Por Josefina Ríos Diciembre 27, 2012

La noticia golpeó fuerte en la centroderecha. El pasado 15 de diciembre, el ex ministro de Economía Juan Andrés Fontaine declaró que se unía como consejero programático a la campaña presidencial del RN Andrés Allamand. Justificó su decisión diciendo que conocía al ex senador hace más de 30 años y que le creía cuando éste decía que haría un gobierno con las “convicciones de nuestro sector”.

No lo decía cualquier persona. El máster en Economía de la Universidad de Chicago fue por años uno de los economistas preferidos de la UDI. Y aunque nunca ha militado en ese partido, fue la carta económica de la colectividad en los Grupos Tantauco de Sebastián Piñera y su candidato, a comienzos del 2010, para liderar el Ministerio de Hacienda, cargo que finalmente ocupó el favorito de Renovación Nacional: Felipe Larraín.

“Las ideas de Chicago no tienen sede de partido y su influencia se extiende transversalmente en gran parte de la Alianza e, incluso, en algunos sectores más liberales de la Concertación. En esa lógica no me hace ruido la firma de Fontaine a la candidatura de Allamand. Ahora, sí produce cierta sorpresa en cuanto a que los Chicago y los gremialistas estuvieron siempre juntos al alero de la UDI y no de RN. Este último partido, históricamente ha representado a una derecha más aristocrática y rural, más ligada al corporativismo y, por lo tanto, más alejada del libre mercado”, reflexiona el prosecretario de la UDI y economista de Chicago Jaime Bellolio.

Con todo, y superada la sorpresa inicial, para muchos el paso dado por Fontaine es  la cristalización más visible de un proceso que se viene dando en la derecha chilena hace ya algunos años: el enfriamiento de la histórica alianza entre los Chicago Boys y la UDI.

El pacto

El “matrimonio” entre el gremialismo y los Chicago Boys se estampó a fines de la década del setenta y sus figuras centrales fueron Jaime Guzmán y Miguel Kast. “Mi impresión es que este acuerdo tácito se originó cuando alumnos de la UC formados por los Chicago Boys empezaron a jugar un rol importante en el gremialismo. No obstante, la alianza se selló definitivamente cuando Jaime Guzmán, líder indiscutido del movimiento, se convenció de que la economía social de mercado era más funcional al movimiento y sus objetivos que la alternativa corporativista”, explica Rolf Lüders, uno de los primeros Chicago Boys chilenos.

Guzmán no siempre fue un defensor de las ideas liberales en materia económica. De hecho, durante su juventud se mostró partidario de doctrinas más bien corporativistas expresadas por intelectuales españoles, como Donoso Cortés y Vázquez de Mella. Sin embargo, una vez en la universidad comenzó a leer a los filósofos liberales y estudió a Hayek. Su tránsito hacia una visión más liberal se profundizó cuando asumió -en 1975- como asesor constitucional en el gobierno de Pinochet y conoció a figuras como Sergio de Castro, por ese entonces el primer ministro de Hacienda formado en las aulas de la Universidad de Chicago.

La conexión entre De Castro y Guzmán fue inmediata. Ambos entendían que las reformas económicas debían ir de la mano con las reformas políticas y que, por lo tanto, el gobierno militar debía ser un paréntesis que sentara las bases para que el país caminara hacia una sociedad libre y desarrollada. En esa línea estaban también Sergio Fernández y Miguel Kast. Pero no fue fácil imponer esta visión: un importante grupo conocido en la época como los “duros” -entre los que se contaba a Pablo Rodríguez, Álvaro Puga y Hugo Rosende-, creía que el gobierno militar no debía imponerse límites de tiempo y apoyaban una política más nacionalista y de corte corporativista.

Pero hacia fines de los setenta la postura de los primeros se impuso. Tácitamente el gremialismo, liderado por Guzmán, quedó a cargo de lo institucional-político y los economistas liberales, encabezados por Miguel Kast, tomaron a su mando el campo de la política social.

La unión fue potente y transformó las bases institucionales de Chile. Incluso, una vez que la Concertación asumió el gobierno, el modelo económico se mantuvo. “El indiscutido éxito económico a partir de 1985 y el fracaso de los socialismos reales, indujo a la Concertación a preferir gobernar por consenso y perfeccionar la economía social de mercado, en vez de modificarla radicalmente. Se generó así un exitoso acuerdo nacional en torno al modelo, que por supuesto incluyó al gremialismo”, asegura Lüders.

La crisis

En 1990, la UDI se convirtió en un partido de oposición junto a Renovación Nacional. Aún pequeño y bastante homogéneo, su participación en el Congreso se caracterizó, por ese entonces, en la férrea defensa de lo que ellos denominaban como la obra político-social del régimen militar liderada por la alianza “gremialismo-Chicago”.

Para afianzar este lazo, cuando Jaime Guzmán dejó la presidencia del partido, nombró a Julio Dittborn, un economista liberal y agnóstico, a la cabeza de la colectividad. “El pragmatismo y claridad de Guzmán eran sorprendentes. De hecho, él siempre temió que si la UDI crecía mucho perdería su homogeneidad. Cuando lo asesinan, en 1991, la colectividad se quedó sin su brújula”, explica un  economista del sector.

A partir de fines de los noventa, la UDI experimentó un crecimiento explosivo, lo que si bien lo convirtió en el partido más grande de Chile, desdibujó ciertas características centrales de su proyecto original, entre ellos la adhesión al libre mercado. Lüders lo pone así: “La UDI -que sustenta al gremialismo- en su afán por llegar al poder y transformarse en el mayor partido del país amplió considerablemente el espectro ideológico de sus miembros, lo que se traduce en propuestas que los Chicago Boys no comparten. Por otro lado, una buena parte de la nueva oleada Chicago no es sólo liberal en lo económico, sino también lo es en sus valores”.

Ahora, si hubiese que marcar un punto histórico de este distanciamiento, casi todos coinciden que éste se da a partir de la primera campaña presidencial de Joaquín Lavín (1999), pero que se intensifica con fuerza en la segunda (2005). El director ejecutivo de Libertad y Desarrollo, Luis Larraín, lo expone en su libro El Regreso del Modelo: “En el pasado reciente hubo en la derecha chilena otro factor que contribuyó a separar la acción política de los principios. La sorprendente popularidad que alcanzó Lavín (…) llevó a muchos de nosotros a relativizar la importancia de discutir las ideas y los principios. En el “lavinismo” había muchos elementos que si bien no contradecían abiertamente los principios, las más de las veces los ignoraban”.

Para Jaime Bellolio este proceso se profundizó durante la segunda aventura presidencial del hoy ministro de Desarrollo Social. “Lo que en la primera campaña fue un eslogan, ´solucionar los problemas reales de la gente´, durante la segunda se transformó en el fondo, proceso que se conoce como el ‘cosismo’”. Agrega que muchos Chicago Boys terminaron muy sentidos después de esa campaña y se alejaron  de la UDI.

La ausencia de las ideas

En noviembre los think tanks de centroderecha -Libertad y Desarrollo, la Fundación Jaime Guzmán y el Instituto Libertad- organizaron un cónclave para discutir los  principios que guían a este sector. En él se pudieron observar las diferencias ideológicas que existen. Sin embargo, son pocos los espacios que se dan en la derecha para la discusión.

“En general a la derecha le da lata discutir e intelectualizar los temas, eso también ha tenido cierta repercusión en el alejamiento del mundo gremialista y los Chicagos porque hay poco espacio para la confrontación de ideas”, asegura Bellolio.

En ese sentido, la labor que desde los noventa ha hecho Libertad y Desarrollo (LyD) es muy importante. En el centro de pensamiento eligieron dedicarse al ámbito institucional de la defensa de las políticas de la lógica “Chicago-gremialistas” que tuvieron su origen en el régimen militar. “La decisión fue apuntar a la defensa de la libertad y el desarrollo, pero no involucrarnos en los temas valóricos, pues muchos de ellos sólo nos dividían”, explican desde ese think tank.

Desde que asumió Sebastián Piñera, LyD se ha transformado de alguna manera en el guardián de la doctrina, no sólo enfrentándose a miembros del gobierno, sino que también a los partidos de la Coalición cada vez que optan por políticas de corte más intervencionista, ya sea el aumento de impuestos, exceso de subsidios o, incluso, la limitación de libertades individuales como la ley antitabaco o la legislación que busca limitar lo que comemos. Por lo mismo, ya se dejó de vincular al think tank con la UDI cada vez que se le nombra en la prensa. No obstante, su director ejecutivo no pierde las esperanzas que se pueda retomar el trabajo. “La unión entre economistas liberales y políticos gremialistas fue muy  beneficiosa para el país. Sería una lástima que diferencias legítimas impidieran un trabajo conjunto”, remata Larraín.

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