudes resumibles en una pregunta: cuánto ha cambiado Bachelet desde que en marzo de 2010 abandonó La Moneda. Lo que sí está claro es que no es la misma que asumió su primera candidatura casi obligada por las circunstancias, sin equipos ni un plan de gobierno. La mejor evidencia de ello es cómo administra el poder que hoy ostenta como gran favorita de la contienda presidencial.

1.- VOCACIÓN PRESIDENCIAL

Entre fines de mayo y principios de junio de 2006, Bachelet enfrentó su primer trance como presidenta. Las protestas secundarias comenzaban a extenderse y los estudiantes amenazaban con un paro nacional, para lo que buscaban el apoyo de la CUT y los profesores. A pesar de que su ministro del Interior, Andrés Zaldívar, insistía en que se trataba de una movilización acotada, el movimiento iba al alza. Bachelet convocó a dirigentes de la CUT a La Moneda. Cuando les pidió que por favor no le dieran la espalda tan pronto, se quebró. Los sorprendidos sindicalistas accedieron. “Ella estaba empezando y no estaba preparada anímicamente para una crisis de este tipo”, explica un testigo de ese episodio.

Hay consenso en que, a diferencia de sus tres antecesores, La Moneda nunca estuvo en los planes de Bachelet, quien se resistió a ser candidata hasta que las presiones se hicieron insostenibles. Por lo mismo, su diseño y equipo inicial se fueron armando a la carrera, lo mismo que su vocación por el cargo. La propia llegada a Interior de Zaldívar, a quien conocía poco, fue una imposición DC.

El lanzamiento de su actual campaña, realizado en marzo en la comuna de El Bosque, demostró un cambio al respecto: una cuidada puesta en escena, con tres reformas-eje como plan de gobierno, apoyadas en equipos propios, una estructura vertical y partidos políticos mantenidos a raya. Según un consultado, el discurso de ese día -centrado en la desigualdad- evidencia lo encima que ella estuvo de su redacción: “La expresión ‘reformas más profundas’ es muy de ella, ningún asesor se atrevería a poner algo así”.

Varios indicios apuntan a que ahora Bachelet vuelve en busca del poder con una disposición anímica que no tenía en 2005. En un principio tuvo dudas, pero se convenció de que el país entró en un nuevo ciclo político, el que a su juicio requiere de cambios a nivel tributario, educacional y constitucional. “En el gobierno anterior su preocupación personal era demostrar que una mujer podía ser presidenta. Eso ya quedó atrás”, resume un entrevistado.

¿Cuándo tomó la decisión de ser abanderada? Hay dos momentos clave. El primero ocurrió entre fines de 2011 y principios de 2012, en Nueva York, cuando la precandidatura de Andrés Velasco comenzó a recibir señales de molestia desde el bacheletismo. El segundo y definitivo fue en las municipales de octubre: los triunfos de Carolina Tohá en Santiago y Josefa Errázuriz en Providencia la convencieron de que había piso para ese nuevo ciclo.

2.- MENOS ACCESIBLE Y EN LA CÚSPIDE

A Michelle Bachelet nunca le provocaron especial entusiasmo las visitas de dirigentes de la Concertación a Manhattan. Una noche, en pleno invierno neoyorquino, después de cenar con uno de ellos en un restaurant, empezaron lo que parecía una caminata. Pero al llegar a una esquina, y ante la sorpresa del visitante, ella se despidió rápidamente para pedir un taxi y regresar a su hogar.

La misma razón motivó que se mudara desde el departamento ubicado en el East Side de Manhattan, donde se instaló en octubre de 2010, cuando comenzó a vivir en Nueva York. En el edificio también vivía Heraldo Muñoz, su ex embajador ante el organismo y subdirector del PNUD para América Latina. Al comienzo él fue un apoyo para Bachelet, pues fue duro adaptarse a la impersonal burocracia de la ONU. Pero, con los meses, el perfil sociable de Muñoz, conocido como un buen anfitrión de funcionarios internacionales y políticos, la incomodó. Al final, ella prefirió arrendar un departamento en Roosevelt Island, una pequeña isla ubicada entre Manhattan y Queens. Un lugar tranquilo y más bien aislado.

En Nueva York, Bachelet pudo distanciarse del área chica de la política chilena, lo que ha tratado de mantener desde su regreso a Chile. Tres son las consecuencias más directas de este diseño: es más inaccesible que en el pasado, la llave para llegar a ella se reduce al coordinador de la campaña, Rodrigo Peñailillo, y su otrora encargada de programación, María Angélica “Jupy” Álvarez, ya no ostenta una posición de privilegio.

En el organigrama del comando, Bachelet está nítidamente arriba, a mucha distancia de Peñailillo. Si durante su primera campaña y gobierno había varias vías para contactarla, hoy el único canal es él. Incluso, cuando alguien ha logrado hablar directamente con Bachelet, ella cierra la conversación, diciendo: “Vean esto con Rodrigo”.

La víctima de este diseño ha sido María Angélica Álvarez, una de las colaboradoras que más años llevan a su lado. No está claro desde cuándo “la Jupy” dejó de ser un puente. Hay quienes sostienen que Bachelet no tuvo mayor contacto con ella estando en Nueva York; otros dicen que el cambio se produjo en Chile.

3.- ÉNFASIS EN LA DESIGUALDAD

Clave para que Bachelet comenzara a sentirse más cómoda en La Moneda fue la crisis subprime estadounidense, cuyos efectos llegaron a Chile en 2008. Quien primero pronosticó que el crecimiento llegaría a cero fue su director de Presupuesto y actual jefe de programa, Alberto Arenas, en diciembre de 2007. El ministro de Hacienda, Andrés Velasco, se convenció de lo mismo luego de un viaje navideño a Washington. Sin informar a su comité político, ella pidió a ambos diseñar un plan económico de emergencia para aminorar los efectos de la crisis. Fue un punto de inflexión: la protección social se transformó en el sello de su gobierno y empezó a tomarle cariño al cargo. La reforma previsional, diseñada también por Arenas, consagró esta idea. “Bachelet estaba feliz, porque era lo que siempre había querido”, resume un consultado.

Como presidenta de ONU Mujeres, Bachelet recorrió el mundo cuando la desigualdad se había tomado la agenda post crisis. En los círculos de la burocracia internacional neoyorquina se hablaba de economistas como Joseph Stiglitz, Paul Krugman, Emmanuel Sáez y Thomas Piketty. Uno de los autores que llamaron su atención fue el sociólogo polaco Zygmunt Bauman y su concepto de “modernidad líquida”. “(Bachelet) está más leída, sabe más, vivió otras experiencias”, recalca un consultado.

Que se interiorizó sobre la experiencia de los países nórdicos, que supo más del estado de bienestar son algunas conclusiones entre quienes han hablado con ella sobre desigualdad, el sello que anunció para su probable segundo mandato. No es que esté más a la izquierda en materia económica, advierte un amigo: “Diría que ella se siente hoy una socialdemócrata”.

Pese a este mayor dominio, Bachelet sigue sintiéndose insegura en los temas económicos. Como resume un consultado: “Sabe más sobre qué hacer, pero no tanto sobre cómo hacerlo”. Hoy, quien la apuntala en esa falencia es Arenas, más liberal que ella en materia económica y quien aparece como su probable ministro de Hacienda. En todo caso, con el bagaje y experiencia adquirida, es difícil que hoy exista espacio para un ministro de Hacienda sin contrapesos, como lo fue Andrés Velasco.

4.- PARTIDOS: RENOVACIÓN O MUERTE

Durante su gobierno, Bachelet se quejó a menudo de que la Concertación le era desleal. “Los parlamentarios hacen lo que quieren, los partidos no controlan a nadie”, alegaba. Sus críticos, sin embargo, le achacaban cierta incapacidad para castigar a los díscolos. “Como es médico, ella prefería agotar los esfuerzos por salvar a un enfermo, antes que amputarle una pierna”, dice un ex colaborador.

Hay señales, sin embargo, que muestran un cambio. Cuando Bachelet volvió a Chile y los partidos abortaron las primarias parlamentarias legales, se indignó y presionó para que se realizaran primarias internas, a pesar de que con ello perjudicó a Camilo Escalona, su principal consejero político mientras estuvo en La Moneda. También logró que los partidos bajaran la candidatura a diputado del PPD de Víctor Manuel Rebolledo y protegió la del independiente Giorgio Jackson. Peñailillo intervino directamente en ambos episodios a nombre de la ex presidenta.

A Bachelet le inquieta el desprestigio de los partidos. Ha mirado con atención la crisis de gobernabilidad en países del sur de Europa, como Grecia y España. Considera muy preocupante la creciente desconfianza de la ciudadanía hacia los partidos. Ante una coalición que a su juicio se resiste a renovarse, apuesta por cambios constitucionales que abran nuevas vías de participación política.

5.- CAPITAL POLÍTICO EN RIESGO

“La gente cree que le voy a arreglar hasta los problemas matrimoniales”. Con esta frase Bachelet ha ilustrado en privado cuánto le preocupan las altas expectativas que genera su probable retorno a La Moneda. Una inquietud que contrasta con una campaña orientada a ganar en primera vuelta, que no ha ayudado a morigerar las demandas.

Últimamente, Bachelet ha dado señales de moderación en su propio entorno. “Hay algunos que quieren cambiar todo, pero no se puede cambiar todo…”, dejó caer el lunes 7 de octubre, cuando presentó 50 medidas para los primeros 100 días de su gobierno.

Si bien hasta ahora están claros los ejes programáticos -reformas tributaria, educacional y constitucional-, en su entorno existen dudas sobre cuál será el itinerario y cómo estas prioridades sobrevivirán a las urgencias del día a día, algunas de las cuales la candidata ha palpado en terreno. “Se acerca una mujer y le dice que nadie la atendió en el consultorio. O llega otra persona y le cuenta que el bono no le llega porque algo pasó con la ficha (de caracterización socioeconómica)”, relata un entrevistado que ha conversado con la ex presidenta.

Bachelet sí ha confesado a sus cercanos que tiene una certeza. Prevé que, de ganar, enfrentará crisis complejas y de alta incertidumbre. Sabe que un eventual segundo mandato no va a terminar en alza como el anterior, y da por sentado que perderá parte importante de su capital político. Ya asumió que va a salir herida.

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