Por quepasa_admin Octubre 3, 2013

El presidente Sebastián Piñera comenzó hablando de los “cómplices pasivos” a comienzos de septiembre. Esta semana el ministro de Defensa, Rodrigo Hinzpeter, señaló que “la centroderecha no ha hecho la pérdida y el costo definitivo de que algunos de sus integrantes hayan sido partidarios del régimen militar”. Ambas declaraciones provocaron tensiones entre el gobierno y los partidos del sector. A 25 años del plebiscito que terminó con el gobierno de Augusto Pinochet, sometimos a referentes de la centroderecha a una nueva definición. Éstos son sus votos.  

Jovino Novoa / Senador UDI

Ni la centroderecha ni nadie puede ofrecer un proyecto de futuro renegando de su pasado, ni construir sobre medias verdades. No se puede renegar de la participación de civiles en el gobierno más transformador de nuestro país en el siglo XX, en el cual la mayoría de los actuales dirigentes de la centroderecha tuvieron participación. Además, la modernización llevada a cabo durante ese gobierno corresponde a nuestro ideario.

Tampoco es posible edificar sobre una historia tergiversada. Es verdad que los derechos humanos de miles de chilenos fueron violados durante el gobierno militar, pero ningún líder de la centroderecha ha dejado de condenar dichos delitos. Pero esos hechos repudiables no quitan que durante ese período se haya construido el modelo político, económico y social que tanto éxito nos ha traído como país y que es admirado en el mundo entero. Gracias a dichas transformaciones somos un país estable, próspero y a punto de derrotar la pobreza.

La intención de la izquierda es manchar todo lo hecho y a todas las personas que participaron en el gobierno militar -incluso a los millones que votaron por el Sí- con el estigma de la ilegitimidad, ésa es su estrategia. Con ello buscan también limpiar su imagen y esconder un pasado que les incomoda. Es incomprensible que esa tesis la tomen personas de nuestro propio sector.

Tanto la derecha como la izquierda tienen que vivir con su pasado y aprender de él. Hay una historia oscura, de violencia, de democracia débil, de odio, de lucha de clases, de demagogia, de pobreza, de subdesarrollo, de terrorismo y de violaciones a los derechos humanos. Es iluso pensar que se puede partir de cero y es ingenuo e injusto sostener que sólo un sector tiene que renegar de su pasado. 

 

Roberto Méndez / Presidente de Adimark 

No se puede romper lo que no existe. La pregunta tiene un supuesto o premisa, consistente en  que existe un nexo o relación que sería necesario romper. Estoy en desacuerdo con esta premisa. No es necesario romper, no  es posible romper aquello que no existe. La centroderecha chilena es hoy  un proyecto político hecho y derecho, lo suficientemente sólido y democráticamente validado como para haber alcanzado el gobierno y la mayoría absoluta de las preferencias ciudadanas.

Es cierto que algunas de las personas que se identifican con la centroderecha tuvieron cercanía o incluso participación directa en el gobierno militar, pero también hay otros que se mantuvieron distantes o incluso fueron críticos a su desempeño, especialmente en materia de derechos humanos. Más aún, ya hay una nueva generación de personas que,  identificándose con la centroderecha, simplemente no habían nacido o eran niños durante ese período. ¿Qué sentido tendría pedir a estas personas un rompimiento con algo respecto a lo cual no sienten que existan lazos que los aten? 

El aniversario de los 40 años del golpe y su intensa cobertura mediática han puesto en el tapete de la opinión pública las graves violaciones de los derechos humanos acaecidas durante el régimen militar. Ésta es una realidad que ya nadie niega, ni menos justifica. La centroderecha no define su existencia ni menos su identidad en relación con esos hechos. Ella tiene un ideario basado en la libertad individual, la apertura de la economía, el funcionamiento de los mercados y la integración  global como herramientas para lograr el crecimiento, la reducción de la pobreza y la creación de espacios para que las personas puedan desarrollar sus proyectos individuales. Éste es un proyecto y una propuesta lo suficientemente sólido, y lo suficientemente diferenciado de otros proyectos políticos alternativos.  Como proyecto ya existe, ha sido exitoso, pero debe luchar para conquistar la ilusión y las preferencias ciudadanas en  la competencia democrática, tal como lo hiciera con el presidente Piñera en el 2009.

 

Hernán Felipe Errázuriz / Ex canciller

Un proyecto político de centroderecha con exclusiones  producirá fraccionamientos internos, divisiones a favor de la izquierda, prescindencia de valores y agendas indispensables para el progreso de Chile. No seamos ingenuos: quienes promueven las exclusiones lo hacen con infructuosa demagogia  y para aumentar su poder y gravitación.  

Hay legados del gobierno militar en orden, lucha para eliminar la pobreza, modernización del Estado, fortalecimiento de la propiedad privada, ampliación de las libertades económicas y apertura a los mercados internacionales, que no pueden omitirse y que han dado una vitalidad de la que carecía la derecha antes del gobierno militar. Fueron cambios vigentes y de vanguardia en el mundo, que luego se asumieron por otros gobiernos extranjeros como instrumento para ampliar las legítimas oportunidades de bienestar de sus pueblos. Esos logros han sido aprovechados a desgano y con oportunismo por el socialismo, que ha primado dentro de la Concertación. Algunos  otros han sido desatendidos por los actuales partidos y líderes de la derecha chilena. Mantener esa línea de renuncia  podría conducir a volver a la antigua derecha patriarcal, aislada e irrelevante o bien a desaparecer, absorbidos por la izquierda.

La renovación de los liderazgos dentro de la derecha es un proceso natural y comprensible. Es propio de todos los movimientos y partidos políticos. Lo incomprensible es que se pretenda un giro, descapitalizando idearios de la derecha, que puede seguir aportando y sumándose a otros conglomerados que busquen el progreso de Chile. El futuro sigue siendo  la democracia, y en su construcción siempre ha estado la derecha. La izquierda la rompió en su momento.

 

Lily Pérez / Senadora RN

La centroderecha puede construir un proyecto político sin romper con quienes tuvieron una participación directa o indirecta con el gobierno militar. Para mí, el tema ineludible es la condena tajante a las violaciones a los derechos humanos. El eje no es si alguien participó, apoyó o simpatizó con el gobierno militar. Si no, tendríamos que pensar en vivir artificialmente en otro país. Sobre todo considerando que en 1988, la votación entre Sí y No se dividió casi en partes iguales.

La realidad es que Chile durante largo tiempo fue un país dividido entre dos sectores políticos polarizados que hoy se siguen expresando a través de un sistema electoral binominal. Tengo una diferencia con Rodrigo Hinzpeter en cómo expresó su punto de vista respecto al gobierno militar. Sí comparto la frase de los “cómplices pasivos” del presidente Piñera, porque él jamás se refirió a quienes participaron en el gobierno militar, sino a quienes fueron miembros del Poder Judicial, de los medios de comunicación, que teniendo exceso de información se hicieron los lesos respecto a los derechos humanos. Más allá de la forma y la oportunidad, también comparto la decisión del presidente de cerrar el Penal Cordillera. Reitero: la línea de quiebre para generar un nuevo proyecto es en qué lado de la vereda estás frente a las violaciones a los derechos humanos en el gobierno militar.

Lo que ha pasado hay que convertirlo en una oportunidad para nuestro sector: transparentar qué es lo que piensa cada uno frente a la violación de los derechos humanos y la discriminación de las personas. Ahí quedará claro quién es quién.


Hernán Larraín Matte / Director ejecutivo de Horizontal
La centroderecha debe romper con la dictadura de Pinochet para ofrecerle al país un proyecto político de futuro desde el cual fundar una mayoría social. Su legitimidad debe nacer de un compromiso total con la democracia (entendida ésta como un fin y no sólo de forma instrumental). Debe asumir una memoria histórica socialmente compartida, condenando la violación sistemática a los derechos humanos ocurrida en Chile, sin empates morales de ningún tipo.  
Debe, a diferencia de la cultura pinochetista, abrazar el valor republicano de la política y de lo público. Asumir que la libertad es mucho más que la sola dimensión económica, y que la autonomía individual implica pluralismo valórico. La libertad es también política, social y cultural. Debe superar la herencia “Chicago” pro negocios y donde todo es entendido como un mercado o un bien de consumo. Una centroderecha moderna es pro mercado, y rescata y potencia los bienes públicos. Entiende que el desarrollo no pasa sólo por aumentar el PIB per cápita. El objetivo central radica en hacer de Chile un país más justo, equitativo, inclusivo e integrador. 
El valor central de este proyecto político debe fundarse en la libertad de las personas y en una arquitectura de ideas propias de una centroderecha moderna: donde la sociedad es el gran motor del cambio (y no el Estado), con foco en la igualdad de oportunidades (más que de resultados), una visión meritocrática (más que asistencialista), pro competencia (y no sospechosa del mercado) y pro emprendimiento (y no recelosa de éstos).
El desafío es eminentemente generacional. Y es ahora.
Ernesto Silva / Diputado UDI
Ya lo hicimos. La pregunta planteada tiene una respuesta contundente: ya existe una derecha que ha construido un proyecto político legítimo y exitoso que le permitió ser gobierno en enero de 2010 con identidad y sin complejos, liderada principalmente por la derecha popular y social construida por la UDI a partir de los años 80.
En las últimas semanas, y a raíz de los 40 años del 11 de septiembre de 1973, hemos vuelto a ver una derecha acomplejada y buscando darle en el gusto a la izquierda, preocupándose más de negar la identidad antes que construir una oferta de futuro.
Con este debate sólo ha ganado la izquierda y se ha deteriorado la unidad en la centroderecha. Se ha afectado la confianza, porque pretender borrar la historia de Miguel Kast, Jaime Guzmán y de muchos otros que lideraron cambios importantísimos para el país es un error y una ingenuidad.
Está claro que nadie debe perderse en condenar los abusos a los derechos humanos ocurridos en el gobierno militar. Pero intentar imponer una visión unilateral del pasado, tal como lo quiere la izquierda, es un grave error.
Para quienes nacimos después del 73 y queremos ser parte del progreso del Chile del futuro, es decepcionante ver cómo en nuestro sector -al son de la música que pone la izquierda-  seguimos bailando el baile de los avergonzados, que sienten que necesitan permiso de la izquierda para estar en política.
Nuestro proyecto político se enmarca en una historia que tiene luces y sombras -como todo proyecto político-, pero que constituye parte de nuestra identidad y de nuestra fortaleza. Desde esa identidad llegamos legítimamente al gobierno, y desde esa identidad estamos invitados a proyectarnos al futuro.
Andrés Benítez / Rector UAI
Si bien me parece fundamental que la derecha rompa con Pinochet, no es claro que sea capaz de hacerlo. El nivel de reacción, al menos de los partidos, frente al tema ha sido brutal. La derecha, en vez de avanzar, ha retrocedido 20 años, y hoy aparece más pinochetista que nunca. Porque una cosa es criticar la idea de “cómplices pasivos” y otra muy distinta es llegar al extremo de defender la existencia del Penal Cordillera, que albergaba a personas como Manuel Contreras, que representan la cara más oscura de la dictadura.
La pregunta que surge es si esta reacción es producto de la forma elegida por Piñera para plantear el tema (en solitario y descolocando a los partidos), o si clavó un puñal en un tema que es insalvable para el sector. Si es lo primero, el tiempo limará las asperezas y surgirá una derecha renovada y potenciada. Si es lo segundo, entonces estamos presenciando una división histórica. Como sea, las cartas están jugadas y no parece haber vuelta atrás. De aquí saldrá algo nuevo, que marcará al sector para siempre.
Mi apuesta: la derecha logrará renovarse como quiere Piñera, porque a su favor juega el sentido común y la historia. Pero esto tendrá que hacerse mandando a jubilar al grupo más duro, que grita mucho, pero no debiera ser muy grande. A cambio, recibirá un contingente del centro político que sí puede ser muy significativo. 
Luis Larraín / Director ejecutivo LYD
Si “romper” significa liberarse de las ataduras que la actuación de la centroderecha durante ese período pudiera causar a sus políticos, la respuesta es Sí. Vale decir, si los protagonistas de la centroderecha del futuro son capaces de pensar y discernir libremente acerca de temas tan importantes para la democracia, como el respeto a los derechos humanos y las libertades individuales, entonces sí es posible esa derecha.
Resulta obvio que una mayor libertad de estas ataduras es más fácil de lograr para dirigentes políticos de izquierda o de derecha que, por su edad, no tuvieron participación en el régimen militar. El ministro Hinzpeter dijo que algunos integrantes de la centroderecha deben hacerse cargo de haber apoyado a ese gobierno; incomprensible, pues prácticamente toda la centroderecha lo apoyó.
Será más fácil para las nuevas generaciones de la centroderecha hacer al país una oferta atractiva, que valore  la libertad no sólo en su dimensión económica, aspecto en que el gobierno militar hizo grandes aportes a Chile, sino que lo haga de manera integral;  y que rechace y condene, por lo tanto, las violaciones a los derechos humanos.
Ello no significa que quienes son mayores sólo pueden sumarse a este esfuerzo si reniegan de su adhesión al gobierno militar. Ése es un proceso de discernimiento que cada persona tendrá que hacer en su fuero interno, y donde poco valor tienen exhortaciones a la ética de terceros. Para los jóvenes de la centroderecha la tarea será más fácil; para los mayores, renegar puede ser tan inconducente como negar.
Patricia Arancibia / Historiadora
Desde hace 4 décadas la centroderecha tiene domicilio conocido, habitando en La Moneda por 17 años. Durante este período, y muy especialmente bajo el gobierno militar, forjó su nueva identidad política y como ningún otro sector cooperó a establecer las bases del modelo que hoy nos rige, dando grandes batallas para lograr estabilidad, crecimiento y desarrollo integral a partir, entre otros,  de los conceptos de libertad personal, emprendimiento y crecimiento. Sus resultados están a la vista, tanto que los gobiernos de la Concertación se “derechizaron”, manteniendo un modelo similar en su estructura. El régimen militar no puede reducirse  -como han querido establecer  sus opositores- a los hechos de violación de los derechos humanos que cometió un reducido número de personas, quienes deben asumir sus responsabilidades penales como corresponde a todo quien cometa graves delitos. Por lo tanto, hacer ese tipo de análisis reduccionistas no sólo implica hacerle el juego a la izquierda, sino que aceptar que ésta tiene una autoridad moral o ética superior, lo que creo que obviamente no es efectivo. Todo nuevo proyecto de la centroderecha debe reforzar -y con la frente muy en alto- los logros del gobierno militar y ser claramente explícito a la hora de condenar todo acto, pasado, presente o futuro, que implique cualquier tipo de violencia política o que ponga en peligro nuestra soberanía e integridad como país. Todo nuevo ente político que reniegue de sus bases, que parta de otros supuestos, será otra cosa, pero no centroderecha.

Pablo Ortúzar / Antropólogo
La centroderecha debe romper políticamente con el régimen militar. Y la razón es que la dictadura militar chilena sólo tiene un discutible sentido político en el contexto de la guerra fría, teniendo como alternativa la revolución leninista, tal como retrata Joaquín Fermandois en su libro recién publicado La revolución inconclusa. Una vez abandonado el leninismo por casi toda la izquierda, acabada la guerra fría y las dictaduras comunistas -excepto en Bielorrusia, Cuba y Corea del Norte- y recuperada la democracia, sólo queda para la centroderecha condenar, junto con la centroizquierda, cualquier doctrina política que promueva la dictadura -sea comisaria, populista o revolucionaria- y defender aquellos elementos que permitieron al país salir de ella: las libertades políticas y económicas consagradas en la Constitución, el compromiso con la superación de la pobreza traducido en la eficiente focalización del gasto social y la democracia representativa fundada en el diálogo y los acuerdos. 
Junto con ello, la centroderecha debe superar el derrotismo y la ausencia de diagnóstico que la caracteriza y renovarse teórica y políticamente a partir de la pregunta que genera la tensión esencial en torno a la cual se reúne el sector: la compatibilidad entre la doctrina social de la Iglesia y el liberalismo. Desde ahí podrá construir una reflexión crítica que pueda dirigir a nuestra situación actual, generando su propio diagnóstico, programas y acción política con vocación de mayoría. 

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